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Un retrato del Rastro de Madrid en 32 imágenes a color y en blanco y negro

El sol de la mañana se refleja en los tejados de Ribera de Curtidores. A esta hora la plaza de Tirso de molina comienza a llenarse de colores. El mercado de las flores abre sus...

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El sol de la mañana se refleja en los tejados de Ribera de Curtidores. A esta hora la plaza de Tirso de molina comienza a llenarse de colores. El mercado de las flores abre sus puestos y el olor fresco de las macetas se mezcla con el del chocolate con churros de los bares colindantes.

Es domingo y la cercana Plaza de Cascorro es un hervidero de vida. Los comerciantes, azarosos, empiezan a montar sus puestos ambulantes mientras que los cafés en vaso de plástico van y vienen entre los hierros y cartones. Desde la latina y la calle de Duque de Alba va surgiendo una marea de madrileños asiduos, turistas de todos los países, curiosos, coleccionistas…todo un crisol de visitantes inundan las calles. 

El Rastro despierta en el corazón más castizo de Madrid. Casi 100.000 personas pueden llegar a acudir cada domingo a uno de los mercados al aire libre más grandes de Europa. El Rastro de Madrid tiene además una raíz histórica que se remonta a los siglos XV y XVI, con el comienzo de  las actividades comerciales vinculadas a los “ropavejeros” así como a los curtidores de pieles y tenerías que se afincaban en las calles cercanas a los antiguos mataderos municipales y a las fábricas. Numerosos cronistas de la época afirman que la denominación de “Rastro” está vinculada a los rastros de sangre que las reses dejaban en las calles en el traslado para su venta a los mercados al por mayor y tenerías.

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El asentamiento del mercado moderno, con su crecimiento espontáneo ya estaba establecido en el siglo XIX. Mesonero Romanos describe el desorden encantador de estas calles en 1861 “llenas de todos los utensilios, muebles, ropas y cachivaches averiados por el tiempo, castigados por la fortuna, o sustraídos por el ingenio a sus legítimos dueños”.

La evolución del mercado durante casi 400 años ha dado lugar a uno de los espacios de comercio más extraordinarios del viejo Madrid el cual ha fascinado a escritores, artistas, cineastas y también a fotógrafos de todo el mundo. En 1914 Ramón Gómez de la Serna publicó una extensa obra sobre el Rastro que años después en 1961, el cineasta Carlos Saura ilustró con fotografías propias. 

Pero el rastro no es nada sin sus de comerciantes, anticuarios, músicos o artesanos. Los que luchan contra viento y marea por mantener el negocio en condiciones nada favorables. Reinventándose día a día. Por ello es importante destacar el retrato humano que hay detrás de este gran mercado. Ellos son los que lo hacen posible.

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En la esquina de la calle de Ribera de Curtidores con la calle Carnero, José Berzal mantiene con su mujer un puesto especializado en gomas elásticas desde hace más de 30 años. José ha vendido gomas por encargo a clientes de diversas partes del mundo, por ejemplo de Londres. Aunque si por algo es conocido José en el Rastro es por sus tirachinas caseros. Todo un clásico del rastro.

Para encontrar el espíritu original del mercado lo mejor es dejar la calle Ribera de Curtidores y perderse por las calles adyacentes, como son la calle Carnero, la calle de Carlos Arniches, Mira El Río Alta, o la Plaza de Vara del Rey.

El Rastro de Madrid sigue siendo hoy una delicia para los amantes de épocas pasadas y buscadores de tesoros. Si algo lo caracteriza es el comercio de antigüedades. La llegada de los anticuarios se situaría, sin embargo, a finales del siglo XIX y principios del XX. Se ha llegado a oír entre los coleccionistas y chamarileros relatos de todo tipo. Los anticuarios recuperan piezas de palacios sacados a subasta, pertenencias de nobles arruinados, muebles que son verdaderas joyas, pinturas y tallas religiosas de gran valor. Todo ello entre un montón de recuerdos de vidas desvalijadas y trastos viejos. Hubo un tiempo en que corrían los rumores de que en las trastiendas de las almonedas del Rastro se escondían auténticos Goya o Velázquez que se podían adquirir a buen precio.

Lo cierto es que existe un mercado interno entre los anticuarios que nutre la vida del Rastro y mantiene las necesidades de las almonedas. Alfonso tiene una tienda de antigüedades en la calle Carnero y destaca lo importante que es el apoyo entre los comerciantes. Alfonso dice que existe muy buen ambiente, “si un cliente requiere una pieza que no tiene, se busca en los demás anticuarios y aún funciona bien el trueque”.

En una pequeña tienda de la misma calle Carnero,  Juan Veiga junto a sus socios, Enrique y Manuel Garcías reparan lámparas de todas las épocas, en muchas ocasiones para los propios anticuarios, ellos son gran parte de su clientela. Sin embargo esta pequeña tienda también ha restaurado lámparas de palacios, museos o para las propias subastas celebradas dentro o fuera de España. Han tenido clientes de todas las partes del mundo.

