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El Libro de la Selva: Mowgli y sus amigos, los animal-tronics

Un Libro de la Selva con ciertos altibajos o situaciones poco creíbles como otras producciones de estas características, no demasiado humorísticas.

La Selva en peligro y la vida de sus simpáticos habitantes, siempre ha sido un tema esencial supervisado por la mirada interesada o explotadora del hombre, desde los rasgos antropomórficos de los viejos cuentos y las fábulas de Esopo, La Fontain o Samaniego, hasta los relatos enlazados por el premio Nobel de Literatura, el británico Rudyard Kipling nacido en la India dentro de su enorme e imaginativo Libro de la Selva o El Libro de las Tierras Vírgenes; obra vista como una fuente universal sobre aquellos rasgos y valores a conservar, como la necesidad de ciertas leyes que gobiernan el planeta o los encuentros contraproducentes de la civilización humana con el mundo natural y la vida de los animales en ecosistemas protegidos o la amenaza de una selva explotada por la necesidad o la sobre-población, que fluye y respira como el pulmón del planeta Tierra.

Si hay una obra de la Literatura Universal (junto a Rebelión en la Granja de George Orwell) en la que subyacen las arcaicas historias infantiles con la sátira y la regulación elaborada de los seres humanos, estaríamos hablando de este Libro Selvático, tantas veces versionado en producciones artísticas o cinematográficas. La creación de una atmósfera artificial producida por autores que se basaron en las características antropomórficas y la relación amistosa o de miedo que provocan sus personajes a uno u otro lado del espejo animal. Con estas fábulas, el poeta que rechazará la orden del imperio, Rudyard Kipling exhibe sin complejos, una maniobra envolvente para describir poéticamente, los diferentes estatus de la sociedad moderna frente a los cánones naturales y la protección de sus legítimos habitante, en peligro debido a la habilidosa mano de pulgar oponible o escasa conciencia del Hombre. 

En un momento de la historia y una vida repleta de viajes, se detuvo en Vermont y el río Connnecticut, cuyos paisajes sirvieron para la confección de estos cuentos mágicos que tuvieron un impacto mayúsculo en los niños de la época, y posteriormente, el cine inundaría de fábulas mágicas y simpáticas canciones con bases fusionadas de rock y estilo jazz, sobre las acciones o bailes de un joven llamado Mowgli y la difícil decisión que debería tomar para equilibrar la simbiosis de ambas culturas con la defensa de la vida natural y ecológica. 

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Un viajero que encalló en las pertenencias nobiliarias de la India, dedicado a la poesía y la hazañas del Imperio Británico, o la prosa plagada de referencias a los viajes o el mundo natural, en la amenaza continua que significa que unos se alimentan de los otros, mientras la política sigue su camino, establecido durante siglos y siglos de leyes y revoluciones dramáticas. Hasta que el Fuego de la guerra y los regímenes totalitarios, arrase cualquier rastro futuro de humanismo, el espíritu cívico devorase la selva o, una joven de sonrisa pícara atrajera al héroe con sus encantos personales. 

Pero, esa es una historia que emerge con fuerza, de sus antiguas versiones cinematográficas protagonizadas por Sabú y dirigida o producida por los hermanos Zoltan y Alexander Korda (con banda sonora a cargo de Miklós Rózsa), o sus famosos personajes animados y voces protagonistas, desfilando, silbando, saltando o bailando al ritmo marcado por un amante de la música conocido como Mr. Walt Disney junto a los otros hermanos Sherman y dirección de Wolfgang Reitherman.

La colonial india del siglo XIX, se ve reflejada en la siniestramente apocalíptica o divertida selva, como una era reflexiva de profundos cambios, un hervidero de influencias de Oriente a Occidente y viceversa, tensiones creadas por la compartición de un territorio, mitad espiritual o salvajemente aromático con la otra mitad romántica, universal y uniformado, en forma, tamaño y tintes culturales prosopopéyicos. 

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A comienzos del XX, Kipling mantendría posiciones contradictorias en sus narraciones, defendiendo la situación de unos pueblos indígenas, sofocados y amenazados por devoradores de hombres, con el deseo de un mantenimiento de costumbres ancestrales; frente a una nueva etapa de expediciones culturales y búsqueda de nuevas esencias o materias primas, en la que ese hambre de descubrimientos haría surgir la sangre o estirpe imperial. Entre progenitores procedentes de otra época, defendían el establecimiento de controles más férreos en una complicada situación política y social que iba en aumento. 

