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Feliz año nuevo, teniente Dan

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Nunca se marchará de mi cabeza el temor que le guardo a la Nochevieja. Tengo mis motivos, está justificado. Es un miedo completamente racional, pero actúa como si fuera algo irracional. Se ancla en lo inevitable, baja de su barco con maestría y se pasea por el puerto sabiéndose victoriosa una vez más.

Vivo muchísimo más tranquilo habiendo dejado la Nochevieja atrás que teniéndola delante de mis ojos. Prefiero salir cerrando la puerta con firmeza que entrar tirándola abajo, a diferencia de muchos. Rara vez he esperado la Nochevieja con ganas e ilusión. Si fuera por mí, podríamos pasar de las uvas directamente a la comida del día 1 de enero. Ni siquiera ahora, en la edad que se supone el ahora o nunca del disfrute de la noche, me resulta atractiva. No le vi el sentido y no creo que lo vaya ni siquiera a atisbar en el futuro.

La fiesta me comenzó a gustar hace poco. Mi primera vez en una fue en la de graduación de Bachillerato y no sabía qué hacer. No bebía, no bailaba y no cantaba. No estaba demasiado de acuerdo con los principios que regían el entretenimiento en aquel lugar, pero no pude discutírselo a nadie. Ni siquiera me picaba la curiosidad por tomarme un chupito, que es el camino más sencillo hacia iniciarse en todo lo de este mundo. Al revés: le tenía un respeto profundo. Pasé de la niñez a la adolescencia con el pánico a que algún amigo propusiera hacer un botellón. Crecí con miedo a la fiesta. Y la Nochevieja juntaba todos mis temores en apenas ocho horas. Llegaban esas fechas y temblaba.

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Ahora todo eso me da igual. Crecer tiene sus desventajas, pero los puntos buenos desequilibran completamente la balanza.Ya no le temo a la fiesta y juego siguiendo sus principios. Pero el temor a la noche del 31 de diciembre sigue existiendo y haciéndose notar cada año. La posibilidad de pasarlo bien que suponía durante la adolescencia se ha vuelto en una obligación. En Nochevieja ahora tengo que tener algo que hacer. Un sitio al que ir. Gente con quien pasarlo bien. Esperanza e ilusión por la nueva remesa de 365 días recién salidos del horno. Es una misión suicida. Admiro a quienes lo logran. Al año nuevo le pido siempre un poco de su plenitud.

Hay una escena de Forrest Gump en la que Forrest felicita el año nuevo a su teniente Dan en una fiesta. El teniente está sentado al lado de la barra, empapado en confeti y con la mirada perdida. No responde a Forrest. A veces me descubro así. La única diferencia es que yo trato de responder siempre, porque no hay peor sensación en el mundo que que te dejen colgado. A veces nos descubro a todos un poco como el teniente Dan. No es algo exclusivo de mí. Todos tememos en cierto modo a Nochevieja.

Nochevieja es hablar con personas con las que no hablaste durante el resto del año. Nochevieja son decepciones. Es redescubrir que las uvas te gustan pero no volverás a comerlas hasta dentro de un año. Es haber sacado antes de tiempo la sidra de la nevera -maldita la hora en la que se internacionalizó la sidra, por cierto-.Nochevieja es fijarte en que tus pantalones favoritos no te quedan tan bien como creías. Es querer fotografiar el atardecer pero quedarte en el intento. A veces, ni siquiera te llega el ímpetu para encuadrar la imagen. Nochevieja es felicitar a quien puedes, no a quien quieres. Es no irte a dormir demasiado tarde, porque nadie seguirá mañana en tu lugar.

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Del año viejo, el que se fue, quedan más cosas de las que dicen. Quedamos todos nosotros y todas nuestras cosas. Nada cambia. Nochevieja invita a olvidar pero insistes en seguir tomando lo mismo. Quizá no está tan malo, no sé. Igual es que me he acostumbrado al sabor. Al regusto, mejor dicho.

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