El Estanque Grande del Buen Retiro o, como más popularmente se conoce, Estanque del Retiro, es uno de los símbolos por antonomasia de la ciudad de Madrid y un lugar de encuentro para todos aquellos que se pasan por la zona desde que fue creado a mediados del siglo XVII.
A lo largo de toda su historia, sus aguas han servido como reserva de agua para el desaparecido Palacio del Buen Retiro y sus jardines, como lugar para pescar e incluso para recrear batallas navales. Hoy, las únicas embarcaciones que surcan su superficie son esas destinadas a turistas y enamorados, siendo en cualquier caso cientos las personas que cada día deciden coger los remos para disfrutar aún más del estanque.
La mayoría lo harán pensando que si desgraciadamente cayeran por la borda tendrían que usar un flotador, pero nada más lejos de la realidad, puesto que la profundidad media es de 1,27 metros y su punto más hondo apenas supera los 1,80 metros. Sin embargo, sus turbias aguas nos hacen imaginarnos cosas mucho más terribles en su interior y ni se nos pasa por la cabeza tratar de cruzar el Estanque del Retiro a nado.
También en este sentido es más poderosa la imaginación que la realidad, ya que los únicos monstruos que habitan esta masa de agua son los cientos de carpas que se arremolinan alrededor de la orilla cuando algún transeúnte las obsequia con migas de pan. Eso sí, hubo una en especial que sí se ganó merecidamente el título de criatura infernal, ya que superaba holgadamente los doce kilos y el metro y medio de longitud.
La encontraron en 2001, última vez que fue drenado el Estanque del Retiro para realizar trabajos de saneamiento. Ahí estaba, destacando entre los más de ocho mil peces que allí nadaban. Compartían también hábitat con la infinidad de objetos que se encontraron. A saber, nueve bancos, 192 sillas y 40 mesas procedentes de los bares del parque, 50 teléfonos móviles, 20 vallas, tres contenedores de basura, una caja fuerte, varios relojes, cámaras de fotos, más de 40 barcas hundidas y dos piraguas e incluso urnas funerarias, así como centenares de objetos personales más pequeños.
De momento no está prevista ninguna otra limpieza, pero seguro que en 18 años ha habido tiempo suficiente como para que el fondo vuelva a estar lleno de “tesoros” y, quien sabe, para que otra carpa gigante domine las aguas que se mueven tranquilas y turbias bajo el Monumento a Alfonso XII.