Todo el ambiente rezumaba, para el joven Kipling, de un aroma revolucionario que le llevaría a compaginar su labor narrativa con una creciente debilidad o condición enfermiza, hacia territorios más suaves en las condiciones de humedad y clima. Así, su mente delimita  el confrontación social y su identidad política, describiendo dos culturas y la mezcla racial, en un choque de las costumbres en este, su libro más legendario junto a Kim de la India o El Hombre que pudo ser Rey, tras una defensa a ultranza del imperialismo inglés. 

En El Libro de la Selva estableció los futuros cimientos sociales que defendían esa diversidad y las leyes que rigen la convivencia, ideales de un romanticismo tardío, de otra era con factura neoclásica y la libertad en la búsqueda y protección de una estructura familiar, con la autonomía o el activismo precursor. A través de la defensa a ultranza de ecosistemas diferentes y la fauna autóctona, contra otros posicionamientos radicales o excesivamente explotadores, el tigre come-hombres como último bastión de esa necesidad básica con reflejo en los regímenes más autoritarios. 

Y aquí, en este punto, es fiel la nueva versión filmada por el director y productor neoyorquino también dotado para la interpretación de nombre Jon Favreau (Zathura, Iron Man I y II), que ya visualiza una versión del segundo libro selvático de Kipling. El Libro de la Selva ha servido de refugio (como ocurriese con Tarzán en otra etapa y localización), para todos aquellos jóvenes perdidos que siempre lucharían por la transformación ideológica y guiarían al pueblo frente a cualquier forma de gobierno dictatorial. En definitiva, la lucha por un mundo más amable y justo, con personajes salidos de la historia o la pluma imaginativa de grandes narradores y poetas, por todo el planeta literario… desde el Lazarillo de Tormes y su anónimo autor, buscando un remedio para su hambruna e injusticias surgidas por la diferencia de clases, hasta los pequeños héroes descritos por la pluma crítica de Dickens, sobreviviendo en una jungla de adoquines y chimeneas victorianas en la sociedad de la City londinense. Aquellos y estos, serían los niños supervivientes de las Letras con mayúsculas.

De esta manera, tanto Favreau como Disney, desde Rudyard hasta un Korda más reales y contemporáneos, han dotado a aquellos animales de ciertos aspectos antropomórficos, con las voces de Georges Sanders y diferentes cantantes-actores como Phil Harris, Sebastian Cabot o Louis Prima en dibujos acompasados y la voz de un niño Bruce Reitherman (e hijo del famoso animador de origen alemán) que produciría documentales sobre naturaleza en la edad adulta. Antecesores que guían al Baloo de Bill Murray, la Bagheera de Ben Kingsley, Shere Khan interpretado por el omnipresente Idris Elba, el grandioso Christopher Walken tan energético y mono, a Lupita Nyong´o o la sibilina Kaa de Scarlett Johansson. Sus cualidades y debilidades, han ido viajado con la infancia de varias generaciones y seguirán haciéndolo en el futuro, pues la escritura pertenece a los jóvenes, al igual que este Libro es imperecedero o inmortal como el alma o espíritu de la Selva. 

Ayer y hoy, se disfrazan los comportamientos ´razonables`con cuestiones individuales, las diferencias entre hombres y mujeres girando a su alrededor, la llegada de los adelantos de la civilización, e indivisiblemente, la salvaguarda de los ancestrales ritos, con queridos personajes desarrollando acciones más propias de los seres humanos, en una vida salvaje o educación basada en estos valores innatos. Devolviendo la imagen de nuestro sentido reptiliano o grotesco, que fomentaría la defensa de la singularidad individual frente al grupo o manada envenenada de palabras engañosas, y la diversidad de especies ofreciendo toda una variedad de rasgos que crean más en la libertad que, en señales marcadas por mentes atávicas o desproporcionadas. 

