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Monstruosa infancia ante el cáncer

J.A. Bayona, vuelve a sentir atracción por esos pequeños héroes en grandes catástrofes, obstinado en combatir el sufrimiento con esperanza. Érase una vez, un anciano y...

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Érase una vez, un anciano y frondoso tilo, que se levantaba a unos 60 pies de un terreno cambiante, cercano a la convaleciente residencia de la familia O´Malley y al albor de la tristeza del pequeño Conor. Sus raíces se adentraban en la profundidad de unos sueños infantiles, disfrazados de pesadillas que se elaboraban en la propia fábrica de sus hojas voladoras y caducas. Semejante a una infusión de alas, que relajara toda aquella intranquilidad mental almacenada durante años de malestar, espera y dolor, en busca del definitivo despegue de la tierra. Ya tan húmeda por sus lágrimas. La forma verdosa de sus cabellos y los tallos crecientes en sus miembros, tomaron una vida sombría, que contrastaba con el amarillo de sus flores aromáticas y frutos aceitosos, más delicados y sugerentes. Tanto que parecía que cualquier impulso o llanto, lo haría saltar lejos de allí. Salir volando tras un recio vendaval de reproches o unas palabras sin alma o ánimo. 

Pero, su espíritu es firme y dispuesto para la gran lucha que se avecina, ya que en su interior juvenil, late el corazón partido de un muchacho, indómito como la fuerza rebelde de un gigante e intimidante tal que un guerrero airado. Son ambos, un devorador de vidas ajenas, amansado por la imagen o contacto con la juventud y la inocencia, y el poseedor de una experiencia benefactora que expulsara cualquier mal, cambiándolo por un recuerdo inolvidable. 

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Por enquistado que estuviera el problema… Cuando alzaba su voz, todo se ablandaba alrededor, resonando salvaje en el vacío de una habitación, mas sutil y apaciguadora. de igual forma que un intérprete de la escena, dominaría un crucial discurso. De acento pretencioso a la par que experimentado, cruel en apariencia y arraigado en la memoria. En su savia incluía recetas casi milagrosas, que serían usadas por ancianos curanderos en miles de batallas, reyes y brujas, enemigos asesinos; u otras posibles o soñadas, destinadas a alcanzar un remedio eficaz a todo el sufrimiento humano. Ese fluido vital que dibujara la realidad en tonos ocres y grises, con efectos luminosos y paciencia, una resina capaz de unir lo que se fragmenta en el interior de un órgano hermético, o una vía que orienta a lo verdaderamente recalcable en la existencia de un ser vivo. La simbiosis necesaria para crecer y alimentar todas los segmentos de los que se compone la familia, de estas arcanas malváceas, maestras de lo imposible e iluminadoras en nuestros rincones más sombríos. 

El tilo, exclamaba al viento con orgullo su naturaleza salvaje o manera de existir, su pensamiento humanístico, profundizando en todo lo que legitima su integridad y ofreciendo la sabiduría que desprendía su raza arbórea, sanadora, sin esperar nada a cambio. Tal vez, respeto a su estirpe milenaria, la serenidad de casi 800 años observando en silencio a los humanos. Además, era el equilibrio que sostenía el porvenir de aquellos extraviados en la confusión, de monstruos que vienen a devorarnos, un poco más allá de la medianoche… y además, era un excelente divulgador, gran aficionado a los cuentos.

Junto a su dual presencia, se desarrolla en paralelo un reflejo clásico del abismo en el viejo mundo, a través de una producción española de ojos monstruosos y encolerizados sobre terreno inglés (rodaje en el Colegio Colne Valley de Huddersfield, West Yorkshire… antes del Brexit), ante la desafiante insistencia de una posibilidad de cura. Una especie de bálsamo de Fierabrás, que indicase la salida del laberinto de pasiones y temores donde se encuentran los protagonistas, o una visión onírica de la soledad, ante la injusticia más oscura y amarga. Un consejo básico sobre aquello lejano e incomprensible que afecta a los más débiles, tal que una mortífera enfermedad llega antes del tiempo marcado.

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A Monster Calls o Un Monstruo Viene a Verme, podría ser esa visita inoportuna a cualquiera de nosotros, un encuentro entre el valor y la expiación, incluso para sus principales y arriesgados creadores (o narradores como el actor Liam Neeson), sirviendo como obsequio o antesala de otros premios. Por su valor, el de la escritora anglo-irlandesa Siobhán Down, invocando a la lucha contra el racismo, el abuso infantil o el cáncer, con letras adornadas para niños; o de su extensión adaptada para el cine por el escritor Patrick Ness y soñada ahora por el director barcelonés, Juan Antonio Bayona, con el fin de despertar las conciencias y anticiparse a nuestros miedos más recónditos. A esa calma que sucede tras una tormenta, o tsunami… 

El director se dirige, por tercera vez, a un mundo real de fantasía. Dispuesto a combatir la soledad, discrepancias generacionales y de pareja, o el abandono o desarraigo, la inocencia encarada a posturas dañinas de ciertos dominadores o fanáticos del dolor ajeno. Retratando la esperanza, en el rostro sufrido del actor Lewis MacDougall y su madre interpretada por Felicity Jones (Rogue One) más franca e intimista, pero igual de sacrificada que en su papel de hija de Erso, a la búsqueda o recuperación del amor familiar. La unión frente a una verdad más dura e hiriente, estableciendo consejos contra la monstruosidad o la pérdida de personalidad… ¡contra la propia ira! 

