Resolviendo el misterio de Madrid

0
271

Ni entre cuatro lograban resolver el misterio. El caso es que esta ciudad no es monumental, bueno, no tanto como Barcelona o Sevilla, opina Mario, pinchando un torrezno. Anna, canadiense que vino para un proyecto con su empresa y se quedó, les recuerda además, maliciosa, el maldito detalle de la playa. Todos ríen y protestan, vale, playa no hay, y tú, ¿por qué te quedaste, entonces? Ella responde que porque aquí, cuando ves un restaurante rotulado en otra lengua –vaco, catalán, alemán, coreano– sólo piensas: «Lo bien que se tiene que comer ahí».

Risas de nuevo, que se mezclan con el jolgorio de la terraza. Vuelan bandejas, cazuelitas, pinchos, tercios, medias. Estás hecha ya toda una madrileña, dice Alicia, la única de verdad nacida allí. Que como buena madrileña, le recuerda Mario, eres de padre manchego y madre logroñesa. O al revés, qué más da eso aquí, se defiende ella, orgullosa. El gato se hace, no se nace, responde castiza Anna, para sorpresa y jolgorio de todos.

Pero no deja de ser inexplicable, insiste Mario, almeriense de pro, juzgando con severidad el minúsculo tamaño de la tapa; esto está demasiado lleno de gente, al final es demasiado anónimo. Carlos se aprovecha, y robándole raudo el pincho, dice que anonimato es precisamente lo que él buscaba, lo que él encontró (al fin) en Madrid. Bueno, y a su pareja de hace ya años, Aitor, que por cierto ha mandado un whatsapp y dice que se incorpora luego.

Todos aprueban, mientras Alicia caza al vuelo la mirada del camarero –todo un arte, en Madrid– y le implora otra ronda de botellines. Chavales, pues yo estoy preocupado, que cuando vuelvo a casa, al mar, ahora me falta ese ruido de fondo de los coches pasando al lado de la terracita, de los taxis pitando, esto no pué ser sano…

Y más risas: que si filosofía garrafón, que no, que sabiduría de bar, que ná, que nadie entiende qué misterio hay aquí. Y el cielo, poco a poco, ya no es azul Goya, sino de ese añil con naranja farola que quedará hasta que amanezca, hasta que el último madrileño vuelva a casa, paseando, cruzándose con los que salen.

José-Domingo Rodríguez Martín, Profesor Titular de Derecho Romano en la UCM

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí