Vísteme despacio que llevo prisa

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El Coronavirus no es ninguna broma. Lo hemos aprendido a costa de muchas muertes, mucho dolor y no pocos errores. Nadie sabe muy bien cómo se comporta cada virus hasta que impacta sobre nosotros. Los hay muy virulentos y otros cuyos efectos son mucho más leves, algunos dan la cara de inmediato y otros tardan tiempo en hacerse notar en cada organismo, unos son muy contagiosos, otros son selectivos y atacan especialmente a jóvenes (como la gripe española), o a mayores (como este Covid19), otros pasan casi desapercibidos. Unos se detienen con el calor, otros no.

Pueden mantenerse latentes durante miles de años bajo el permafrost siberiano, en las profundidades de una selva y, de pronto, se derrite el hielo, o nos adentramos en un bosque intrincado y el virus pasa a un animal, a un hongo, una planta, una bacteria, otro virus y decide acompañarnos de vuelta, amablemente lo transportamos en nuestros aviones y luego depende tan sólo de la suerte que tengamos que pase de largo, o que se instale entre nosotros, que nos enferme, o nos mate.

Cada país ha adoptado unas medidas para contenerlo, con mayor o menor fortuna, con más o menos confinamiento, nadie sabía si iba a acertar porque ha dependido de la suerte que hayan tenido nuestros asesores científicos, nuestros expertos, los investigadores. Al final parece que han acertado los que han buscado con tests a los contagiados asíntomáticos, los han aislado a tiempo y han adoptado medidas para mantener las distancias y usar mascarillas (yo no te contagio, tu no me contagias), medidas como el cierre de actividades que implican contacto social.

Aún así han tenido que desconfinar con sumo cuidado, recuperando medidas restrictivas cuando han brotado nuevos casos. Lo hemos visto en Japón, en la propia China, Corea del Sur, Singapur, o en algunos países europeos como Alemania, Francia y ahora Italia. El negacionismo de gobernantes como Trump, o Bolsonaro, ha demostrado el desastre al que conduce ignorar el poder de la naturaleza desatada. En América Latina, o en África, será tarea imposible saber el número de contagiados, ni de muertos, porque no hay sanidad, ni Administración tal como las entendemos por estas tierras.

No es ninguna broma y, sin embargo, forma parte de la locura humana pensar que los desastres pasan y podemos volver a la misma fiesta que habíamos dejado a medias. Tras cada gran desastre natural, guerrero, o económico, viene un carnaval de desenfreno que prepara la siguiente catástrofe. Sigue aún muriendo gente a nuestro alrededor y ya podemos ver a la gente sin mascarillas por las calles, caminando en grupos sin guardar distancias, apelotonados, en terrazas con demasiadas mesas, compartiendo bancos de los parques, reuniéndose por decenas. No son todos, pero son muchos. 

Mientras duró el encierro obligado, el miedo a la multa nos mantuvo fuera de las calles, pero ahora playas, parques, paseos marítimos y todo tipo de espacios públicos, se convierten en lugares para el encuentro, la reunión, o para correr sin mascarilla sorteando y rozando obstáculos humanos, para jugar a la ruleta rusa con nuestra suerte. Total, si el virus atina, quienes caerán serán unos cuantos mayores, porque son ellos los que llevan todas las papeletas. 

Hay que recuperar actividad económica y empleo, claro que sí, en un país que ha desmontado la industria, con una construcción desbocada y cuyos negocios se basan en los servicios, a base de bares, centros comerciales, hoteles, turismo, inmobiliarias y poco más, en todo caso servicios, muchos servicios. Pero no entiendo esta obsesión de algunos gobiernos por ganar la carrera del desconfinamiento, abrir empresas, centros educativos y grandes almacenes y superficies comerciales cuanto antes, colegios, festejos. No les veo con tanta prisa recuperando el funcionamiento regular de la sanidad.

Me admiran, por el contrario, otros gobiernos autonómicos y municipales que miden sus fuerzas y sus pasos para no meterse de lleno en alguno de los lodazales que nos rodean. Me admiran los que preparan y negocian medidas  para reforzar su sanidad pública, sus servicios públicos, y sus servicios sociales, intentando seguir conteniendo la pandemia, recuperar actividad y empleo de forma segura y evitar el hundimiento de las familias y de las personas. 

Me admiran y me merecen respeto. Vísteme despacio, que llevo prisa.

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