J.A. Bayona, vuelve a sentir atracción por esos pequeños héroes en grandes catástrofes, obstinado en combatir el sufrimiento con esperanza y retazos artísticos, buenos efectos digitales, aderezados con pequeñas pinceladas de magia y fantasía literaria, pero anclados en la psicología y la cruda realidad, en las consecuencias de desastres naturales y posteriores desarrollos mentales de sus personajes. Pesadillas recurrentes que se adaptan a cualquier edad, desde los habitantes de un orfanato visitado por la muerte o ese desarraigo en una etapa accidentada, a su paralelismo dramático dentro de los cuentos clásicos. Pues, un Monstruo Viene a Verme, destila la esencia de la naturaleza en una aventura fantástica, vitalidad con base dramática y conceptos abstractos, frente a una devastadora enfermedad (marejada de sensaciones), que estalla con la presencia de este monstruo, trazado hábilmente en tonos grises y ojos encendidos, dibujos de la cólera ante la culpa o, esa debilidad que nos abate desde el corazón. En ellos, observamos la estrecha relación sentimental, una condena personal con la imaginación por bandera y la visión confusa, aparentemente, del hijo o la inocencia, a la hora de enfrentar sus propios demonios o monstruos. Aunque, vengan de la sabia entonación irlandesa de aquel caballero trágico y experimentado hoy, el ochentero Neeson en Excalibur.

El filme siempre transita por una línea difusa, metafórica y existencialista, en la que Bayona se siente bastante cómodo, como es la percepción de estos asuntos graves de los adultos en manos (o mejor dicho, en la cabeza) de los niños, con insistencia en el concepto del amor familiar o esa especial atención por el contacto materno-filial, por supuesto, frente a la flagelación del sentimiento de culpa. En realidad, es una profunda pesadilla que muere de día y respira de noche, o viceversa, que intenta respirar cuando la noche le da oxígeno y esperanzas, una comprensión o responsabilidad fuera del dolor físico y la necesidad de aire renovado.

Sigourney Weaver, Geraldine Chaplin y Toby Kebell (protagonista en dramas fantásticos de Marvel, Planetas de Simios o adaptaciones de videojuegos como Príncipe de Persia o Warcraft), son partes de otras perspectivas o realidades adyacentes, entre la experiencia o la separación. A favor de la subjetividad en ciertas edades adultas, pero igualmente presionadas por los hechos. Son puntas de un lápiz de colores, dibujando sobre un espacio en blanco del crecimiento, tan visual como un cuento narrado en propia voz y puño. Tan sangrante que, sería capaz de derribar nuestro diminuto mundo, de juegos y sueños, hasta convertirse en una lección de vida que marcará para siempre. Como la música de un ganador del Oscar, el compositor y violonchelista, Fernando Velázquez… autor de una íntima, vorágine sonora.

Se dice «creer para ver», similar a entender los acontecimientos inevitables y nuestro futuro, con fe (no religiosa), cuando el monstruo te llama en la oscuridad y gritas de agonía. Identificado con la metafórica desconfianza del ser humano frente a lo desconocido, de la racionalidad frente a lo imprevisible de nuestras acciones o pensamientos. Por tanto, la película es un trazo artístico contra el dolor de una separación, la percepción fraudulenta de la ilusión, la realidad de un cuento, esa invisibilidad o crueldad infantil y, cierto complejo de Edipo, tras el traumático proceso dentro del seno familiar. Una respuesta calmada, después de un ataque de ira incontenible (o puede ser pánico), que se alza de sus raíces y comienza una viaje al interior de la mente y el corazón. Un cuaderno que colorea cosas imposibles y nuevas esperanzas, como el peso de una culpa monstruosa frente al abismo del tiempo, que nos visitará una y otra vez… hasta que dicho monstruo interior, cierre sus ojos. Aquellos que revelan o comprenden, los instantes más necesarios e importantes de nuestras relaciones vitales. Luego, A Monster Calls es una historia sensible y notable, dentro del cine español de calidad… por ende, en próximos premios nacionales e internacionales: ¡Mucha Mierda, al equipo Monster! 🙂

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