Este año se cumple el trigésimo aniversario del augurio de Fukuyama sobre El fin de la historia y el último hombre, que vaticinaba el deceso de las ideologías para dar paso al inquebrantable nacimiento de una sociedad fundamentada en la política y la economía de libre mercado. Para celebrarlo, en uno de los más emblemáticos y controvertidos barrios de Madrid, nos hemos encontrado, en los últimos tiempos, con una larvada cruzada en pos de reconquistar el espacio público madrileño.
Los vecinos de este emplazamiento tan genuino, amanecían un sábado cualquiera de septiembre con la noticia de que el departamento de Zonas Verdes del Ayuntamiento había desmantelado el Huerto Urbano Gloria Fuertes, arrancando lo plantado durante seis meses. En esta pequeña zona verde ubicada en la misma Plaza de Lavapiés, una corporación de ciudadanos ponen su granito de arena para crear, cuidar y mantener un huerto lleno de plantas y hortalizas. No es la primera vez que ocurre. Por eso, el denominado grupo Replantamos plaza Lavapiés, ha instigado una cruzada frente al Ayuntamiento y el distrito Centro, para recuperar la tierra perdida, una tierra que, según rezan, sus responsables han dejado morir por inacción.
Es interesante observar cómo en plena sociedad neotecnológica, la del nicho habitacional sofisticado de Instagram, la virulenta posverdad, el amenazante cambio climático y el abandono displicente de la realidad, que llaman Metaverso, tomates y berenjenas creen un conflicto resonante en la Agenda Setting madrileña. En nuestros tiempos, en los que, como presagiaba el politólogo norteamericano, la política se apodera de todo discurso de la realidad, como en tromba, Más Madrid, PSOE y Podemos se han unido sin dudar en la condena de la destrucción del huerto. Una propuesta natural y a todas luces legítima, que como tantas y tantas ideas se corrompe al son del discurso político.
El enfant terrible que ha venido a cambiar el comportamiento humano, en un momento en el que ya es demasiado tarde, el ya costumbrista Cambio Climático, ha puesto en liza las banderas de esta plaza madrileña, en la que pasquines de la izquierda, como ‘espacio vecinal autogestionado’ tribulan frente al Ejecutivo en un asunto de Ley.
A pesar de que propuestas legítimas e interesantes como esta, se presentan positivas, por su valor ecológico y su servicio como donante al banco de alimentos del barrio, su éxodo particular hacia Oriente no ha sido el adecuado para que los visitantes más multiculturales tomen un té de Assam, en alguna de sus terrazas, arropados por la brisa meciendo los vegetales.
El Ayuntamiento ha sido claro: “Se había ocupado una zona ajardinada para hacer un huerto, algo que no está permitido. No es un espacio autorizado para huerto urbano, tampoco en el mandato anterior”. ¿Qué más se puede añadir? Poco, tan poco como que esa ambigua entidad llamada Democracia, pone las cosas en (¿) su lugar (?), con la solicitud del concejal de Centro, para que los huertanos emprendan caminos burocráticos para adquirir el permiso correspondiente.
Algo bien distinto es el respeto, el merecido respeto que se ha ganado este grupo estable de 30 personas entre los vecinos de la zona, por su aportación al barrio, en el que cualquier contribución ética o estética es bien recibida. Habremos de considerar por un lado, la calidad gastronómica de estos productos en términos de polución, y por otro, en qué punto se encuentran y para qué sirven, las denominadas iniciativas ciudadanas.
Y el primero que tiene que hacerlo es el Defensor del Pueblo, que ya ha recibido las prerrogativas para preservar lo que algunos vecinos catalogaban como vertedero y ahora denominan jardín abandonado. ¿Es la realidad puro Metaverso?
Mientras, los interesados no cejan en su empeño y reconstruyen su particular Jardín Colgante de Mesopotamia, cada vez que las autoridades lo arrebatan de raíz. Al mismo tiempo, un vecino inconformista con los postulados de los cruzados y, escondido entre las cortinas de su ventana, se dedica a denunciar para que la policía pueda volver a actuar. Porque como decía el Lazarillo, “el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo”.