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David Felipe Arranz: «Veo a los políticos de ahora muy poco equipados intelectualmente»

«Es complicado que España mejore mientras sigamos votando a una panda de mastuerzos e incompetentes que son incapaces hasta de ejecutar las ayudas europeas», lamenta.

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David Felipe Arranz (Valladolid, 1975) es filólogo hispánico, periodista y comparatista. Es profesor de Universidad Carlos III de Madrid y colabora en varios medios de comunicación. En el año 2018, su programa radiofónico «El Marcapáginas», cuyas emisiones arrancaron allá por el 2000, obtuvo la Antena de Plata de la Asociación de Profesionales de Radio y Televisión de Madrid.

Ha publicado más de una docena de libros sobre política, cine y literatura y, en esta ocasión, ha hablado con nosotros sobre España sin resolver, una recopilación de sus crónicas y artículos más provocadores, publicados en El Imparcial, El Huffington Post y CTXT a lo largo de una década. Esta obra, premiada con el Sial Pigmalión de Pensamiento y Ensayo 2020, define la bipolaridad de la vida política y social de los españoles. Su escritura, ilustrada y por momentos litúrgica, convierte la crónica de hechos en un ritual trascendente y concomitante con la realidad que nos rodea.

Su último libro, España sin resolver, presenta un país desgobernado por una “clase política narcisista” que parece vivir a espaldas de los ciudadanos. ¿Qué propone esta colección de artículos?

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Este libro es una reunión de artículos de una década que abarca tres presidentes del Gobierno de España –José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez–, antes del coronavirus y durante el coronavirus. En Madrid, al llegar de Valladolid, todo era nuevo y eso fue allá por 1998, después de terminar filología hispánica y ponerme a estudiar periodismo en la capital, que es aún la atalaya de la vanguardia informativa; quizá se aprecie mejor ese tráfago si uno viene de otro ritmo, que es el de Castilla y León, donde las cosas se piensan y reposan mejor. O sea, que después del deslumbramiento de la villa y corte vinieron la calma y la década, de la que di parte en su último tramo Escrito al raso.

El año 2010, que vino después, es importante porque vivimos un incremento de los parados de larga duración, un aumento exponencial de nuestra prima de riesgo, ETA anunció en la BBC el cese de los atentados terroristas, la llegada de Artur Mas al palacio de la Generalidad recrudeció los gritos independentistas y el gol de Iniesta nos llevó a ganar la Copa Mundial de Fútbol… Además, es una cifra redonda, ideal para abarcar una década. Conviene a los periodistas tomar perspectiva con el tiempo y revisar lo que uno hace, y por eso esta España que emerge ahora es una España apurada en la lontananza de entonces: ya se intuía de alguna forma lo que había de venir. Creo que la actualidad de entonces nos revela que los antiguos desvaríos estaban unidos ya a los nuevos.

El subtítulo de esta publicación es ‘Crónicas de la postransición (2010-2020) y algunas de sus columnas proponen una visión de la política como élite acomodada. La metáfora de ‘Halloween y el jinete sin cabeza’ es bastante potente ¿Cómo describiría la política actual?

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Ahora que veo la política actual con nuevas posibilidades interpretativas y mejores herramientas de análisis, veo a los políticos de ahora muy poco equipados intelectualmente, ajenos a su obligación de servicio a la ciudadanía, enzarzados en sus disputas de ego propias de la efebocracia, empeñados en dividir España, porque es lo que les conviene a ellos para no pasar directamente a la irrelevancia. Estos antilíderes, sin el aparato de su partido, no sabrían hacer nada porque no son profesionales de ningún ámbito: cuando dejan la política, les echan hasta de los bufetes de abogados o los recoge algún empresario para ponerlos a su servicio. Frente a esto, el periodista debería erigirse como el profesional osado y azareño, libérrimo, en cualquier caso, y me da mucha pena ver tantos estómagos agradecidos y tanto miedo a publicar el fruto de las investigaciones, cuando las hay. España, ciertamente, podría ser la Sleepy Hollow de Washington Irving a la que, de tanto en tanto, visitan estos “jinetes sin cabeza” buscando alguna para acomodársela sobre los hombros. Con estos “fantasmas” vivimos en un tris, entre lo terrorífico y lo cómico, sin duda.

¿De qué forma nos beneficia o perjudica esa división entre izquierdas y derechas? ¿Hay más posibilidades? El libro es mordaz con ambas tendencias políticas.

