Septiembre ha vuelto a traer su característica inestabilidad climatológica y, con ella, la siempre necesaria lluvia. Eso sí, aunque el agua es, como reza el dicho, «una bendición del cielo», no siempre llega de una manera beneficiosa… sino más bien todo lo contrario, como bien comprobamos en la tarde de ayer.
En estos días se cumplen 52 años de la que fue, hasta la irrupción de la borrasca Aline el 19 de octubre del año pasado (y sus 100,1 litros por metro cuadrado entre las nueve de la mañana y las siete de la tarde), la peor tormenta de la historia de Madrid, convirtiendo las calles de la capital en, literalmente, ríos desbordados.
Caos y bomberos al límite
El 21 de septiembre de 1972, una intensa tromba de agua dejaba un registro de 87 litros por metro cuadrado en la estación de Madrid Retiro, poniendo la guinda a uno de los otoños más lluviosos en la historia de España. Durante todo septiembre se acumularon 169 litros de agua y el 3 de noviembre, en el aeropuerto de Madrid, se registraron otros 71 litros.
Las principales cabeceras de la época, como el diario ABC, recogían las consecuencias que dejaron las precipitaciones, como las más de quinientas llamadas a los bomberos en tan solo dos días, la suspensión de varias líneas de Metro o las imágenes de barrios enteros completamente anegados. De todas las llamadas mencionadas, más de 200 fueron atendidas antes de las diez de la mañana del viernes.
Por las calles era prácticamente imposible la circulación, tanto de peatones como de vehículos, quedando decenas de ellos inservibles al alcanzar el agua niveles nunca vistos. Incluso se reportó que en la zona de Puerta de Hierro, los bomberos tuvieron que rescatar a un conductor atrapado.
Barrios a oscuras en una ciudad que aún no estaba preparada
Calles y plazas inundadas, cornisas derrumbadas y árboles derribados fueron algunos de los rastros que dejo la tromba, que se cebó especialmente con los barrios de Vallecas, Villaverde, Ventas, Arturo Soria, el barrio del Pilar, Orcasitas y la avenida de la Paz. Además, durante la noche del 21 al 22 de septiembre, se produjeron cortes eléctricos que dejaron a media ciudad sin luz durante varias horas.
Una situación que puso de manifiesto la necesidad de implementar políticas preventivas y mejorar las infraestructuras de la capital para mitigar los efectos de estas catástrofes, como el asfaltado de las calles, la construcción de aceras o las reparaciones en zonas afectadas por baches y hundimientos.
Actualmente, más allá de los acondicionamientos que se han venido haciendo en estas más de cinco décadas, la capital ha incorporado 38 estanques de tormenta, donde se almacena agua residual en tiempo de lluvia hasta que pasa la tormenta y se puede transportar y tratar, entre los que destaca el de Arroyofresno y Butarque por ser uno de los más grandes de Europa.
¿Puede volver a pasar?
La respuesta, desgraciadamente, es sí, ya que pese a todas las medidas, incluidos los avisos de alerta temprana que se mandan a la población, no es fácil controlar los torrentes de agua en una ciudad plagada de cuestas y desniveles que dificultan al máximo la planificación contra las lluvias.
Tampoco ayuda la poca presencia de parques y zonas verdes, que ayudan a drenar las zonas inundadas para que se infiltren en el subsuelo. El asfalto es gasolina para las balsas de agua, tal y como la mencionada borrasca Aline nos mostró hace ya casi un año.
De hecho, y muchos aficionados al fútbol lo recordarán, ya tuvo un antecedente, concretamente el 24 de junio de 1995, cuando se celebraba la final de la Copa del Rey entre el Deportivo de La Coruña y el Valencia en el estadio Santiago Bernabéu.
Una impresionante tormenta dejó en pocas horas alrededor de 80 l/m² en Madrid (más de 3 veces lo que es normal para el mes de junio) tanto en forma de lluvia como de granizo, obligando a suspender el partido y el desbordamiento del río Manzanares, generando inundaciones en muchos puntos e, incluso, cobrándose la vida de una persona.
