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El mercado de Antón Martín, ochenta cumpleaños… y tres siglos de historia

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El mercado de Antón Martín, ubicado en pleno centro histórico de la ciudad de Madrid, en la calle Santa Isabel, muy cerca de la Plaza Mayor, de la Puerta del Sol y de la Plaza de Atocha, celebró su 80 aniversario el pasado viernes 28 de octubre. Toda una vida ofreciendo producto fresco en sus puestos tradicionales, gastronomía para cañear y tapear, e incluso una de las más míticas escuelas de flamenco de Madrid. Todo esto es Antón Martín, que acaba engalanarse de flores naranjas en alusión al color de su fachada. Ahora, ofrece tapas originales y un recorrido fotográfico por su pasado y su presente.

Este mercado lleva haciendo compañía al Cine Doré desde 1941, pero son más de tres siglos los que ha estado mostrando su vocación de mercado. Durante el siglo XVIII, la plaza de Antón Martín tenía el sobrenombre de plazuela del Mercado, ya que, desde allí, hasta Santa Isabel, se reunían puestos ambulantes de alimentación y el voceo de los vendedores creaba el ambiente propio de este rincón madrileño.

Desde entonces abastece a barrios como Las Letras, Lavapiés y Justicia, conocidos por su ambiente turístico, bohemio, artístico y multicultural. Su nacimiento respondía a la necesidad de introducir medidas sanitarias e higiénicas en el abastecimiento de la ciudad, el vocerío cesó en la calle y se trasladó al interior, donde los puestos mejoraron sus condiciones, con bancadas anejas donde exhibían sus productos y tentaban a los potenciales compradores.

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En la actualidad dispone de algo más de 70 puestos, que incluyen espacios gastronómicos y donde, por lo general, aproximadamente un 50%, continúan las ‘sagas’ familiares. Comercios que han heredado padres de abuelos e hijos de padres, y que cada mañana, levantan sus cierres para atender al público. Pero también hay otros, que acogen nuevas caras y nuevos productos, adaptados a las nuevas necesidades de los tiempos actuales. La oferta se amplía desde una inmobiliaria o una tintorería hasta una clínica veterinaria y un afilador. Pasado, presente y futuro, unidos en el mercado de Antón Martín.

Cultura y arte en un mercado a la antigua

Mercedes Moyano está al frente de la gerencia del mercado desde hace más de 30 años y ha sido testigo de su evolución. Aún recuerda que, al levantar la mirada cuando aterrizó, en plena decadencia del mercado, pensó: “Dios mío, cuánto trabajo hay que hacer aquí”.

Era el momento de remangarse y la primera medida fue racionalizar el espacio. En la tercera y última planta muchos de los puestos, todos exclusivamente de fruta y verdura, estaban vacíos. “Decidimos reubicarlos en las dos plantas inferiores, donde existían puestos de todo tupo. Y en esa tercera planta, vimos un espacio diáfano al que teníamos que dar uso”. La tendencia de las cadenas de alimentación se abría paso en ese momento, pero decidieron no hacerlo porque alimentaría la competencia. Mejor “arte y cultura española combinados con un mercado a la antigua”, recuerda Mercedes.

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Allí se instaló Amor de Dios, la academia de flamenco, creada en 1953 como estudio y ensayo de la compañía de Antonio ‘el Bailarín’ y en cuyas aulas se han formado nombres como Gades, Joaquín Cortés, Sara Baras, Merche Esmeralda o Cristina Hoyos.

La tormenta de ideas trajo luego la primera barra de degustación en un mercado. “Pensamos en una de frutas cortadas y zumos, era lo más fácil”. Superadas las trabas que ponía Sanidad, al final fue una vendedora nueva la que se atrevió a instalarla con productos de charcutería y quesos. Hoy sigue ofreciendo sus delicatessen.

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Espacios gastronómicos y estrellas Michelín

Tiempo después llegaron los espacios gastronómicos, en los que no falta uno con estrella Michelín. “Queríamos que fuera algo más que tomarte una tapa o una caña. Apostábamos por la calidad del mercado de siempre unido a la alta gastronomía, todo claro, a unos precios mucho mejores, a precios de mercado”, explica Moyano, convencida de que “funcionamos por imitación. Si pones algo bonito, bueno, de calidad, rápidamente otros te siguen”.

Una de las consecuencias de ese espacio gastronómico ha sido la edad de la clientela y el cambio de las horas punta. “Ahora son los sábados cuando más gente hay, y gente más joven. Antes la edad media de los clientes era de 75-80 años, pero el mercado gastronómico ha rebajado mucho la edad”, constata Mercedes.

Eso ha desvelado otra necesidad: hacer pedagogía de la compra. “Muchas veces cuando preguntas a un joven por qué no compra en el mercado, la respuesta es ‘no sé’. Desconocen, por ejemplo, lo que es la tapilla, la contra, la cadera… Están acostumbrados a ir a un lineal, coger un envasado y ya”.

De nuevo a remangarse. Y así surgieron los talleres. Desde cómo plantar aromáticas, cómo hacer un guiso o descubrir las diferentes variedades de los productos hasta nutrición y alimentación saludable. Y, sobre todo, infantiles para aprender a comprar desde pequeños. “Les damos dinero falso y no sabes lo que les cuesta contarlo, siempre te piden rebaja, explica entre risas la gerente, quien avanza que el reto es continuo.

Este año, por ejemplo, han introducido las taquillas frigoríficas para recoger la compra en perfecto estado de conservación, están diseñando su propia web y siguen ajustándose a las nuevas demandas y a esos cambios del perfil del comprador.

Una piña durante la pandemia

Salvo un puesto, el resto de los situados están ocupados. La pandemia no ha podido con ellos, reiterando una vez más su capacidad de resistencia y el papel que juegan los mercados en la vida de la ciudad. “Cuando todo fallaba, los mercados de abastos han estado ahí luchando y garantizando el suministro de la población. Hemos tirado como jabatos”, afirma Moyano, al tiempo que pregunta: “¿Sabes por qué hemos sobrevivido? Porque hemos sido una piña”.

Esa unión los llevó a abrir un banco de alimentos que tenía cola; o a gestionar desde la gerencia el reparto de las cestas de la compra con todos los pedidos de una persona en un solo envío. “Llegamos a repartir no solo en el barrio sino en toda la ciudad. Siempre digo que somos como una locomotora, unas veces tiran unos, otra otros, pero siempre hay alguien tirando”, recalca Mercedes.

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