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Fumando espero

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La ciencia aún no ha conseguido establecer evidencias que relacionen el consumo de tabaco con la transmisión de la Covid-19. Pero, a priori, la medida pionera puesta en marcha por la Xunta de Galicia que prohíbe fumar en las calles y terrazas, cuando no hay distancia de seguridad, parece adecuada. Diversas sociedades médicas españolas y los investigadores del Laboratorio de Coronavirus del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC, corroboran la hipótesis de que el tabaco es un elemento facilitador de contagios.

Hace unos días, leía las razones que Sonia Zúñiga, investigadora del citado laboratorio, exponía en favor de este argumento. Reconocida la ausencia de pruebas científicas que señalen que el humo del tabaco disperse más las gotas de saliva que contienen coronavirus, sí es una evidencia que las moléculas salen al exterior con más fuerza que cuando respiramos normalmente. La investigadora apelaba al hecho de que se “expulsan más gotitas”, a pesar de que el virus no se transporte por el humo.

Pero el CSIC no es el único organismo que avala esta cuestión. Los expertos de la Asociación Española de Epidemiología ya recomendaban en julio que, playas, terrazas y espectáculos al aire libre, se consideraran espacios sin humo. Y, además, denunciaban que muchos establecimientos con terrazas semicerradas, en los que sí está permitido fumar, incumplían la normativa antitabaco.

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La postura de la OMS confirma la teoría de que el tabaco contribuye a los contagios

La posición de la Organización Mundial de la Salud, es a veces, controvertida. Entendiendo que el total desconocimiento que teníamos sobre este virus en el origen de la pandemia, nos dejó descolocados como sociedad a nivel global. Sobre esta cuestión, advierte que el tabaquismo acrecienta los síntomas en las personas que padecen COVID-19 y coincide con Zúñiga, al advertir que el riesgo en la propagación de contagios no se debe al transporte del humo.

La organización tiene clara su postura. Entre las recomendaciones que ofrece sobre la relación entre tabaquismo y Covid-19, destacan algunas como: “Llevarse las manos a la boca puede transferir el virus a su cuerpo”, “compartir productos relacionados con el tabaco puede transmitir el virus entre personas”, “el tabaco debilita su sistema respiratorio y lo hace más vulnerable al virus”.

Si atendemos a las recomendaciones que se han impuesto desde el comienzo de la pandemia, como lavarse las manos con frecuencia, usar jabón o desinfectante a base de alcohol, o no tocarse los ojos, la nariz o la boca; la prohibición de fumar socialmente comienza a cobrar sentido. Ofrecer tabaco, o compartir cenicero o mechero, y sobre todo, llevarse las manos a la boca, parecen causas probables para el contagio. Así como el hecho de quitarse la mascarilla para fumar sin guardar la distancia de seguridad.

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Cuando David Roberts empleó el término posverdad, por primera vez, en 2010, probablemente ya imaginaría la ingente cantidad de consecuencias que tendría; pero no sé si esbozó que definiría nuestra forma de vida. A pesar de encontrarnos en una época en la que la verdad se diluye entre nuestros dedos, debemos aprender en qué y en quién confiar. Porque si no adoptamos medidas como el uso de mascarillas, guardar la distancia social, evitar las concentraciones o evitar el tabaco en sociedad, será el coronavirus SARS-CoV-2, el que acabe con nuestras libertades, y puede que, por desgracia, también con nuestra salud.

Ahora, los fumadores podemos poner en práctica aquello de “silentium est aureum”, porque no es el momento de reivindicar nuestro derecho a ennegrecer nuestros pulmones, ya que, como hemos visto recientemente, el negacionismo, al menos en su forma absurda, es uno de los mejores aliados de la Covid-19.

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