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Antonio Rojano: «Con la escritura trato de resolver mis obsesiones»

Entrevistamos al dramaturgo Antonio Rojano, candidato al Premio Max a la Mejor Autoría Teatral por La Ciudad Oscura y autor de Dios K .

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Entrevistamos al dramaturgo Antonio Rojano, candidato al Premio Max a la Mejor Autoría Teatral por La Ciudad Oscura y autor de Dios K, la adaptación escénica de la novela Karnaval de Juan Francisco Ferré, sobre la caída del exdirector general del FMI, Dominique Strauss-Khan.

Cordobés y profeta en Madrid, Antonio Rojano escribe con la misma facilidad con que se fuma un cigarrillo cuando nos recibe en la Cineteca del Matadero, donde se representa Dios K. Es joven, perfeccionista y muestra la seguridad de quien se sabe en el dominio del matiz de cada palabra. A través del lenguaje ha construido una suerte de ficciones e hipótesis delirantes en torno a DSK en las que se hace tangible y se da cuerpo a algo tan complejo y lejano como ese lugar en el que se produce el delirio casi siempre impune de los poderosos.

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Lo que el dramaturgo Antonio Rojano ha creado en Dios K sobre una escenografía limpia y tecnológica es un acto sagrado de teatro en el que Alberto Jiménez y Mona Martinez representan un texto incómodo, violento y hediondo acerca de la dialéctica de un rico y poderoso cretino blanco y una mujer bursátil que transita imponente y es al mismo tiempo víctima y diosa perfecta.

El concepto y desarrollo teórico del proyecto no solamente giran en torno a ideas como poder, sexo o instinto animal, sino que lo hacen de modo expreso, impidiendo al espectador apartar la vista o evadirse de una realidad incómoda y de unos deseos que la sociedad actual reprime en rincones íntimos de las mentes más sucias. El verdadero problema es la polla como instrumento de poder y dominación. Continuamente la polla, porque la obra aborda, a partir de la historia original conocida en los medios de comunicación, una ficción intencionadamente ofensiva que busca incomodar y aflorar las imperfecciones de nuestros iconos en una ceremonia ritual sin disfraces o eufemismos de ningún tipo.

DiosK nace en el Festival Frinje, 10 años después de tus primeros textos, mostrando desde entonces una visión muy especial. ¿Qué significa el teatro para tí?

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El teatro se ha convertido en una forma de vida, un lugar desde el que comprender el mundo en el que vivo y también mi propia experiencia. Con la escritura trato de resolver mis obsesiones descubriendo que la verdad absoluta o la comprensión total es algo inalcanzable pero que el viaje, esto que llamamos vivir, merece la pena.

Es evidente para el espectador que aportas una visión especial en todo lo que haces, ¿cuáles son tus referentes?

Mis referentes son diversos, hay una gran peso de la literatura en lo que escribo, también del teatro, del cine y la televisión. Todas las influencias están mezcladas y viajan desde aquello que llamamos alta cultura a la baja cultura: desde Don DeLillo, el novelista norteamericano, o Thomas Bernhard, también por su labor narrativa, pasando por Rafael Spregelburd, ONeill, Ibsen, Chejov o David Mamet, en teatro, y llegando a series de televisión como Expediente X o The Wire, todas forman parte de mi universo. Mi teatro ha centrifugado estas referencias y eso se refleja en un estilo muy personal a la hora de escribir y de enfrentarme al escenario.

No resulta sencillo dar visibilidad a propuestas contemporáneas e innovadoras, mucho menos evolucionar y desarrollarse como creador con una visión tan especial, ¿hasta qué punto ha influido en tu trayectoria el paso por la Fundación Antonio Gala en momentos incipientes de tu carrera?

Fue una experiencia fundamental en mi comienzo y seguramente sigo dando guerra gracias a la Fundación. Apenas tenía 21 años cuando tuve la fortuna de pasar un año escribiendo y leyendo, sin importar el logro, además de compartir espacio con artistas de otras disciplinas. Todos teníamos una inquietud artística que nos impulsó a persistir en nuestro trabajo, sosteniéndonos unos a los otros, y, sobre todo, gracias a estos compañeros -hoy grandes amigos- y a aquella labor de mecenazgo nos sentimos de algún modo importantes y pensamos que teníamos algo que contar, ya que habría alguien para escucharnos, aunque fueran los propios compañeros. El autoestima de los jóvenes creadores, en una etapa fundamental en la que habitan las dudas y las carencias, necesita de proyectos así para que sus trabajos no caigan en el olvido ni esa pasión tan inestable se extinga.

