Hubo una época en que el boxeo se ejercía a puño limpio y con los golpes contundentes fuera de casi toda regla, se causaba un grave daño a los contrincantes. Posteriormente (antes de convertirse en un espectáculo con grandes bolsas económicas), este deporte se practicó como una especie de suerte con aspectos técnicos y defensivos para que los practicantes más inteligentes tuvieran alguna ventaja, una tradición que concentró a los acólitos con una repercusión a nivel mundial para el público emergente en los medios. Esto es, una clase de religión o credo, sustitutiva de aquellas dramáticas y espeluznantes luchas entre gladiadores.
Apostatando a mis propias reglas, cuando era un espectador más o menos asiduo a las veladas nocturnas de televisión (ahora práctica abandonada), veo en el filme dirigido por Ryan Coogler titulado como aquel racial e infortunado boxeador, y con el subtítulo en España de La Leyenda de Rocky para no perder el swing de antaño, una inteligente percepción de este negocio que debería ser un deporte más protegido.
En sus cimientos más solidos de lo que pareciera por la degradación constante de la serie en brazos de una falseada épica, la película producida por el propio Sylvester Stallone apuesta por la calidad de la historia principal y sus ramificaciones, con el famoso Rocky Balboa de protagonista.También, sobre la creación de un héroe deportivo más allá de los productos vacíos de la mercadotecnia, con la producción de Warner Bros se apuesta por fotografiar de manera realista el universo de estos tipos duros, por otra parte, tan cinematográficos en la historia.
Por otro lado, la polémica puede provenir por la participación y no consideración para premios cinematográficos, de algunos protagonistas como el propio director, el actor Michael B. Jordan en el papel de ´Adonis` o la simpática y bella Tessa Thompson. Pero, reclamaciones aparte, Creed se muestra contundente, con una gran capacidad creativa hacia la composición de escenas y un montaje dinámico que despierta el interés sin ser aficionado. Un filme bien rodado que certifica que el deporte puede ser una arma combativa contra ciertos males, persistentes pero no tanto como un Stallone en estado de gracia y un ataque de sinceridad profesional.
Si alguien dudaba de la resistencia de los viejos ´rockYeros` para seguir dando guerra hasta el final, ha cometido una torpeza ante la desnuedez emocional del pasado, la autocrítica o, sencillamente, un sentido del humor que se mezcla con cierta morriña por otras épocas más esplendorosas y ochenteras.
A un lado del cuadrilátero, tenemos al pasado encarnado por la amistad golpeada con puño de hierro y una mandíbula dispuesta a todos los encajes, como la memoria de Stallone. Nostalgia por los momentos de cine en el ring, con todos los característicos personajes que deambularon en las películas del Hollywood clásico, las tramas del negro o los compromisos para concretar una pelea denominada ´del siglo`, pasado. Pelear por el triunfo dorado, que transforma a hombres de la calle en estrellas mediáticas o héroes deportivos.
En el otro rincón, la novedad y las ganas de un actor que aprende de su maestro, incansable a las largas sesiones de prácticas y los monótonos entrenamientos físicos, junto al trabajo psicológico del equipo dispuesto a devolver el brillo al hijo y su casual ´padre` de guantes blancos. Limar dudas de un joven púgil y enderezar el carácter iracundo del pupilo, claro, Rocky está impactante con algunas nociones básicas sobre la vida. Te advierto que el guion lo ha conseguido, le ha quitado el peso de la historia al boxeador de Philadelphia y sus escenarios inolvidables.
La peli se expresa con claridad a pesar de los golpes, se huele el lilimento y el sudor en el vestuario, juega con la propia sombra y la ajena o esquiva los derechazos y crochés reales de la vida. En fin, Stallone lame sus heridas y aquellas esquivas de los que le respetan y quieren… vemos la auténtica sangre de sus venas.
Del sombrero de estilo italiano, se saca un repertorio de golpes de ataque y bloqueos defensivos, para enfrentar personalmente (con nosotros) el paso del tiempo y el nombre de la leyenda, dentro y fuera de las doce cuerdas o los fotogramas. Porque, cuando las luces se van apagando, sólo queda seguir adelante, paso a paso, escalón a escalón… hacia la luz y la compañía de Creed. Su vieja amistad con Rocky.
El ciclo se ha completado, con las garantías de un director llamado a la empresa de Marvel proximamente (se rumorea) y la Pantera Negra; mirando hacia atrás y rescatando de la lona unos calzones brillantes y la sonrisa de Carl Weathers, Apolo, depredador y ex-jugador de fútbol.
El recuerdo de los ochenta de nuevo, reclamando su hueco en una era más espectacular en imágenes y cercanía con el público, sin humos ni grandilocuentes coreografías. Aunque, si algo resiste es el sentimentalismo sincero y el amor por unos ojos escuchando una canción juntos.
Liverpool es el ring de aquellos Beatles y de preparación litúrgica para el combate actual, acogedora de un decisivo encuentro con la historia de Rocky, genial en aspectos técnicos y sonido de guantes, melodrama pra un boxeador que nació para actor de acción, y ahora se matricula por su compromiso y veracidad de palabra.
Eso sí, la cámara es otro personaje frente a nosotros, incita al movimiento de pies y el baile, hasta que te exprime con la verdad del combate… and the Winner is Sylvester, actor no cat.