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1898: Los Últimos de Filipinas: la misma canción con distinta letra

1898: Los Últimos de Filipinas: la misma canción con distinta letra. La flor forzada, su voz callada, la amante indefensa, en apariencia... la muchacha que te dirá canciones.

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En esos días confusos para España a mediados del 1898, se inicia el asedio por parte de la sociedad secreta de Katipunan, a una pequeña  iglesia y sus refugiados en el interior. Transcurridos 337 días de enfrentamiento (entre naturaleza, cánticos y contagios víricos), San Luis de Tolosa en la localidad de Baler, pasó a ser conocida como el sitio de Los Últimos de Filipinas. 

En este período, se desoyen indicios de un cambio de papeles del gobierno español, tras un proceso de descomposición territorial en el exterior y futuras amenazas internas (como sangrientos atentados), que empezarían en el movimiento anarquista y una extensión sindicalista en división territorial que llega hasta nuestros días. 

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El antiguo imperio debilitado y descabezado, hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII. Una regencia que abandona colonias a su suerte o acepta trueques económicos, como la propiedad de la isla de Luzón en Filipinas que modificaría el mapa del Pacífico. Tras el opaco desastre del 98 o hundimiento del acorazado norteamericano USS Maine, mutaría el objetivo de insurrectos nativos, hacia el choque más militarizado y colonialista con tendencia a duras represalias de los norteamericanos, gracias a la derrota española en Cavite y Santiago de Cuba. Otras exigencias territoriales y nuevas torturas bélicas se avecinaban, con el uso indiscriminado de armas y posiciones radicales. Históricamente, es el móvil recurrente para los que quieren defender una ideología, explotar o convencer por la fuerza al resto de ciudadanos. Es el mal, también, de nuestros días.

Esta lacra ha ido modificando la percepción que la humanidad, había tenido sobre figuras representativas de su historia y su nombramiento como héroes para una nación determinada. Héroes magnificados en sus obras artísticas. 

Sin duda, algunos de esos últimos héroes conocidos, son las sombras del pasado. Fantasmas reales que se consagraron difuminados, ya que pertenecen a un mundo más conflictivo o confuso, tal que los Últimos de Filipinas, comprobando la desfachatez de unos administradores interesados en otras fortunas (venta de Cuba y Filipinas al gobierno USA) y el descubrimiento de la fuerza de la naturaleza como un huésped no invitado… que te va devorando las entrañas, hasta salir a la superficie o pura realidad. Un visitante más hambriento que nunca, ante tu propia necesidad o inanición.

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Pero, el cine español pocas veces ha tratado de definir un hecho del pasado, dos veces. En 1946, el director Antonio Román y actores como Armando Calvo, José Nieto, Guillermo Marín, Manolo Morán, Juan Calvo, Fernando Rey (y pequeño papel debutante para el inolvidable Tony Leblanc), fueron esos ´valientes` de lucha infatigable e paciencia interminable, para defender el sitio. Acabando bajo los escombros de una historia más práctica, que muta en la nueva versión. Mientras, un superviviente dramático, sería condecorado al cerrar los ojos a dicha realidad, a avisos y voces de ayuda, a designios más humanos que divinos, al hambre, el beri-beri o la disentería; agasajado in memoriam, por llevar a sus hombres a esa espiral de hambruna, enfermedad y pérdida de la razón. Al defender esa causa patriótica y ciega, sobre un país que dejaba de ser un imperio económico en manos de políticos corruptos y otras progresivas amenazas, pues, las penalidades de aquellos últimos de Filipinas, son males arrastrados a nuestro tiempo.

Como muchos espectadores actuales, he cambiado el punto de vista de ese movimiento poco ilustrado y cargado de errores, con la interesante revisión actual de Los Últimos de Filipinas, dirigida por el madrileño Salvador Calvo y nuevo en estas lides. Tras proyectos televisivos y por encima de presiones históricas o sociales, según declaraciones de los atribulados en aquel conflicto y otras parábolas métricas.

Sus notas varían la visión de los hechos contados a través de medios de la época, biografías o la producción cinematográfica conocida. Todo se relativiza, según el tiempo va transformando valores o la actualidad desmonta ciertos pensamientos, convirtiendo a los héroes en amos de la cabezonería estratégica, una táctica errónea o resistencia emocional, sin demasiado fundamento. 