Claramente nos perjudica tanto a los ciudadanos como beneficia tanto a la casta parasitaria: hay cuestiones sociales que se pueden defender sin radicalizar a la opinión pública, tales como la igualdad de oportunidades para la mujer, el reconocimiento de las sensibilidades LGTBI+, la memoria histórica y el reconocimiento de los muertos en la guerra civil y sus familiares, la protección de la mujer de los delincuentes y asesinos… Pero la política convierte estas causas nobles en postureo, en lucro, las envilece y deforma con sus mentiras. Creo en la sociedad civil y desconfío de aquellos que militan en un partido político: simplemente no me los creo. Me interesa el hecho de esta política nuestra porque me recuerda a la España negra de Gutiérrez Solana o Romero de Torres, injusta, cruel y eternal, en idilio perpetuo con la corrupción, y mi deber es escribir con gracia e ingenio sobre sus lacras, con un tono entre melancólico y poético.

Leyendo estos artículos he percibido un anhelo muy marcado por el libre pensamiento, la libertad de expresión y de prensa… ¿Qué lugar ocupan conceptos como la censura, o la independencia del periodismo con respecto a la política?

Bueno, lo que hay aquí es una neoinquisición de un grupito de colegas bastante patético que se erigen como jueces y parte, que te difaman cuando ofreces una información sorprendente que ni siquiera son capaces de rebatir: entonces te colocan el sello de la Verdad –su verdad, propia de regímenes totalitarios– para que no continúes en el oficio o te vengas abajo y tires la toalla, organizan jaurías en Twitter para desacreditarte al viejo estilo de la propaganda más rancia, buscando el chivo expiatorio para señalarlo, acosarlo y derribarlo. ¿Quién financia sus campañas de acoso? Es gente muy mediocre que no suele molestar al Poder de turno, porque riega sus proyectos con mi dinero y el de todos. Un periodista que vive y depende del Ejecutivo no es un periodista: es un esclavo al servicio de la élite del Poder, y traiciona y pervierte lo que de aspiración romántica algunos queremos conservar en las venas secretas del oficio. Esto ocurre cuando no dejas a unos medios críticos que entren en las comparecencias: es indecente y estos vetos se denuncian afortunadamente por la FAPE, la APM y Reporteros Sin Fronteras España.

«Al españolito lo ha desencajado el coronavirus, que lo ha terminado de domesticar y someter a los poderes»

Este tipo de periodismo más reposado y cercano al ‘Slow journalism’ es más necesario que nunca en unos tiempos en los que todo va muy rápido. ¿Hay espacio y “tiempo” en la ‘postransición’ para el periodismo de investigación, o para aquello que hacían Wolfe, Mailer, Capote o Talese?

Hay espacio y tiempo, pero no hay ganas de pagar por ello. La imagen del periodista o del cronista recostado en un banco de madera de un parque, sujetando su bloc de notas y con varios periódicos y libros bajo el brazo, elegantemente vestido, viendo avanzar la actualidad, es cada vez más escasa; el que crea que está todo en el teléfono móvil, se equivoca. Pertenezco a la última generación del papel y la tinta, el libro de viejo o de ocasión en el bolsillo, estudiando el funcionamiento de la sociedad de nuestro tiempo con empatía, benevolencia y espíritu crítico, efectivamente, tal y como hicieron y hacen los maestros del Nuevo periodismo desde las páginas de The New Yorker. Con menos suficiencia y más autocrítica que los de ahora, desde luego, Tom Wolfe, Lillian Ross, Joan Didion o Hunter S. Thompson hicieron de sus crónicas e investigaciones obras de arte imperecederas, de una utilidad canónica y permanente.

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También ha podido escribir sobre el amor, en un artículo que define lo que denomina como “felicidad precocinada en Instagram” a través del clásico de John Huston, La noche de la iguana. Dice que el amor da siempre conocimiento. ¿Nos estamos convirtiendo en esclavos de las redes sociales? ¿Estamos perdiendo perspectiva?

Los sátiros de Instagram son muy hipócritas, porque han censurado todo juego de seducción, deslegitimándolo: la pasión y el deseo siempre han existido, y los locos del amor son los seres más libres, los más “peligrosos”, pero ahora es mero exhibicionismo. Nadie quiere ser amado, solo mostrar sus turgencias, sus senos turgentes, su abdomen granítico y cuadricular, sus nalgas marmóreas y estatuarias, sus labios de goma… ¿Buscan el amor verdadero? No lo creo; son tránsfugas de Cupido, son otra cosa. Los nuevos soportes son la aureola oscura para sus rostros iluminados por el PhotoShop, que alimenta con fotografías íntimas de tanto descentrado la deep web. Esto es perder la perspectiva.