Escribiste Sueños de Arena hace una década y parece más vigente que nunca. ¿Vivimos tiempos duros para los soñadores?

Es una «obra de juventud» que hablaba de esos sueños que se pierden y que refleja el viaje de la adolescencia, donde todo son ideales, a la madurez, donde el cuento parece que no tiene un final tan feliz como uno pensaba. Creo que la experiencia humana está repleta de esos ideales que se rompen, de esos sueños que se escapan entre los dedos de los hombres como arena del desierto. Este es un tiempo donde esa certeza parece más clara y el futuro parece más oscuro, pero creo que todos los tiempos han sido duros para aquellos que soñamos.

En Dios K aportas una mirada propia a la novela de Juan Francisco Ferré, ¿qué ha sido lo más difícil de la adaptación teatral?

He querido ser muy respetuoso con el tono y con la irreverencia de la novela pero también he sido un tanto irrespetuoso con el contenido. Es imposible trasladar a escena una novela sin trama clásica, una narración infestada de personajes peculiares, de sucesos monumentales y a la vez íntimos, una novela plagada de monólogos internos, de torrentes de pensamiento, además de incluir un «falso documental» de casi 100 páginas que recoge las opiniones y los discursos de los teóricos y tertulianos de este tiempo que juzgan el caso DSK. Karnaval son más de 500 páginas de una narrativa extrema que se apoya en el delirio de la ficción para contar la caída de un personaje real y trasladar al lector el gran enigma de la verdad. Ha sido un reto, sobre todo, no transformar un Premio Herralde en un Premio Planeta y mantener la densidad textual y la fuerza literaria del original al sintetizarlo en un texto teatral.

¿Qué se encuentra el espectador en Dios K?

Se encuentra a dos actores que realizan un trabajo enorme, a la figura de un hombre poderoso que se enfrenta al desmoronamiento de su figura y a la lapidación de los medios; se encuentra, también, un trabajo formal contemporáneo con mimbres de tragedia clásica, una propuesta poco convencional. La caída de nuestro «Dios K» no es fácil de digerir ya que no hemos querido ahondar tanto en la dialéctica de las víctimas y de los culpables. No es una propuesta condescendiente con el espectador en ese sentido.

Christine Lagarde en noviembre de 2014 achaca el origen de la crisis a los «egos inmensos y demasiada testosterona» de los hombres. ¿Postura sexista o realidad?

Tiene parte de razón, vivimos en un tiempo en que «todo vale» por tener éxito y es una postura muy masculina esa de hacer la guerra y competir. «La ley de la jungla» es norma en la naturaleza, pero el ser humano, al transformarse en un «animal político y social», ha ampliado el campo de batalla y ha llevado la guerra más allá, acentuándola gracias a su ego y su estupidez.

Dos personajes: DSK y la camarera. Si salimos a la calle, de él, hombre, conocemos absolutamente todo. De ella nadie recuerda el nombre, solamente que era mujer, negra e inmigrante…

Sabemos poco de la víctima, aunque en este caso, cabe decir que Nafissatou Diallo tampoco es un nombre fácil de recordar. Ella es el sujeto pasivo en esta historia, la agredida, su participación en este caso es azarosa. Ella no eligió estar ahí y seguramente él hubiera abusado de cualquier otra camarera de hotel, fuera negra o no, inmigrante o no. Tal vez lo haya hecho con anterioridad, como se presume en algunas acusaciones. Comentada esta excusa, quizás debemos repensar por qué vivimos en un mundo en el que tendemos a recordar mejor (y quizás nos es más interesante) la biografía de los agresores que la de los agredidos.

Los últimos tres directores del FMI dimitidos antes de acabar el mandato; dos de ellos acabaron en prisión. ¿Qué ocurre en la cabeza de esa gente poderosa que lo tiene todo y quiere más?

Supongo que el exceso de poder y de dinero lleva a una reflexión sencilla pero cierta. Cuando todo lo material deja de tener valor: los seres humanos dejan de tenerlo también. Se cosifican y objetualizan los sentimientos, las personas, y eso permite esta clase de abusos. Para mí, la violación que este caso plantea, en lo íntimo de una habitación de hotel, tiene un reflejo claro en el abuso que los organismos de poder han realizado sobre la gente común desde el principio de los tiempos. 

