Morir a las puertas del banco

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Son poco más de las ocho de la mañana. Subo al Instituto. Una ambulancia, un coche de policía municipal y dos de policía nacional, se encuentran estacionados frente a una sucursal bancaria. Un bulto tapado con una manta de un verde desvaído se ve tan sólo a medias.

A la vuelta, pocos minutos después, ya sólo queda una patrulla de policía. En la puerta de un bar unos parroquianos comentan que no abrirá la sucursal hasta que el juez haya levantado el cadáver. Al parecer, la mujer que venía cada mañana a hacer la limpieza encontró al indigente, intentó despertarle, pero su sueño ya era el interminable sueño de la muerte.

Más tarde busco la noticia en algún medio de comunicación. No hay nada. Pregunto en internet sobre las muertes de indigentes y aparece un estudio según el cual cada cinco días muere un indigente en la calle. Otras entradas dan cuenta de que habría 25.000 indigentes viviendo en las calles de España, unos 2.500 en las calles de Madrid.

No llegan al cero coma uno por ciento de cuantos vivimos en Madrid, pero vemos a esas personas cada día en nuestro deambular callejero. Nos piden unos céntimos a la puerta de un bar, de un supermercado, de una boca de metro, a la salida de una panadería.

No importa mucho si la cifra es exacta, es exagerada, o se queda corta. No viene al caso, por el momento, si aquel hombre dormía allí porque había perdido su trabajo, su familia, sus recursos, o si había perdido su cabeza, su salud, su Norte, un camino, un hijo. Importa, hoy, que ha muerto una noche, no demasiado fría, por cierto, acompañado por un cajero automático.

Mucha gente muere cada día. No siempre en las mejores condiciones. La muerte siempre es inexplicable, incomprensible, injusta. Pero morir a las puertas del lugar donde se acumula el dinero de nuestros salarios, de nuestros ahorros, de los beneficios de un negocio, de las mordidas de un corrupto, de las acciones que alguien ha comprado o vendido. Morir así,  a las puertas del dinero, tiene algo que sobrecoge.

Decididamente, algo falla. Ahora es el momento en el que cada cual comenzamos a señalar para otro lado. Los servicios sociales, el Ayuntamiento, el gobierno, la derecha, la izquierda, la sanidad, la educación, los partidos, los sindicatos, los corruptos, los ricos, los banqueros.

Algo de ello habrá, sin duda, pero no dejo de pensar que no conozco nada de ese hombre, al que seguro he visto algunas veces por el barrio. No dejo de preguntarme en qué momento di por buena la protesta de Caín y me conformé con responderme, Yo no soy el guardián de mi hermano. En qué momento dejé de creer que la unidad de los nadies podía vencer el egoísmo del dinero y la soberbia del poder.

1 COMENTARIO

  1. Los sentimientos han quedado los últimos de la fila. El barrizal al que hemos llegado, nos salpicara sin duda a todos. El culto al ego tiene una sobredosis de drogas blandas. La búsqueda no tiene camino…y el ser humano no sabe dónde va… ha dejado de preguntarse…»las grandes preguntas».

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