El amor existe. Lo sé porque lo llevo dentro. Lo sé porque yo soy amor.
A pesar de que el dolor me esté borrando ciertos recuerdos felices – o quizá sea mi instinto de supervivencia -, yo sigo creyendo que existe.
El sentimiento de dos se fue por un drenaje del tamaño de un agujero negro con la fuerza aspiradora y asfixiante de unas arenas movedizas. El aire se intoxicó desde el otro lado, las olas me arrollaron sin previo aviso y la calavera y las dos tibias fueron arrojadas sobre mí con violencia gratuita.
No sé cómo he salido viva de semejante ataque.
Será que, en el fondo, soy más pirata que los que asaltaron mi vida al abordaje para robarle los tesoros. Será que los tesoros, en realidad, siguen siendo míos y no pueden ser robados. Será que cuando el oro está en el corazón se regenera solo aunque desde afuera insistan en saquearlo. Será que cuando el oro es propio no puede ser usurpado.
Más allá del brillo está la luz. Por encima de la agresión, de la maldad, de la ignorancia, de la inconsciencia, de la pobreza de espíritu está la luz.
Más allá del limbo de los culpables que no se hacen cargo de sus actos y de los actores secundarios que tejen redes invisibles de traición, está la luz.
Más allá de las insidias y la injusticia egoísta, está la luz. Más allá de uno mismo y de sus sombras, está la luz.
Da igual si en tu travesía se cruza Barba Negra, Drácula,
Voldemort, los muertos vivientes de Netflix, el Demogorgon, Anabelle, Chucky, Michael Jackson en su vídeo “Thriller” o la mismísima Niña de la Curva.
Tu luz es tuya, y nadie te la puede arrebatar. Y si sientes que así ha sido, algo estás haciendo mal.
El amor existe. O debería. Cada uno tiene la capacidad de tenerse y sostenerse a sí mismo. Ser felices está en nuestra mano – perdón, en realidad no quiero sonar como libro de autoayuda, pero echar balones fuera no sirve para mucho -.
Ojalá algún día todos nos lo creamos y nos apliquemos el cuento. Y así será imposible que vengan corsarios, vampiros, zombis, hombres lobo, monstruos del otro lado, fantasmas trágicos o muñecos diabólicos que nos puedan contaminar con su mierda sobrenatural para alejarnos de lo bueno.
Porque lo bueno, como el amor, también existe. Está dentro de nosotros. Dentro de cada uno.
La cosa es no perderlo de vista, para que en los días oscuros no se nos vaya la luz.
¿O acaso alguien, por voluntad propia, prefiere vivir en las tinieblas?
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