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Money Monster: el monstruo de las galletas en la tele

Money Monster podría haber mutado, fácilmente, en película de terror, con un desquiciado individuo y espectadores hambrientos con su carne.  Money Monster podría haber...

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Algunos, siempre están intentando que el dinero se multiplique de forma milagrosa o su cartera aumente sin el mínimo esfuerzo con, aquello denominado ´pelotazo`. Para ello, como muchos ahorradores que no rentabilizan sus cuentas de crédito, se aprovechan de ese oportunismo financiero o utilizan los altavoces y métodos interesados que especulan con la inversión en Bolsa; y así conseguir una fuente de inspiración o información oportuna, que convierta su necesidad económica en una monstruosa cantidad con fétido aliento y dientes blanqueados. Una información que por fin, les haga más felices… o al menos, más ricos. 

De esto y de otras evoluciones propagandísticas del dinero o del ahorro familiar, trata la última película dirigida por la combativa Jodie Foster, con guion de Alan di Fiore, Jim Kouf (The Hidden, American Dreamer) y Jamie Linden (Dear John), en una mezcla extraña de proposiciones ideológicas y expresiones semánticas. Sin embargo, cuando esas informaciones juegan en ligas superiores, se puede comprobar cómo el dinero de esos pequeños inversores, se trata con indiferencia y se comporta nervioso o evasivo como un nuevo programa de televisión en prime time. 

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El resultado es que va perdiendo telespectadores paulatinamente, si se ajusta a una moda pasajera. O convertirse también, en pozo séptico de sensacionalismo para propagar sus consideraciones mediáticas o ideas irrelevantes sobre la condición humana. Entonces, aquellas frías cuentas o datos económicos que proponen los lobbys empresariales, cambian las políticas por simples beneficios especulativos. 

En el medio, frente a las cámaras, estás tú, pequeño «telépata». Con tus garras afiladas en el espejismo de un brillante engaño, realmente programado para no perder lo, y los de siempre. Recuerdas, cuando aparece un George Clooney en el foco, con su lujurioso (más que recomendable) tratamiento de las finanzas particulares, estirando tus necesidades en un canal que compite con enemigos íntimos, y convertido en un rostro simpático y chirriante, sin brillos. Una voz hueca que nos habla de beneficios grandilocuentes (especialmente de economías poderosas) y cuentas, cuentos… con pérdidas semanales que se intentarán maquillar bajo su efecto mediático. De estrella parlante de movimientos bursátiles, que juega a ser dios o crupier con esos restos de la economía familiar y los deseos. 

Es un Money Monster, o estamento permitido que establece extrañas reglas y escenas también, algo maquilladas que revelan un panorama de ficción. Realista en la superficie e imposible en el fondo, cuyos beneficios da a los enormes fondos o estructuras juguetonas, las armas necesarias para ir arruinando a aquellos otros, jugadores individuales que pueden acabar hundidos, con sus ahorros mermados y una crisis existencial como bisagra. Precisamente, en este último punto es dónde el filme M.M. se queda estancado y oxidado dentro de un mediatizado plató, entre una sucesión de disparates emocionales y decisiones radicales para un soñador primerizo. Padre de escasa fiabilidad, como buen ser bipolar e indeciso con el compromiso familiar, no mide las consecuencias y se sumergirá en un mundo de apariencias con un rostro menos ampuloso que la estrella mediática, el del actor británico Jack O´Connell (This is England, 71´) haciendo hincapié en un carácter entre lo ilógico y el histerismo.

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El joven actor participa en dos nuevas producciones, la primera titulada HHhH con Rosamund Pike y Mia Wasikowska en la resistencia checa durante la WWII en Londres, y el drama de época Tulip Fever junto a Alicia Vikander y Christopher Waltz. En la tercera pata de este trípode mediático, hallamos a una realizadora distante en su profesionalidad y centrada por Julia Roberts, antes de dirigirse a Wonder, el nuevo proyecto de Stephen Chbosky, para ejercer de esposa de Owen Wilson y madre de Jacob Tremblay.

Pero, Money Monster es economía en una pantalla de plasma. Una motivación individual de una actriz que no aparece en películas desde hace 3 años y no dirigía desde algo más de cinco, con el nombre de Alicia Christian Foster o más conocida como Jodie Foster. La presentación, algo exagerada, mueve al protagonista a una incursión delante de las cámaras, sin sombra para ojos cansados ni brillo en los mofletes, que encubre la verdadera realidad de noticias internacionales y fondos de inversión, mientras Jodie exhibe una experiencia al límite de la confusión y un caótico espectáculo en su cuarto largometraje en la dirección tras el traumático Castor. Una obra para incrédulos emocionales y ciegos didácticos, que transforma el plató de televisión en un territorio inhóspito, al borde de un ataque de nervios, donde un joven casado y parado, se planta, cuestiona y utiliza sus ´armas` o las mínimas fuerzas que le restan. 