Pero si hay un rostro característico del rastro es el de Jesús Muñoz de la Llave. Varios clientes forman cola alrededor del pequeño puesto taller, donde Jesús lleva más de 50 años con el negocio de los cerrojos y las llaves. Vine al Rastro con 11 años a trabajar, lo sé todo sobre llaves, lo llevo en mi apellido, dice sonriente. Luego posa para la foto con todo el peso del oficio en el rostro.

También es un clásico el puesto de Javier, es fotógrafo y acumula años de Rastro en la esquina de la calle Mira el Rio Alta. Cámaras fotográficas y todo tipo de accesorios fotográficos antiguos y modernos se encuentran en su puesto. Es muy frecuentado, desde nostálgicos a los que buscan una solución para un vicio tan caro. Se encuentran verdaderas joyas y curiosidades en el rincón que Javier ofrece cada domingo.

Y es imposible hablar del Rastro sin hablar de las galerías de antigüedades, donde Ribera de Curtidores da espacio al arte y al coleccionismo. Las Nuevas Galerías fueron inauguradas en 1952 en el número 12 de la Ribera de Curtidores. Nacieron como las segundas de Galerías Piquer. Son en total más de 60 tiendas. Las Nuevas Galerías también tienen nuevas caras, y reflejan ilusión. Los comerciantes recién llegados tienen sus tiendas en la acera que se sube a la primera planta de las galerías y llevan menos de dos meses en esta aventura. No son tiempos fáciles, la crisis ha golpeado el negocio y las antigüedades no son objetos de primera necesidad,  pero sus vecinos de comercio, con más años en el rastro son un apoyo. Y también el calor y el ambiente de cada domingo.

Dentro de las Galerías se encuentran tiendas muy especiales como Globoterraquea, una delicia para los amantes de la cartografía. La tienda parece un gabinete de algún geógrafo o naturalista del siglo XIX, como Humboldt. Su principal negocio es la compra-venta de globos terráqueos antiguos europeos y americanos de los siglos XIX y XX. 

En el local contiguo, Raúl vende cuadros con un toque moderno. Le encanta la pintura y atiende a los clientes con su delantal blanco donde asoma alguna libre pincelada perdida. También le gusta la fotografía, sabe mucho sobre cámaras de todo tipo. Pintura y fotografía van de la mano. Raúl se deja retratar en la luz de la mañana que llega al dintel de la puerta de su negocio.

Las Galerías Piqué, es una de las señas de identidad más reconocibles del Rastro madrileño.  En Galerias Piqué llama la atención tiendas como Cele, llevada por  anticuarios de más de 60 años de experiencia y con verdaderas obras de arte en su interior. En las galerías los anticuarios ponen a la venta cuadros y muebles del siglo XVIII y XIX. Es un capricho huir de la multitud en su enorme patio o perderse entre los dos pisos, en los que se mezcla el ambiente de corrala con un cierto gusto italiano. Aquí se encuentran tiendas de antigüedades como las de Bertrand Barthélemy, que disfruta tratando con los clientes sobre la barandilla que da al patio. Un autentico oasis en el Rastro.

Descendiendo por la Ribera de Curtidores el ambiente se ameniza con músicos callejeros y los reclamos de los comerciantes.  Hacia las 12 de la mañana el Rastro está en su máxima efervescencia y cuesta abrirse paso, pero casi nadie pierde la sonrisa.

La calle San Cayetano, perpendicular a Ribera de Curtidores también es un espacio dedicado a la pintura. En estas calles, cualquier curioso puede descubrir el encanto de las antiguas corralas de Madrid. Entre corralas es donde se encuentra el rastro de Emaús, en el Nº3 de Ribera de Curtidores. Una verdadera curiosidad que encierra toda la filosofía de los traperos de Madrid.

Por si faltaba algo más en la llamada a la nostalgia en este enorme mercado, no hay más que darse una vuelta por la Plaza del Campillo Nuevo. Los madrileños conocen bien el ritual que se lleva a cabo cada domingo desde hace muchos años. El intercambio de cromos. Muchos abuelos con nietos en busca de los últimos cromos de colecciones actuales. Pero también es posible recuperar el álbum de tu infancia y encontrar aquel cromo que te faltaba del mundial del 82. En el Rastro de Madrid cada cual busca su tesoro.

Si hay otra parte de la cara del Rastro de la que vale la pena disfrutar es de la gastronomía que ofrecen las tabernas de la zona, en el Rastro se esconden los mejores sabores del viejo Madrid. En la Plaza de Cascorro, Amadeo sirve en su taberna, Casa Amadeo, los caracoles más famosos de Madrid desde 1942, basados en una receta antiquísima. Pero si hay que darse un capricho y comerse Madrid, hay que probar el cocido madrileño de Malacatín. Pequeño, familiar y de ambiente castizo que empezó su andadura en 1895 sirviendo vinos y aguardientes a los comerciantes de la zona. Hoy es una gran referencia de la ciudad para degustar el cocido madrileño.

A las dos y media de la tarde el Malacatín está hasta la bandera. José Alberto Rodriguez, el actual dueño, joven y enérgico, sale a la puerta, a tomarse una foto y un respiro. El secreto es de un buen cocido es el tiempo y la materia prima inmejorable, según José.
El tiempo en el Rastro es efectivamente el mejor secreto guardado. Transcurre de una madera especial, casi mágica entre las almonedas centenarias.
 

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