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Verhoeven desafía a su pasado, con Elle

Así, Elle es una espiral vertiginosa. Que crece según se alimenta de materia cambiante.

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Hace tan solo, 3 años, que el director Spike Jonze nos presentaba y atraía a Ella. Era la historia de una obsesión solitaria y una voz cálida, pero remota, que resultaba de complicados procesos ocultos o codificados, sólo válidos para una imaginativa aventura romántica. Aquello, significaba la identificación del amor con una idea mitificada o necesidad interior, sin conexión, que originaba una pérdida personal o atracción singular al otro lado de una línea marcada de rojo. Un vórtice involucionista, sobre una relación reiterativa y peligrosa, como una pesadilla dirigida al corazón, pero calculada en otra mente. 

Sin embargo, para el protagonista parecía auténtica, porque, a veces, los sentimientos se esconden tras palabras huecas, capas de bits sin emoción, o una imagen desenfocada de la realidad, que provoca en el espectador esa sensación irresistible de la pasión… aunque te engañe la perspectiva vital o sus sentidos les confundan con esa extraña visión o atractiva voz. Her era un mito o sueño… en un mundo demasiado real.
Ahora, vuelve Ella. Conviviendo dentro de una pesadilla existencial al otro lado de la pantalla, igual de real y extravagante que un juego, o ¿acaso no lo es la vida? 

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Su voz suena casi robótica, resabiada, y parece mucho más cercana que otras debido a sus movimientos provocadores y elementos invasivos. Por tanto, su historia posee engaño y dolor, a partes iguales, estableciendo unas consecuencias tan desequilibrantes como inesperadas para todos, excepto ella tal vez. El temor en una mujer madura de éxito profesional, se relativiza frente a su familia y el ambiente laboral, de última generación.

Mientras el sorprendido público que se acerca a esta historia salvaje físicamente e idealizada en su desarrollo narrativo, se ve sorprendido con su avance, simuladamente obtuso y esquivo, gracias al director holandés Paul Verhoeven (Robocop, Total Recall). Qué regresa a las andadas, consumiendo una delicia (no holandesa ni turca, aunque igual de emotiva y realmente dura) que puede resultar indigesta para la mente, no equilibrada, y peligrosa de cintura hacia abajo.

Verhoeven nos envuelve con una atmósfera opresora, una trama calculada y envuelta de un aire irrespirable para sus protagonistas, quizás producto de su mente matemática. Como un videojuego, elaborado para saciar los bajos instintos. Es una obsesión en su cinematografía, la búsqueda de la redención del héroe acorralado, por unas circunstancias hirientes o al filo de lo correcto, desde el renacimiento de la venganza más cibernéticamente humana, hasta la caída en las adicciones combinadas con el sexo más extremo, o una amenaza oculta del hombre sombrío y obsesionado con ese cerebro inteligente de la mujer experimentada. 
Ella, es otra amante herida de este holandés errante. La penúltima de un recorrido magnético y erótico, por su curiosa filmografía, desde las relaciones convulsas de sus películas europeas, a la conversión de un monstruo perseguido por el pasado y su indefinido futuro. De la figura de un héroe o protector robótico, buscando la redención y la venganza familiar, hasta figuras femeninas enfrentadas, en un baile decadente hacia la muerte y otras alternativas sexuales con final, no tan feliz…

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Verhoeven con Ella, ha pasado de las decadentes relaciones y turbulencias sexuales por los Países Bajos, hasta el crimen más abyecto y despiadado, como una guerra contra enemigos depredadores en otro planeta prohibido. Así el guion de David Birke, aumenta la tensión en sus delicadas manos y gracias a la increíble interpretación de Isabelle Huppert, descomunalmente fraccionada en distintos roles. Eléctrica y desafiante, tal que las arterias de tu mano empuñando con fuerza un picahielos y clavándose en la perdida carne. 
Por supuesto, que esta Elle de París no tiene que ver con la Her de Jonze, salvo en su relación extraordinaria y ciertas conexiones binarias, pero posee esa convulsión sentimental que te arrastra a nuevos horizontes, tan desconocidos como rincones oscuros de nuestra quebradiza mente o las órdenes que procesan un extraño juego digitalizado. Una película dentro de otra, igual que una investigación privada abre nuevas pesquisas, entre una imaginación enfermiza y los resultados más contraproducentes para la salud, física y mental. Hechos violentos o desenfrenados sexualmente, tal que un videojuego que pareciera haber sido diseñado por el mismísimo diablo, silente, vicioso y disfrazado de hombre corriente.