Corrupción, mafia, prevaricación, doble moral… ¿Nos toman por gilipollas?

La impunidad con la que se realizan estos abusos es otra cuestión a analizar. La crisis no es sólo económica sino también moral y el poder tiende a perpetuarse y a sobrevivir, manteniendo las estructuras, aunque cambien las personas a cargo del timón. La historia ha demostrado que hasta la menor revolución del pueblo termina conformando una nueva oligarquía que vendrá a incumplir y a negar el ideario de su propia revolución. 

A diario conocemos escándalos o reconocemos abusos por parte de los poderosos. ¿Nos conformamos con mirar hacia otro lado? 

Hay algo de mirar a otro lado, hay mucho de comodidad y de no perder tu pequeña parcelita material, porque siempre se podría estar peor. Si miras al vecino, seguramente tu vida no es tan mala y la mayoría de los mortales estamos en el mundo para ser gregarios. No ansiamos el poder ni el éxito como se desea en otros niveles. No lo sé, comparto las dos posturas: la contestataria y la cómoda, y siento una gran contradicción. No todos queremos ser mártires de una revolución ni tampoco queremos quedarnos de brazos cruzados en el sofá, dejando que nos lastimen o contemplando los excesos sin hacer nada. Pero sí que creo que el poder de la gente es mucho mayor del que la propia gente piensa, la capacidad para cambiar determinados aspectos de la sociedad y plantar cara al poder cuando sea necesario. El problema es que en esta época todos los conceptos se ahogan en la contradicción, falta formación, juicio individual, diálogo, el sistema está en nuestro ADN y cambiarlo parece un reto imposible. Cambiar algo se nos presenta como extraerse un órgano del propio cuerpo. Es un debate eterno que, siento, no tiene salida en los hechos y que sólo existe en las palabras y los discursos. 

Hacer clic en un me gusta parece la máxima movilización posible, hay poca gente dispuesta a asumir riesgos. ¿Dónde está la opción crítica?

Internet es una explosión de libertad que se ha convertido en nuestra cárcel más íntima. Cuando se presumía que íbamos a ser más libres es cuando somos más esclavos. La tecnología o las redes sociales son ventanitas de comunicación que nos han compartimentado, separado por completo, todo bajo la fragancia de la individualidad. Los discursos viajan de un lado a otro, todo se retuitea, se comparte, decimos los que dicen los demás y escribimos lo que escriben los demás. Esto quiere decir que terminamos pensando lo que piensan los demás o que alguien se ha encargado de pensar por nosotros. Ya no hay tiempo para las opiniones personales aunque todas parezcan opiniones personales o empecemos los tuits con un «En mi opinión…». Generando identidades múltiples cada vez estamos más ahogados en la masa. Otra de esas contradicciones de este tiempo, a las que antes me refería. Seguramente esta idea tampoco es mía, ¿entonces, qué podemos hacer? Al menos, nos queda cuestionarnos todo el tiempo qué es aquello que pensamos o decimos, de dónde viene, con qué intenciones, aunque no encontremos respuestas.

Has obtenido la candidatura al Premio Max por La Ciudad Oscura. ¿Cuáles son tus impresiones tras este nuevo reconocimiento?

La ciudad oscura fue un trabajo muy pequeño, de pocos días de exhibición, que se ha convertido en algo grande gracias a todo el equipo que participó en el proyecto y al público que nos acompañó en la Sala de la Princesa, poniendo en valor esa propuesta. Es mi texto más personal y, quizás, el que más me costó escribir. Marca un punto de inflexión en mi trayectoria y en mi estilo, pero  soy consciente de que no hay que quedarse mucho tiempo estancado en el onanismo: es un reconocimiento más que te ayuda a seguir trabajando y te impulsa a pensar que estás en el camino correcto, nada más. Este año hay grandes autores y obras candidatas y ya estar ahí, siendo además el autor más joven, es todo un honor.

Ya trabajas en tu próximo proyecto, Windsor. ¿Qué puedes adelantarnos?

Windsor es un texto original que estrenaré en junio del que todavía no puedo contar mucho. Lo interpretará Eduardo Velasco y Sara Mata y será dirigido por Max Lemcke. Un texto sobre el incendio del rascacielos más emblemático de Madrid. Una obra sobre periodismo de investigación, sobre fuego y memoria, cenizas que aún queman y cómo la verdad se empeña en darse a conocer

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