Estaba muy tranquilo con mi desempeño en estas columnas hasta el pasado domingo. Resulta que una periodista argentina que sigo, Tamara Tenenbaum, escribe columnas semanales. Y en la última dejó caer que imagina sus textos como un todo que publica parte a parte. Y que tiene una lista de ideas y valores de los que habla y a los que defiende en esas partes.
A mí leer a mis autores favoritos me encanta. Cómo no iba a hacerlo. Por algo son mis favoritos. Pero a veces me pegan unos hachazos que me dejan unas curas trabajosas. Unos hachazos que no solo perforan y desgarran, sino que también provocan infecciones. Venía de sacar la que creo que es la mejor de las tres columnas que he publicado aquí y hoy resulta que no sé ni por dónde empezar. Todo gracias a mis autores favoritos. Tamara y el resto de columnistas que me gustan tienen varias cosas en común: lo bien que escriben y lo buenos que son los temas de los que hablan. O, mejor dicho, la precisión con la que los tratan. El bisturí de los maestros. La literatura de los cirujanos de esto.
Cuenta Tamara, que también trabaja como editora y crítica de literatura, que según ella no puede existir nada mejor que hablar y escribir sobre libros. Y también que es algo que podría defender a gritos en un bar. Leer esa frase hizo que conectara con uno de los principios que últimamente trato de aplicar a mi vida: tenemos que ilusionarnos. Tenemos que tener cosas que nos ilusionen. Tenemos que tener metas. Sueños. Algo que nos sirva de respuesta a la pregunta de qué harías si fueras millonario y no tuvieras que trabajar nunca jamás. Y hay que usarlo como combustible para no quedarnos tirados en medio del páramo que por momentos es la vida.
Estaba muy tranquilo –en realidad no tanto- con mi día a días hasta que leí hace unas semanas que tenemos que visualizarnos consiguiendo nuestros objetivos. No por temas de leyes de atracción o aquello de que si deseas algo con mucha fuerza lo obtendrás. Nada de eso. Es por anticipar la sensación que tendrás al lograrlo. Para sentir con antelación los refuerzos anímicos y para motivarse. De primeras lo entendí de manera negativa, con la pereza y el agobio cuchicheándome al oído que ni de coña. Lo entendí como deberes por hacer. Pero después de un rato pensando sobre ello creí que es el escudero `perfecto de tener ilusiones.
Y todo esto desemboca en que ahora otra de mis ilusiones es tratar de darle a estos textos un sentido total. Un sentido englobante. Que se puedan leer todas las partes y que se pueda reconocer un todo si se juntan. Y que se me pueda reconocer a mí en él. En definitiva, que estas columnas sean parte de mí también. Un yo al que defendería a gritos en un bar, llevara o no la razón. Porque las ilusiones no dependen de si un día te toca la lotería y te vuelves millonario, o de si a Tamara Tenenbaum saca el hacha a pasear y te corta con su sofisticado filo. Las ilusiones te obligan a vivir para conseguir cumplirlas. Así recorres más tiempo el páramo que es la vida y te da tiempo a tratar de replantar algo.
Estaba muy tranquilo. Estar tranquilo es algo que también defendería a gritos en un bar, aunque las formas no concordasen con el fondo. Pero lo haría sabiendo que una parte de mí necesita estar ocupado. Necesita darle vueltas a algo. Va a haber que perfilar eso. Las partes del todo no se pueden contradecir.