La Declaración de Principios sobre la Tolerancia de la UNESCO define esta como el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos (…) No sólo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica”. La tolerancia, por tanto, implica aceptarnos como personas distintas, pero, al mismo tiempo, como conciudadanos y, por tanto, como merecedores de una educación digna y antirracista. Tenemos el legítimo derecho a ser diferentes, y a no ser objeto de discriminación, aversión o coacción por ello.
Las recientes reivindicaciones del Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo (2 de abril) y del Día Internacional del Pueblo Gitano (8 de abril) ponen de manifiesto que la educación es, precisamente, el instrumento que permitirá desarrollar la conciencia de una convivencia social que contribuya a dignificar a la persona en cuanto ser único, diverso y plural.
El conflicto permanente de las relaciones humanas resulta, cuanto menos, inevitable, pero la cooperación, el entendimiento y el respeto hacia el otro han de ser los pilares sobre los que debe construirse una renovada cultura educativa orientada a arbitrar los mecanismos que posibiliten a que todas las personas tengan las mismas oportunidades de ser diferentes.
El profesor Ferrajoli declaraba que los derechos fundamentales de libertad son los que garantizan el igual valor de todas las diferencias personales, comenzando por las culturales, que no son más que las diferentes identidades de cada uno como persona.
Educar en tolerancia constituye un imperativo moral que nos impele a entender que cada individuo tiene un valor intrínseco por lo que en esencia es y no por su pertenencia a un grupo, pudiendo dotar así de las herramientas intelectuales que permitan un aprendizaje basado en el reconocimiento recíproco y profundo del otro.
Educar en tolerancia se nos presenta como uno de los mayores compromisos que debe asumir el sistema educativo en su conjunto, ofreciendo un espacio de diálogo para que las generaciones futuras puedan entretejer relaciones afectivas e intelectuales más allá de sus diferencias, partiendo del innegociable reconocimiento mutuo, en cuanto individuos poseedores de la misma dignidad y respeto.
En un mundo cada vez más polarizado, educar a nuestros jóvenes para que aprendan a vivir en tolerancia va más allá de la armonía social como utopía. En cambio, constituye una auténtica política real de desarrollo humano, porque la educación que impartamos hoy condicionará sin lugar a duda la sociedad de mañana. Eduquemos en tolerancia, porque sólo así, ganaremos un futuro para todos.