La protagonista asomada a una ventana, observa ese futuro cristalizado por un recuerdo, que la persigue día y noche, hasta la sublimación o el engaño. Entreve el peligro, contemplando el futuro complejo que resta por venir, semejante a ese puñetazo que aún duele en su rostro, pero mucho más dañino para su propia intimidad… ¿De veras, crees qué esta trama sugerente se queda ahí, en la simple contemplación? ¿En la destrucción de un mundo, cubierto por falsedades, recriminaciones e injurias, o es la explosión ralentizada de nuestros odios exacerbados? Quizás, un conjunto de realidad e imaginación extrema, pues los encuentros y las palabras expresadas están vacíos, ilegibles para el sorprendido espectador, desafiantes con su método inteligible y crudo. Aunque, la violencia se convierta en el sentido de todo, tanto en el ámbito de la sociedad como en el privado dentro de la psicología perturbada de los personajes. Siempre perseguidos por los agravantes u observados por el público, escrutando en su intimidad como el agresor en busca de una grieta o resquicio pasional por el que colarse en nuestra vida, y que los puede arrastrar a su propia destrucción.
Elle, por tanto, es la madurez, al estudio de los comportamientos y la personalidad experimentada para tratar aquellos asuntos más complicados e hirientes, con cierta frialdad. Casi como una protagonista al acecho, e Isabel Huppert se acerca a la excelencia con una actuación medida, creadora de aquellas ilusiones inconfesables que incitan a mentes ausentes o las más solitarias, aparentemente. Sin embargo, disfrazada de inseguridad, algo condicionada por los últimos datos corrompidos en la memoria, como la respuesta metafísica a ciertas dudas existenciales, que nos asaltan por las noches, leyendo la novela original de Philippe Djian, Oh, sorpresas te da la vida.
 
Hasta que la intimidad, la convierte Mr. Verhoeven en mero ocio privado, para consumo rápido y anónimo. Ya que todo lo que programó, se emborrona en la pantalla y logra esclarecerse con el tiempo, cuando Elle lo trasplanta a su vida real y a esas noticias que nos atacan con violencia. Lejos del juego macabro y de la violencia digital comprimida, subyace el diseño y la fantástica estructura, pues la narración toma los mandos del acoso y se extiende hacia otras ramificaciones familiares. Ahora, todo parece más extraño, convulso e imprevisible, demasiado bestial para ser verdad, o no… cosas de la experiencia y la mente.
Ella emerge de la pura esencia, del odio a su alrededor, se limpia la podredumbre que quedó atrapada en su piel y los huecos de su teclado silenciado, aquella noche. Mira de nuevo, para comprobar que la historia se repite hasta la saciedad, abriendo nuevos caminos hacia la locura, o hasta descubrir la verdadera esencia de una mujer segura. Inteligente, manipulada por el corazón, pero repleta de recovecos ocultos o pensamientos estratégicos. Ella es trabajadora, profesional y divertida, hasta que le tocan la moral y responde con cierta solvencia o decisión, para sus negocios y asuntos privados. 

Para comprobar que, los hombres han transformado todo lo que quiere o aquello que deseaba, han modificado el diseño y las reglas programadas, falsificando su labor incansable y la perspectiva de su personalidad, maltratada, desproporcionada, maniquea, radical, ofuscada… libre. Ahora, que se encaminan a sus propias vidas y se alejan de ella, su mundo se ha convertido en una lucha incesante de géneros opuestos y bifurcaciones personales que se cuelan en el ambiente profesional, en su propia sangre. 