Así personalmente, he recalculado las imágenes procesadas y rebatido ideas o motivaciones de entoces, pues estamirada de la guerra es menos poética, menos cargada de razones y abre la puerta antibélica, con licencias metafóricas en la piel de una prostituta. Es decir, el final de las instituciones clásicas y románticas, frente a la guerra distorsionada por el amarillismo del cuarto poder y unas notas al viento. Ahora, los soldados de Filipinas, encabezan esa lucha ciega contra señales preclaras, a cambio de frustraciones o deshonor, casi olvidado o contaminado, al otro lado del mundo.

Ella, semidesnuda y cálida, es la llave de la parábola temporal. Entre deseo y la incomunicación, que cambia pasión o romanticismo de ayer, por un odio procedente de la incapacidad o contra el desaliento profesional, pidiendo su entrega o la paz. Una canción que transforma una idea asilvestrada, en necesidad mortal encubierta por una bandera tiznada y plagada de jirones. 

Por ello, esta producción de Enrique Cerezo significa una nota discordante hacia la figura del héroe tradicional, con aquellos 57 hombres encerrados en cuatro paredes ruinosas y una mente obcecada, a la espera de refuerzos imposibles y resguardados por un techo elaborado de patriotismo adulterado en oficinas, y creencias en proceso enfermizo, o narcotizado. Puede que su son, haya colocado a cada quién en su sitio y responsabilidad, puede que se haya exacerbado la epopeya heroica o desacreditado a los ciegos soldados… pero, una canción se recuerda sin cesar. Desde el blanco y negro de una foto de 1898, la antigua de Román, hasta este guion actual de Alejandro Hernández donde el dato histórico se convierte en martirio negacionista por descrédito o las bocas silenciadas, desestabilizado por escasez de víveres, medicamentos y otras necesarias notificaciones. 

15 muertos por enfermedad, 2 por balas enemigas, 6 desertores y otros 2 fusilados por el el teniente Saturnino Martín Cerezo, son variaciones que cruzan ambos argumentos, en una producción bien manejada en el aspecto técnico y, como aquella, repleta de grandes interpretaciones. Dotan a una pequeña historia estratégica, de un aspecto más edificante, épico y emocionalmente sonoro, tal que la conclusión simbólica de aquella canción o metáfora, donde sus notas húmedas y míticas, se reflejan distorsionadas hoy. A través de una atracción condicionada y mirada desafiante, caricias a distancia en delicadas manos del mismo origen histórico, con la actriz Alexandra Masangkay, frente al iracundo teniente interpretado por Luis Tosar. Magnífico, como siempre…

Se vuelven a entonar, en otro sentido, pacífico como las aguas que les rodean y revelador como una fotografía o documento avejentado, cálido y húmedo como el sudor en sus cuerpos, oscuro como un sótano vacío. El canto que modifica una posible amistad, en arrebato apasionado y aciago, con la muerte del héroe contemporáneo; ahora, tan solo, una mirada cegada con el brillo de una condecoración, una tumba con raíces a miles de kilómetros, arraigada en la selva y acariciada por la rebeldía. Cercano como el tono del dolor, el delirio de la fiebre o el rugido tedioso en sus tripas. Pues, aquella iglesia izó una idea, se disfrazó de desvencijado hospital, se pudrió como despensa contaminada por un tifón, quebró su voz en modo taberna, rechazada por un congreso radicalizado y abandonada como un féretro a la intemperie, hermética a otras voces.

Los «héroes de Filipinas», quizá poseen mejor rostro. Defienden una posición más pacifista o moralizadora, a pesar de esfuerzos por aislarse o alejarse de flores perfumadas, con los deseos mortificados por su recuerdo al anochecer. La cara, más profesional que nunca, de Javier Gutiérrez o Eduard Fernández, y sus múltiples motivaciones personales, encabezadas por Carlos Hipólito, en una línea de seguimiento ejemplar, un fraile alucinado-alucinante con acento a Karra Elejalde, los jóvenes Patrick Criado o Álvaro Cervantes, y el nominado a mejor actor revelación Ricardo Gómez. La cruz… en la particular memoria.

Ellos, los últimos, heridos mortalmente como su imperio, sentenciado por métodos desafiantes e individualidades rudas, que se deshizo en libertades y fuerzas de naturaleza indómita; destacan en un filme con buena dirección artística y gran fotografía, rodado sobre la selva de Guinea y una construcción sagrada en Santa Lucía de Tirajana, en tierras de Islas Canarias.

La flor forzada, su voz callada, la amante indefensa, en apariencia… la muchacha que te dirá canciones, sin cesar, al oído… de una banda sonora esperada, aunque tú empecinado, sordo, sin fuerzas, no las percibas en la nocturnidad del Pacífico, ya sin armas, camino sigiloso a Manila. ¡Con honor, entre las piernas!

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