Podríamos considerar la pandemia de Covid-19, como uno de los hechos históricos recientes más relevantes, ¿qué tal lo han gestionado nuestros políticos y cómo ha afectado a los ciudadanos?

De la peor manera posible. Ahí están los resultados, más de cien millares de muertos que han sido enterrados con prisa y por la puerta de atrás, que aún no han sido recordados con la dignidad y la solemnidad que exigía la tragedia y que fueron “maquillados” con un recordatorio de media hora una mañana de julio; equipos de expertos que nunca existieron, una escasez intolerable de pruebas de PCR para la ciudadanía un año antes de que llegaran los test a las farmacias, vacilaciones y contradicciones mortales en el dictamen del uso de la mascarilla, y normas aleatorias de carácter arbitrario que no han servido de mucho, a la vista de los desnudos y los muertos, que diría Mailer. Al españolito lo ha desencajado el coronavirus, que lo ha terminado de domesticar y someter a los poderes y cuyas libertades le fueron requisadas por una emergencia de guerra sanitaria, en España, que no estaba habituada a ellas desde la gripe que aquí mató entre 1918 y 1920 a 300.000 personas y a 40 millones en todo el mundo. No hemos aprendido nada en un siglo, porque la clase dirigente está a otra cosa, que es a la suya, pero con nuestros impuestos: un informe elaborado por el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES) estaba firmado por Fernando Simón el 10 de febrero.

«La prosperidad tiene que ver con la empatía con los más pequeños, que después serán los que rijan los destinos de un país»

Comenta que vio La Diligencia de John Ford a los doce años. ¿Qué importancia tiene una cultura de calidad en la prosperidad de un ‘país sin resolver’?

Mis santos padres y mis profesores de humanidades en el colegio y en la universidad son responsables de que tenga este amor –desmedido y hasta patológico diría yo– por la cultura. En casa he crecido entre libros, mi padre es un bibliómano que busca siempre el libro raro y curioso, y eso lo he visto desde pequeño. Era normal encontrarme sorpresas en mi mesa, como La isla del tesoro o El Quijote, libros de célebres pintores o manuales de anatomía, en distintas ediciones que él ha ido recopilando. Mi padre es un erudito y una persona muy curiosa que podría haber nacido perfectamente en el siglo XVIII. Mi madre ha sido profesora de instituto y he heredado de ella su capacidad de comunicarse con los demás, de transmitir ideas y conocimiento a los más jóvenes, con empatía y cariño. Y qué decir de mis profesores del Colegio San José, los jesuitas como el poeta Emilio del Río y los historiadores Luis Fernández Martín o Aniano Moreno, otros como José González Torices. He tenido profesores seglares extraordinarios que habían comprendido perfectamente el espíritu docente de los jesuitas; a otros, en cambio, les daba igual el alumnado y la docencia en sí misma: podían estar detrás de un mostrador vendiendo chuches en vez de dando clase, porque algunos de ciencias han sido pésimos y surrealistas, algo que contrastaba poderosamente con los memorables docentes de humanidades: eso influyó mucho en mi decisión de hacer filología hispánica.

Después vinieron los maestros de la Universidad de Valladolid y de la Universidad Carlos III de Madrid, donde fui alumno antes que profesor: Antonio Rodríguez de las Heras –al que perdimos en 2020 con la COVID-19–, María Cruz Seoane –fallecida en 2014–, César Antonio Molina, Obdulio Martín Bernal, Gérard Imbert y tantos otros… El maestro, que es más que un profesor, y su auctoritas también son esenciales, especialmente en tiempos de adanismo como los de ahora. La familia y los maestros son los que siembran la cultura en el alma de los pequeños y la prosperidad tiene que ver con la empatía con los más pequeños, que después serán los que rijan los destinos de un país.

Uno de los artículos que más me ha impactado es ‘Cuando hay sed de mal’. A nivel periodístico me parece fascinante la relación entre el Quinlan de Orson Welles, el terrorismo en España, el sistema judicial y las Fuerzas de Seguridad del Estado. ¿De qué forma el cine describe y explica nuestra vida real?

El cine es documento de vida, es la reunión de todas las artes, de la música, la filosofía, las artes plásticas y dramáticas, la gran literatura. Para mí el cine es pensamiento y el cineasta es un autor que, con la ayuda de un equipo técnico y artístico, deja un testimonio. Y aquí aplicaría la máxima cervantina puesta en boca del bachiller Sansón Carrasco, en la II Parte de El Quijote de “no hay libro tan malo que no contenga algo bueno”. Es decir, que el canon va cambiando y que las obras cinematográficas, o cualquier obra, explican fenómenos sociales del tiempo presente, aunque sea el Ulises de Mario Camerini o El maquinista de la general, de Buster Keaton y Clyde Bruckman. Vi Espartaco de Kubrick a los once años en el Cinematógrafo de Caja de España y comprendí perfectamente la relación entre amo y esclavo y los motivos de la rebelión de los gladiadores, más allá de un libro de texto de la historia de la Antigua Roma. El cine enriquece es edificante y un granero inagotable de provisiones éticas e intelectuales. Cada día me gusta más.

