Somos más libres, o tal vez no

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El tiempo está mejorando. En pleno invierno ya es primavera. Cambio climático, o no, o sí. Apetece pararse un momento con los vecinos, en la calle, a la vuelta de la compra. De diario es complicado, siempre hay algo urgente, pero si es sábado, o domingo, un ratito de charla al sol viene bien. De lo general a lo concreto y vuelta a las generalidades. De las reparaciones y reformas del edificio al coronavirus pasando por Barcelona y por el IFEMA.

Sostiene un vecino que está muy bien haber suspendido el Mobile World Congress (MWC) en Barcelona. Demasiadas empresas chinas en esto de los móviles, demasiado riesgo para la salud. Han hecho bien. Dice esto, al tiempo que acaba de volver con sus hijas adolescentes del Japan Weekend Madrid (por abreviar JWM), la feria del manga, del anime y del entretenimiento, repleta de novedades niponas, coreanas, o… chinas. Repleta de visitantes. Se asombra de que algunos padres del colegio hayan decidido no ir al evento por miedo al coronavirus.

Si lo piensas un poco es lógico que vivamos preocupados por el famoso virus chino. Pero, a estas alturas, el problema es ya mundial. Países como Japón tienen en cuarentena un crucero, con cerca de 4000 pasajeros. La NISSAN ha suspendido la producción en su planta de Kyushu, al Sur de Japón y ha suspendido el Pokémon Asian Top League en Kyoto. Los afectados por el coronavirus superan con creces las 200 personas en el país. Entonces, ¿por qué habría de darnos más miedo el MWC que el JMW?

Quienes participan en la tertulia callejera consideran que las nuevas tecnologías nos hacen más libres, facilitan nuestras vidas y nos dotan de abundante información para emitir un juicio justo y hacernos una objetiva composición de lugar de cuanto ocurre por el mundo, incluido el coronavirus.

Sin embargo algo falla. Creo que lo cierto es que las decisiones que tomamos, pretendidamente más libres, supuestamente más racionales, no se sustentan fundamentalmente en argumentos lógicos, sino más bien en los mensajes que recibimos constantemente y que, cada vez más, son predeterminados por algoritmos que manejan miles de datos de los que disponen quienes dirigen y diseñan esos procedimientos de cálculos geométricos complejos.

Mensajes simples, propuestas sugerentes, indicaciones sencillas, a veces simplonas, aparentemente eficaces, información que se dirige no tanto a nuestra cabeza, a nuestra capacidad de discernimiento, a facilitar nuestra toma de decisiones, sino a nuestro estómago y a nuestros sentimientos.

Cosas que son muy parecidas a la luz de la razón, son vistas de distinta manera cuando las juzgamos desde los intereses personales, lo que queremos oír, lo que nos incendia el corazón, cuanto pensamos que puede saciar nuestra hambre.

Creemos que somos más libres porque se despliegan ante nosotros infinitas posibilidades de elección. Vivimos en un centro comercial global. El mundo como gran superficie, parque temático, supermercado, feria del consumo. Pronto delegaremos nuestras decisiones en la inteligencia artificial de Siri, o Alexa. No reparamos tampoco en que, al final, terminamos eligiendo aquello hacia lo que nos conducen y, sobre todo, terminamos pasando por las mismas cajas donde pagar.

No quiero ponerme conspiranoico y comenzar a pensar que todos los virus se nos viene encima a causa de un descuido más o menos intencionado en un laboratorio. Buscar culpables entre quienes más pueden ganar con esta situación. No hace falta y nos perderíamos en estériles debates que podrían llevarnos hasta los alienígenas, o los poderes oscuros del mundo.

Aquí, así de entrada, vamos a perder todos y especialmente los de siempre. En una economía globalizada, si la situación generada por el coronavirus se prolonga y paraliza China, muchos productores se verán pronto privados de componentes esenciales. Comenzando por las grandes multinacionales de la automoción, siguiendo por otras tecnológicas como Nintendo, o todo tipo de redes de transportes.

La escasez podría estar a la vuelta de la esquina y la situación interna del gigante chino podría desestabilizarse. Las consecuencias serían catastróficas en todo el planeta. No es conspiranoia, ni visión apocalíptica. Puede que la teoría del colapso no sea mera distopía angustiosa y difícil de imaginar.

Va siendo hora de sustituir la guerra por la cooperación, la competencia por la colaboración y la manipulación de las mentes por el juego de la libertad. Del mundo a las comunidades de vecinos, pasando por los barrios, o las empresas. Va siendo hora de conquistar la libertad de pensar.  

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