Aunque, es una aparición sensacionalista y espúrea, para tapar errores propios y demostrar, cómo un terrorista de andar por casa, sin convicción ni estrategia, puede entrar por la ventana digital de tu salón como un Robin Hood, pero sin arco ni flechas. Apenas una voz necesaria y poco convincente, nada que ver con la flemática de otro actor Peter Finch en y su gran trabajo en el filme Network, de Sidney Lumet. En pasos dubitativos, hacen que este programa en directo tenga la apariencia de lata precocinada, pilotado sin carácter por Julia, como protectora de un Clooney esperando otro momento de gloria.

Pero, no va a llegar. Todo se presenta con muchas reservas e indecisiones personales, tan vacilantes como las reservas de su privada cartera en estos momentos críticos. El filme es un negocio impreciso que retrata una escena confusa y desdibujada de la realidad, y mejor hubiera sido contemplar a un denunciante y combativo elemento, como un mafioso en busca de una venganza exponencial o la fama en los noticieros, como aquellos extremos de Oliver Stone en Natural Born Killers. Cuando comienza el espectáculo, ya no necesitamos explicaciones ni motivaciones para convencernos de lo anterior, porque su futuro no parece tan verídico y sus sensaciones determinan nuestra falta de interés por los protagonistas, o el despego con aspectos más teatrales de los personajes.

Así, Money Monster se asemeja más a un rostro mediático, con tres cabezas. Cada una, iniciando sus incendios y la voz cautivadora de George Clooney, aunque en esta ocasión, con medias sonrisas tras los mensajes pervertidos por el dinero.

La sorpresa transita por un silencio demasiado alargado, de conveniencia entre el plató y el control en realización. Una guía o apoyo, que se convierte en algo condicionado por falta de peso narrativo y unos hechos dramáticos o diálogos que, dan más bandazos que los picos de sierra de esos beneficios en una época de crisis. Y la visión de una directora, dividida o desenfocada entre el texto y la necesidad de comunicar, o lanzar un denuncia a la sociedad. 

En endiablada confusión de broker, comprando y vendiendo acciones sin datos, rifando la responsabilidad civil y la condena del vocero, en una telaraña tejida alrededor de la televisión, las entidades financieras y la sombra alargada de la especulación económica, todo muy sombrío. Porque el resultado está motivado por un guion poco atractivo y situaciones disparatadas como la gomina o los bailes de Clooney, que promueve una amenaza ridícula en el arruinado protagonista, presagiando unas últimas secuencias fuera de la realidad, de calles u hogares. Con decisiones increíbles de los protagonistas, a pesar de las noticias constantes que vemos a diario, ventajas fiscales que quedan a 0% de interés, u otros movimientos oscuros de capital, que acaban quedándose con todo y beneficiando a esas grandes cuentas o partícipes en paraísos fiscales. 

El dinero negro estafa al ciudadano, engañando a la población media con un diferencial negativo en el fondo, y que escatima sus necesidades sociales. Una permisividad propagada por unas leyes que favorecen a los más poderosos y mediáticos, esto es, aquellos miembros relevantes de grandes negocios y con el poder de la información en sus manos manchadas. Mientras que, el Money Moster se trata de necesidad u opaca avaricia, una presencia fantasmagórica que produce el terror individual y familiar, o una situación mental de peligro disfrazado de crítica social, sobre todo, para un futuro padre y el equipo de televisión secuestrado, desarmado ante una sorprendida y global audiencia.

Engaño, claro, o estratagema que nos inunda de oscuridad, debido a estas confabulaciones de poderosos frente a incautos, desprevenidos, o interesados socios en perspectiva… aunque la denuncia se confunda  de identidad propagandística que se cuela por esa ventana abierta de nuestra propia casa. El dinero cambia la vida o el amor, cegando con sus encantos, motivaciones o agasajos, con expresiones que perpetúan la mentira; tal que la pasión, en favor de un mundo utópico compuesto por apartados, jugadores o perdedores, románticos desencantados, dentro de una sociedad, cada vez más empobrecida, o más peligroso aún, sin valores o perspectivas profesionales. Sustituidos, por una ética monetaria.

La televisión te conecta a una bomba de relojería, peligrosa demagogia, cuyos resortes son manejados por corporaciones visibles y se reflejan en tu via, sustraen tu sangre, se alimentan de ti y dejan tus huesos a merced de un agujero negro irreversible, con doble fondo. Como vampiros milenarios despertando en una realidad, más próspera o basada en los deseos inadecuados, gobernada en la falsedad de algunos medios de comunicación, entre noticias condicionadas y la estética del éxito como bandera. Negra, aumentada sociológicamente en redes sociales (como selfies en posición inverosímil) y de poder absoluto para controlar las mentes en busca de, una fama sin inteligencia ni esfuerzo, es decir, sin excelencia. 

Aquí es precisamente, donde Money Monster se detiene y pierde de manera definitiva, al viajar por ese lado reivindicativo y amable, condicionado frente a una salvaje jungla de números. En una serie de secuencias imposibles y diálogos edulcorados para tan grave situación, que pasa por acciones

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