Por tanto, esta película, remarquemos también de Walt Disney Studios, con sus efectos digitales de último cuño (MPC y Weta Digital), muñecos o animatronics y animales entrenados para la cámara, distingue igualmente entre esos rasgos universales y culturales de nuestra época actual, en su relación ancestral con la historia y directa a la protección de la naturaleza. El Libro de la Selva, siempre significará esa eterna lucha con los ideales románticos de libertad y respeto en liza, en los que familia y amistad se dan la mano, frente a la codicia o manipulación ideológica, de la misma forma que Walt Disney facilitaba a oleadas generacionales de niños, su tema principal hábilmente convertido en un espectáculo visual y reivindicativo, sobre los fundamentos de una sociedad y el ideal revolucionario de la amistad como bandera. Diferentes formas de pensamiento observadas con el mismo prisma del siglo XIX, en una época que se repite como una sintonía en que el mono cantase: quisiera ser como ´tú`. 

Como gran aventura, es también, un esporádico y divertido musical para todas las edades, aunque la confluencia con la obra de Kipling tenga sus diferentes visiones o nuevas incorporaciones dramáticas, que han servido como referente en las distintas y libres versiones de The Jungle Book. Es imposible acabar con el espíritu de Kipling, con la educación contemporánea de nuestros jóvenes respecto a la protección y el defensa activa de la naturaleza, frente al acercamiento contínuo e invasivo de nuestra desarrollada civilización y la deriva de muchas especies animales hacia la extinción. Un drama tan auténtico como poco inteligente.

Favreau indaga con reverencia, en una parábola sobre la pertenencia a un lugar, la enseñanza de unos valores y las diversas creencias, que deberían respetar las leyes propias de la familia, frente a la libertad de escoger su propio destino, con divergencias cinematográficas con las texturas, o fidelidad en la piel sin pelo de un adolescente que actúa y se mueve como Mowgli, el joven actor de Nueva York en su primera estampida en el cine de nombre Neel Sethi; acompañando a los amigos de siempre, generaciones casi humanas de cuatro patas, a los que se unen reptador o retadores con aviesas intenciones, disfrazadas de diosas sibilinas. Al compás de las frescas canciones, la música compuesta por John Debney y sus odas épicas, del rango infantil en Mortadelo y Filemón o Spiderman a composiciones juveniles, desde Buscando a Bobby Fischer hasta el infernal Hellboy, pasando por New Year´s Eve. Aunque, los cuentos de Kipling no tuvieran ese carácter musical que proporcionaron esas versiones posteriores del cine, ni se mantienen todas las repercusiones de su impacto visual con Disney, si enfrenta este choque cultural e impacto generacional sobre la fauna o floresta salvaje. 

Por este carácter inmortal y necesario, El Libro de la Selva nunca se cerrará, aunque su historia sea conocida y releída hasta la saciedad, porque la elección de material actualizado y la flexibilidad de sus protagonistas han marcado, su regeneración espontánea, a nuestros jóvenes reflejados en los ojos del hábil Neel Sethi o la composición natural de unos compañeros de viaje sin fronteras. Fiel mirada de rasgos indios y su atrevimiento para luchar contra poderes fácticos, gigantescos o enigmáticos, de la jungla. En una mezcla al libre albedrío de todas las anteriores visiones de la obra de Kipling, y una especial puesta en escena, digital y animal, de caracteres o texturas físicas. Si bien, personalmente, podemos encontrar discrepancias visuales o engañosas, de estos animales atípicos junto al resto de participantes, Mowgli y sombras lejanas del bípedo, en un Libro de la Selva con ciertos altibajos o situaciones poco creíbles como otras producciones de estas características, no demasiado humorísticas o falseadas por sus efectos sintetizados. Sin embargo, la racionalidad y universalidad de sus imágenes, es tan conmovedora y absorbente que, el pequeño lobezno o cría de hombre (víctima del fuego de los adultos sin lascivia) se sobrepone a todas las desavenencias visuales o dramáticas. 

Algo de humor blanco que se distancia del progreso evolutivo, para comprometerse con la vida en manada y las costumbres, como si fuera un reproche de cierta idealización exagerada o la fabulación de un dolor no vivido hoy, y causado por los próximos asentamientos humanos que vengan en el futuro, como la sobre-explotación, la escasez y la guerra.

Pero esencialmente, el Libro sobrevive y se mantiene abierto en las principales páginas de Korda o Disney (sus carismáticas tonalidades), manteniendo una estructura comercial y familiar como un conjunto de cuentos, que homenajean la imaginación de Rudyard Kipling. Y un joven que se identifica con nosotros, como una pauta ´desanimada` y representativa de aquellos comportamientos y personajes dibujados, transformados en verdaderos monumentos culturales de nuestra memoria infantil.

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