«Los políticos son monigotes de ‘selfi’ de quita y pon, muñecos intercambiables vaciados de pensamiento, sentimiento y misericordia»

Cómo profesor en la Universidad Carlos III de Madrid, ¿qué salud tiene la educación, especialmente en nuestra región?

Hay una orientación creciente desde el Ministerio de Educación y las consejerías regionales para romper con los modos más clásicos de docencia, haciendo que prevalezca la parte práctica sobre la teórica. En mi caso, sí tiene sentido enseñar las destrezas y habilidades del periodismo, pero no derribando de un plumazo todo el sistema analógico que ha regido el sistema de conocimiento desde la invención de la imprenta. El alumnado, los nativos digitales, alejan cada vez más del papel y creo que hay que ser omnívoros, digitales y analógicos; creo que el sistema educativo en general ha sido cómplice de esa quiebra al no fomentar el consumo en el soporte físico, sujetar los formatos con una mano y pasar las páginas, tener esa familiaridad… Nuestra universidad es una de las mejores de España y está situada en el puesto 351 del ranking mundial del QD World University Rankings, y entre las diez primeras españolas en docencia, innovación e investigación. Creemos que los grados deben ser mixtos, combinar unas humanidades, por ejemplo, con la comunicación o el periodismo, que son más prácticas. Y mantenemos ese espíritu.

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En una nueva metáfora cinéfila, habla del “Antiguo régimen del like y el emoticono”, visto a través de La naranja mecánica de Kubrick. ¿En qué situación se encuentran los valores democráticos ante una guerra en Ucrania?

Occidente se ha confiado demasiado en su salud económica y democrática, y ha descubierto que tenía demasiadas dependencias. Barack Obama no se quiso sentar a hablar con Putin sobre las fronteras de la OTAN en Europa del Este, territorios que habían pertenecido a la antigua URSS, y que tras el fin del Pacto de Varsovia el 25 de febrero de 1991, no tenía sentido mantener tantos escudos antimisiles y tanto armamento en esas fronteras. Trump, más un showman egocéntrico que un mandatario y hombre de Estado, admiraba a Putin por postureo y por la forma omnímoda del ruso de acaparar el poder.

¿Qué nos ha llevado a vivir una nueva guerra en Europa?

El exmiembro de la KGB y ahora enemigo público número uno ha enviado un mensaje de que, si no se le ha escuchado por las buenas, lo van a hacer por las malas, y ha dado el paso del presidente al genocida el 24 de febrero pasado masacrando Ucrania, ante la impotencia de Europa y los Estados Unidos. No parará hasta anexionarse la región, pero… ¿qué vendrá después? ¿Moldavia? ¿Georgia? ¿Un invasor se va a detener porque sí en su ambición de recuperar los territorios que otrora le pertenecieron? La salud de Europa es la de su ciudadanía, y en Este oriental las cosas no pintan nada bien. El último balance de la ONU eleva los ucranianos muertos a 800 y a más de un millar los heridos, pero seguro que son muchos más.

¿Qué tres películas y qué tres novelas o libros le recomendaría a una persona de 20 años?

La dolce vita, El hombre que pudo reinar y El hombre que mató a Liberty Valance. Y mejor autores que libros: Cervantes, Shakespeare y Montaigne, por ejemplo, para empezar.

¿Ve viable que esta España se resuelva en algún momento? ¿Podemos hacer un país mejor del que tenemos?

Lo veo complicado mientras sigamos votando a una panda de mastuerzos e incompetentes que son incapaces hasta de ejecutar las ayudas que nos llegan de Europa y que habrá que devolver si no se plasman sobre el terreno. Pero no hay talento: la política se ha llenado de arribistas. El país lo hace la ciudadanía con su sacrificio, su esfuerzo y su muerte –véase lo ocurrido con el coronavirus–, no el político de turno, que es casi siempre un arribista con pocos principios. Ya no hay Tierno Galván, ni un Julio Anguita, ni un Calvo Sotelo con sentido de estado, que son los que yo conocí: hay monigotes de “selfi” que son de quita y pon, muñecos intercambiables vaciados de pensamiento, sentimiento y hasta de misericordia.

Fotografías: Miguel Garrote

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