En este País de las Maravillas parece que ella es la reina de los tuertos.
Con una concepción clásica cercana el neorrealismo con una capa de cera mágica e instantánea preciosista, es una película intimista e italiana (para más inri) rodada en la maravillosa tierra de la Toscana. Un lugar en que se dan cita las historias pequeñas que rodean a una familia compuesta por mujeres y un cabeza de familia dedicado al pastoreo de abejas y la producción de miel.
Aunque podría haber tenido referencias explícitas al mundo interno del pensamiento adolescente (como la pequeña Alicia de Carroll), la directora Alice Rohrwacher se decanta por una Alicia a la vez, cercana y distante, natural de un pequeño pueblo lejos del Oxford de Lewis.
Porque prefiere centrarse en el realismo y la naturaleza rodeado de un halo misterioso más que mágico, impregnando muchas de las escenas descritas en su propio guion.
En Le Meraviglie se condimentan y producen alternativamente algunos de los elementos que proporcionan a la película el intimismo agrícola en lucha con la modernidad. Como si una estrella de la filmografía italiana volviera de Cinecittá, convertida en diosa etrusca para establecer sus lazos con la tierra, el agua, el fuego y el aire. Más fácil si ésta, tiene el rostro tantas veces retratado de la bella Monica Bellucci, aún no siendo la protagonista de esta fábula costumbrista.
Alicia, la directora y su visión se encuentran del mundo académico británico, en cambio si acentúa el carácter de las cosas aparentemente intranscendentes para transformarlas en una ilusión. Se rodea de una estructura dramática que sólo será salvada dentro del mundo infantil de sus pequeñas protagonistas.
Porque la familia de granjeros es humilde y está pegada a la tierra, en la que nacieron o no, y de la que se alimentan, para llevar a sus pequeños seres a la necesaria producción para subsistir y mantener su forma de vida. En una tierra descubierta por los pueblos de la antigüedad que confieren esa idea ensoñadora, por la cual, todo puede convertirse en realidad. Las cosas diminutas que consolidarán las grandes explotaciones agrícolas, pero que hoy pelean a diario por las manufacturas que les enseñaron sus padres y abuelos, posiblemente otros nómadas que se establecieron desde el triángulo al norte, entre las tierras de Suiza, Austria y Alemania.
Aquí, por tanto, existe un mundo invisible en que conviven los niños con curiosos protagonistas, del tamaño de una abeja reina jugando con la piel de los sueños. Los que posee una joven a punto de convertirse en mujer, mentalmente, mientras su padre observa la secuencia como si fuera una desconocida.
Hasta que bajo el agua de la tormenta, El País de las Maravillas se maquilla en las fuentes de la historia y del naturalismo, para aparecer como la antigua civilización que cambiaría las cosas. Sin embargo, ya desaparecieron las damas etruscas con su magia y ahora el futuro pasa por la visión de una cámara falseada, mientras la burocracia intenta quedarse con las propiedades extemporáneas de estos apicultores.
En el fuego y el humo, se encuentra el secreto para adormecer las malas intenciones cuando la modernidad se convierte en una amenaza venenosa para lo sano y tradicional. Es decir, cuando bajo el humo cohabitan todos, los que poseen aguijones y los que reciben los picotazos en la espalda, donde la pequeña ya no tiene ocelos para fijarse en la lucha obstinada de su padre. Mientras, la matriarca aguanta los arrebatos y los zigzagueos de su pareja, hasta que comprobamos que al igual que las abejas independientes, los granjeros sin su reina no son nada.
En La Maravilla se apuesta por el naturalismo convencido y practicante, si bien se pierde en algunas disquisiciones personales e infantiles que aportan más surrealismo y emociones ocultas, que pueden llegar a cansar un poco al espectador. Esto es, el filme interesa más por lo salvaje y mágico que por lo humano, excepto en la batalla entre lo inmaterial contra el poder de lo establecido. Así, algo magnético atrapa la imaginación con lo sugerido y la poesía de algunas escenas.
En el aire están ellas, las mujeres y las abejas, tratando de hacerse con el protagonismo de todo. También en el aire se ruedan las imágenes de un concurso tan maquillado como la diosa de la pantalla. Lejana del dolor y el viento que hará volar a unas y silbar a otros, aunque posiblemente al final no gane nadie o lo menos natural.
Pues, al igual que la fama televisada, el guion de Rohrwaher se decanta por un falso ganador, algo irreal que puede sentirse utilizado por confiar en el embaucamiento de las imágenes oníricas con los zumbidos entre moras, miel y lágrimas.
La trampa parte de escoger a la miel, el producto natural por excelencia y característico de una producción sana y saludable. Pareciera conseguirse al vuelo por cualquier persona sin tener en cuenta los elementos, pero no será de color meloso todo lo que reluce. En la actualidad, el alimento de la población mundial necesita de productos conservados para llegar a todos los rincones del planeta. El alimento sano de este País es pretencioso, porque el verdadero se abre en la boca de una joven que necesita alimentar sus sueños.
Una fiesta agridulce de feliz no cumpleaños, cuando eres ya un adulto y has descubierto la realidad de las relaciones humanas. Cuando has descubierto el secreto para hacer andar lo imposible y el panal de la vida depende de otros elementos externos. Cuando la reina y sus súbditos silbantes producen la magia necesaria para viajar al país de los sueños.
Al final la reina lleva un bello vestido transparente de miel, tan perfecto y maleable que se derrama por el terreno de lo insustancial. Cuando lo verdaderamente hermoso se queda en el interior de lo cotidiano y la naturaleza, más que con los premios.