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CIEMAT: la bomba atómica que pudo haber ‘caído’ en Madrid

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Habéis pasado a su lado muchas más veces de las que os imagináis. Quizá en una visita al Paraninfo de la Universidad Complutense, o en una tarde de deporte haciendo running o bicicleta por los caminos de la Dehesa de la Villa. Pero es una instalación tan aparentemente anodina que seguro ni siquiera habíais reparado en ella. Y en el fondo es normal, ya que se trata, a simple vista, de un simple complejo de edificios, tanto de oficinas como industriales, separado de la calle por una valla, eso sí, con más seguridad de lo habitual.

Estamos hablando del Centro Territorial de Moncloa del CIEMAT (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas), el Organismo Público de Investigación adscrito al Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y que se encarga, resumiendo mucho su labor, del estudio, desarrollo, promoción y optimización de las distintas fuentes de energía y del desarrollo de nuevas tecnologías. Se trata, en definitiva, de un edificio gubernamental más. Pero que esconde una de las intrigas más delirantes y apasionantes de la historia moderna de nuestro país.

Nos remontamos al siglo pasado, concretamente a 1955. Ese año, España firmaba con EE.UU. el acuerdo “Átomos por la Paz”, a través del cual se iniciaba entre ambos países un tratado de cooperación en materia de desarrollo nuclear, gracias al cual no empezaríamos de cero a la hora de utilizar esta novedosa energía. Sólo unos meses después, ya en 1956, Marruecos se independizaba de España. En principio, ambas efemérides parecen no guardar relación, pero sigamos avanzando.

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1958: se inauguraba la actual sede del CIEMAT en plena Ciudad Universitaria, aunque lo hacía bajo el nombre de ‘Centro Nacional de Energía Nuclear Juan Vigón’. En este emplazamiento se construyó a posteriori el reactor ‘JEN-1’, gracias al cual se pudo producir en nuestro país una reacción en cadena automantenida. Se sentaban así las bases para que España fuera más independiente desde el punto de vista energético y fuera posible que prosperara la calidad de vida de sus habitantes.

Mientras tanto, las relaciones con nuestros vecinos del otro lado del Estrecho se iban tensando cada vez más, hasta el punto de temer en el régimen franquista que los marroquíes decidieran ‘reclamar’ Ceuta, Melilla y el Sáhara Occidental por la fuerza. EE.UU. ya había avisado que en caso de cualquier tipo de conflicto no tomaría parte a favor de España, por lo que no se podía contar con su ayuda. Y también seguía muy latente la idea de recuperar un papel importante en el tablero internacional.

Por estos motivos entre otros, y avanzando ya hasta 1963, se pone en marcha el Proyecto Islero, el cual debería culminar con la entrada de España en el reducido grupo de potencias nucleares: Franco quería su bomba atómica. Para tal propósito se encargó al general de división del ejército del aire Guillermo Velarde un informe secreto sobre las posibilidades reales de llevar a cabo tamaña empresa. El trabajo se dividiría en dos fases: la bomba atómica en sí, y la construcción de un reactor nuclear, la fábrica de los elementos combustibles del reactor y la planta de extracción del plutonio de los elementos combustibles sacados de este reactor.

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El objetivo estaba claro y el tipo de artefacto, también. Se elaboraría a partir de plutonio 239, ya que sus costes eran mucho más bajos que una bomba de uranio 325. El incidente de Palomares, acaecido en 1966 y ‘gracias’ al cual se pudieron rescatar elementos de una bomba nuclear norteamericana, servía para apuntalar un poco más un proyecto que cada vez empezaba a ser menos disparatado.

Sin embargo, fue el propio Franco el que empezó a proyectar dudas hacia la bomba atómica española. Le preocupaba el hecho de que, antes o después, fuera imposible mantener en secreto un plan de semejante envergadura, y no quería arriesgarse a sufrir unas sanciones económicas que habrían sido fatales para el régimen. El dictador echó por tanto el freno al desarrollo físico del Proyecto Islero, si bien sí permitió que se siguiera avanzando en el plano teórico, desligándolo en cualquier caso de las Fuerzas Armadas.

Daba la sensación de que ahí podría morir el ‘sueño nuclear’, pero nada más lejos de la realidad. El 1 de julio de 1968 España no estaría entre las firmantes del Tratado de No Proliferación Nuclear, y casi a continuación se construía el mencionado reactor JEN-1 en la actual sede del CIEMAT. Hace aproximadamente cincuenta años, a escasos kilómetros de la Facultad de Derecho o de Medicina, se levantaba un reactor con capacidad de producir plutonio para las bombas, material que comenzó a obtenerse apenas un año después de su construcción.

En 1971, el Proyecto Islero volvía a estar más vivo que nunca. Cabe recordar que sólo un año antes, el 7 de noviembre de 1970, se producía en las instalaciones del CIEMAT un accidente que provocó un derrame de refrigerante altamente contaminado, que acabó en el río Manzanares y en el subsuelo de la zona y que, al igual que el tema que nos ocupa, se mantuvo en el más absoluto de los secretos. Pero lo importante era que ya se producía plutonio (también empezó a generarse en la central de Vandellós) e incluso ya se había barajado el Sáhara como lugar idóneo para la realización de pruebas.

La bomba atómica española parecía más cercana que nunca, e incluso el proyecto, a quien Velarde ya había dado garantías de éxito, sobrevivió a la muerte de Franco en 1975. Es más, en 1977 ya se conocía la producción de bombas que se podría alcanzar: 23 anuales, elaboradas con los 140 kilogramos de plutonio que se generarían cada año.Pero a lo que no pudo sobrevivir el Proyecto Islero fue a la transición y a la brutal presión por parte, sobre todo de EE.UU., país que amenazó con boicots económicos o el cese de envío de material necesario para la construcción de plantas atómicas.

El Proyecto Islero empezaba a agonizar, y el golpe de estado de 1981 supuso la estocada definitiva. Un mes después de la toma del Congreso, el entonces Presidente Leopoldo Calvo Sotelo aceptaba las condiciones de Estados Unidos y sometía sus instalaciones al control de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, lo que suponía seguir recibiendo tecnología estadounidense pero acaba de facto con las esperanzas de desarrollar una bomba atómica. El punto y final llegó en 1987, cuando el PSOE firmaba el Tratado de No Proliferación como parte del acuerdo para la integración en la Comunidad Económica Europea.

Así que, la próxima vez que paséis por la Avenida Complutense y levantéis la vista, tendréis a sólo unos metros el lugar exacto en el que a los madrileños nos pudo haber ‘caído’ la bomba atómica.

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