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Un Día Perfecto para dejar de… hacernos la guerra

No todo el mundo se comporta igual en una época de crisis, por ejemplo las familias tienen distintos componentes hereditarios o adquiridos que interpretarán a lo largo de una...

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No todo el mundo se comporta igual en una época de crisis, por ejemplo las familias tienen distintos componentes hereditarios o adquiridos que interpretarán a lo largo de una vida. Sin embargo, en el caso de una guerra abierta, hay un rasgo común a todos ellos, la pérdida del sentido del humor y la desaparición de la sonrisa. Sobre todo, si hay en el fondo del pozo algún muerto, que sube y baja recórdandote el pasado. Para el director español Fernando León de Aranoa (Familia, Los Lunes al Sol), nacido en Madrid, que usa para sus momentos cinematográficos, la sonrisa crítica y un agudo cinismo hacia la especie menos humana y esos comportamientos, como en su último filme Un Día Perfecto, impregnándose de él durante los últimos instantes de luchas territoriales y raciales en la guerra de los Balcanes.

En esta ocasión cuenta en esta familia entretenida, en un western teatral de caravanas, con actores internacionales, como Benicio del Toro que utiliza la mentira o deambula por su interpretación particular de estos hechos dramáticos, intentando escaparse de la desgracia que observa con los ojos y la aptitud de un niño, sin poder cambiarlos. Mientras, otro miembro usa la risa para enfrentar la realidad de su existencia solitaria y refugiarse en el humor inteligente de Tim Robbins, para elegir el camino correcto a seguir, izquierda o derecha. Mélanie Thierry (La Princesa de Montpensier, Teorema Zero) es la rama tierna de la familia, cuyos ojos aún no se han acostumbrado a vivir con el dolor, la desesperación y la inmovilidad de un sistema que no funciona por exceso de administración y órdenes contrapuestas a su educación familiar. La más soviética y bella, Olga Kurylenko (Oblivion, La Conspiración de Noviembre) se disfraza con frialdad y odio para ajustar cuentas con el pasado, aunque realmente comprende la lucha de sus compañeros de viaje, cuando ve al niño que se tiene que enfrentar a la verdad y dejar los juegos de pelota. Hay un extranjero interpretado por el actor Fedja Stukan (En Tierra de Sangre y Miel) que no sirve de guía, hasta que su familia adoptada comprende su delicada situación que puede perjudicar a los suyos, pero actúa como el espejo de las sonrisas irónicas. Por tanto, el sentido del humor nos abre su mirada a lo real de la crudeza bélica, emergiendo a la superficie como simple negocio, la ayuda humanitaria conformada en reírse de la propia situación, descargando su rabia por tanto cadáver, con dolor y pena como Mambrú.

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Personajes que manejan cada carácter para tapar su nariz de la estupidez y el sufrimiento de personas humildes, bajo su capa de sarcasmo intentan neutralizar los horrores, desenmascarar a los que hablan y no entienden nada, o encajar una sonrisa para ayudar entre demasiada muerte a su alrededor, contaminando todo.

Curiosamente, el muerto en el hoyo, enlaza todas las escenas, muestra caminos a los vivos para seguir adelante, los cooperantes rían a pesar de su ingrata labor, que los ejércitos se enfrenten a sus propias sombras o las ideologías prosigan su método de separar hombres y mujeres, que los niños descubran de mano y cuerda del abuelo que el destino de su familia cambió para siempre, que vacas y campesinos saben más de bombas que los habituados a las explosiones, que una carretera  perdida entre montañas se convierte en cruel frontera y salvación de varios condenados, o un balón signifique la diferencia entre vida o muerte.

Y que el agua como la risa es continente, que se adapta a cualquier contenido para sacar a relucir las inmundicias, aunque las canciones se pierdan entre el humo de amor y la lluvia, imprecisas en su labor de adaptar el libro de Paula Farias, escritora y coordinadora de Médico sin Fronteras en el Mediterráneo. Cuando escampe, es posible que vengan tiempos mejores para la música, siempre que los hombres olviden sus diferencias y apaguen con la última bocanada, el terror. Por encima de colores y banderas. Al menos nos queda para recordar, si el agua no borra las huellas, el recuerdo de grandes voces como los alegres Ramones y la rudeza del gran Lou Reed.

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Hoy puede ser un gran día, para dejar de… hacernos la guerra.

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