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Defender el relato de la democracia

Con el comienzo aún reciente de la invasión rusa de Ucrania, que en cierto modo ha sorprendido a la diplomacia europea, todavía es pronto para valorar el cansancio de los españoles y demás europeos por la previsible incapacidad de sus Gobiernos para amortiguar los efectos colaterales de la guerra y no intuir esperanzas de mejora, apuntando incluso a cierto fatalismo.

Hay actualmente un caudal de imágenes y estereotipos que engarzan con una determinada visión de Europa. Una imagen asociada con su habitual preferencia por el apaciguamiento respecto de los conflictos, que en última instancia remite a su acomodada posición en el sistema internacional. Cabe preguntarse en qué medida este registro filtra la percepción de los conflictos y estereotipos respecto del resto del mundo. ¿De qué modo este marco interpretativo determina la imagen construida en Rusia sobre la Europa del bienestar y estupefacta ante la perspectiva de su entrada directa en un conflicto bélico? No es descabellado pensar que en los círculos oficiales de Moscú, a la hora de descifrar e interpretar el escenario central de la respuesta europea al conflicto, se presupongan esas mismas ideas y concepciones abrigadas sobre Europa y el carácter prudente de su respuesta. Una concepción emana de una dilatada trayectoria durante el último siglo en sus relaciones internacionales y cuyas predilectas manifestaciones se ha codificado en dos núcleos de estereotipos: la leyenda de la Europa que evitará por cualquier medio el enfrentamiento, aun cuando ello pueda suponer la humillación de la democracia, y la leyenda de la Europa que, desde su excepcional bienestar, vive ajena a la realidad de un mundo en permanente conflicto. Los viejos vicios se confirmarían en Chechenia, Siria o Crimea.

La fuerza de una Europa fuertemente erosionada por su incapacidad para hacer valer sus principios democráticos frente a los graves problemas globales, el desafío de una inexistente política propia, la presión de la sociedad civil pacifista, las diferencias internas del bloque europeo y los problemas estructurales del tejido socio-económico afectado por la pandemia, no habrán pasabado desapercibidos a la diplomacia rusa. Este collage de inmovilismo orbitaría coyunturalmente sobre el poso de estereotipos e imágenes subyacentes sobre Europa.

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Pero al tiempo que Rusia entraba en Ucrania, en Europa se atisbaba una reacción y examen de la situación de un modo que ya en nada se parece al tradicional. Frente al propósito habitual de ponderar y priorizar la política de no intervención formulada y practicada desde el final de la II Guerra Mundial (una política que ha tenido un efecto crucial y determinante en el progreso económico, social y en el ejercicio efectivo de los derechos humanos) aparece repentinamente la voluntad política, demostrada por los principales actores políticos europeos implicados, de defender la visión y el sistema de valores europeo.

La invasión de Ucrania ha sido una sorpresa. Ciertamente habían circulado informaciomes y noticias de inteligencia pero nunca tomadas como posibilidad real hasta ese momento. Europa no esperaba que tuviera lugar y Rusia esperaba que los goniernos europeos buscaran, nuevamente, el apaciguamiento. Ni lo uno ni lo otro ha se ha dado en esta ocasión.

Está por ver si en esta nueva concepción, que tiene elevados costes en el futuro inmediato pero beneficios estratégicos en el largo plazo, acompaña la opinión pública europea o si por el contrario se da su agotamiento a medida que sienta el impacto económigo de la nueva estrategia y vaya calando un sentimiento general de disgusto en el día a día.

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Serán determinantes la política de comunicación y la guerra del relato, un flanco que ha sido también descuidado por Europa y permitido, con el apoyo también de Rusia, la fractura política y la proliferación de actores que intoxicaron con malas prácticas permitiendo la proliferación de discursos contrarios a los valores democráticos, la interferencia en procesos electorales, la influencia en la opinión pública, la agitación contra las instituciones y la aparición de movimientos de extrema derecha en Europa.

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