Por tanto, Paul Verhoeven ve en Ella, un arma preparada para la batalla que se avecina, cuando ya no tenía salidas o parecía desprovista de la visión necesaria, la mordida de un animal herido o el valor suficiente, para enfrentarse a todos sus problemas. Decidida, dirige a su equipo con mano izquierda para la industria de ocio, y derecha para otro tipo de ejecuciones pasionales que deberán producirse, tarde o temprano. ¡Claro, basta de quistes sebáceos!… que deforman su figura trabajada y estilizada, o esos virus informáticos que se reproducen enquistados con extrema violencia y carnalidad… pues, esa será su lucha. Evitar una contaminación familiar y profesional, que nuble su cabal personalidad.

Tras el masoquismo del hecho narrado, su evolución personal provoca sensaciones dormidas en el espectador en busca de una reacción, que se reproducirá y le perseguirá hasta la salida de la sala. Tras los engaños y desencuentros estratégicos en las rasantes imágenes de  Verhoeven, se cambia el ritmo y modifican sus pasos futuros, que se pensaban ya a salvo de cualquier agresión. Ellos y ellas, intrigados exponencialmente ante la sucesión de dramáticas circunstancias de una mujer acosada, y esperando una reacción que no llega a manos policiales. Ella, tiene otra decisión más meditada, que estructura la acción pretérita y deforma los rostros, pues, las claves se suceden en racimo, como una pelea violenta en un ring o una moqueta lujosa, en el sótano de nuestros temores y la disparidad de pensamientos alrededor. Un conjunto de identidades al límite, que configuran esta producción entre Francia, Bélgica y Alemania… Elle, es la admirable tranquilidad del personaje interpretado por Miss Huppert, en profunda admiración traumática con su etapa deformada y experimental, desde la ficción a su labor artística y profesional. Al igual que la osadía de un director desconectado del cine, como Paul Verhoeven y aquel Libro Negro.

Así, Elle es una espiral vertiginosa. Que crece según se alimenta de materia cambiante o los desperdicios sociales, y que terminará en el mismo lugar, con todos los personajes revueltos o cuerpos desvencijados a sus pies. Como un puzzle siniestro que, por fin, es concretado y resuelto. Victimas o verdugos, guiados por la irresponsabilidad o marcados con diferentes frustraciones, y viceversa, donde el ganador de este juego violento, cambia de manos, de los personajes a nosotros, y con imaginación nos implica para entender el sádico encuentro inicial. Ese terrible comienzo que distorsiona la realidad… no, la verdad. 

Mientras, la posición victimista se mueve al compás absorbente de la banda sonora de Anna Dudley; respira bajo las notables interpretaciones, Huppert junto a actores como el alemán Christian Berkel (Valkyria, Inglourious Basterds) o los franceses Laurent Lafitte, Charles Berling y el joven Jonas Bloquet; coquetea con otras inclinaciones sexuales, lucha entre generaciones y trasciende tras la cámara, hasta nuestra butaca y la mirada de voyeur. 

No hay sentencia posible… su violencia no se cuestiona, forzada por la concepción cosificada o presuntuosa del género masculino. Travesías de un complejo de Edipo o indefensión de los hijos frente a dificultades, herencias genéticas de matrimonios defectuosos o posturas vergonzantes, engañosas como la sangre que nubla su visión.

Para poner los puntos en su sitio, para Ella, deberemos olvidar las primeras sensaciones personales, las persecuciones y extralimitaciones en la oscuridad, insultos y vejaciones sangrantes, esos conflictos generacionales y el dolor particular, la pérdida del honor y toda injusticia social, el machismo en las redes y trabajos, pero especialmente, de cualquier estrategia alocada… al menos, hasta asomarse a la ventana o visualizar en la pantalla del ordenador, su verdadera sombra. ¡Venganza!

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