Ahora que empieza una época en la que todo el mundo empieza a buscar sitio para celebrar el cotillón de fin de año, nos detenemos en la historia del que fue, durante décadas, el lugar de ocio de moda en Madrid.
Corría la primavera de 1942. Europa seguía sumida en la pesadilla de la II Guerra Mundial a la que España era ajena, ya que dentro de sus fronteras todavía se dejaban sentir los devastadores efectos de la Guerra Civil que había concluido hacía apenas 3 años y no había mimbres para más conflictos. Los madrileños, sin embargo, seguían buscando luz donde solo había oscuridad y trataban de exprimir cualquier alternativa para evadirse de la realidad que se les presentara.
Precisamente en mayo del mencionado año abría sus puertas en los bajos del Cine Avenida, en el número 37 de la Gran Vía, la que sería la discoteca (y muchas más cosas) de referencia de la capital durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX. Hablamos de Pasapoga, la mítica sala de fiestas que a muchos les sonará por aparecer frecuentemente en la ficción “Cuéntame” pero que, en realidad, fue símbolo de la noche madrileña durante décadas.
En lo que había sido un salón de billar se gestó un local de leyenda que debe su nombre a los apellidos de los cuatro empresarios, concretamente a las dos primeras sílabas del mismo. Patuel, Sánchez, Porres y García bautizaban Pasapoga, inconscientes entonces de en qué se convertiría. Y es que muy pronto se convirtió, en esa España de autarquía y cartillas de racionamiento, en el símbolo de la elite y la ostentación. Su planta en forma de herradura, al modo de los teatros tradicionales, y su exuberante decoración, con columnas y pinturas murales imitando frescos antiguos, albergaron conciertos de artistas como Antonio Machín, Frank Sinatra o Rosa Morena, además de la presencia de personajes ilustres como el rey Abdullah de Arabia Saudí o la hija y la esposa de Franco.
No en vano, los mencionados dueños no eran ajenos a ese mundo. El precio de acceso en los primeros años era de entre 15 y 18 pesetas, una cantidad inaccesible para la mayoría de los bolsillos. Aquel Patuel que aportaba la primera sílaba ejercería años después de suegro de Carmen Sevilla, cuando ésta ya se había divorciado del compositor Augusto Algueró. O el caso de Luis Sánchez-Rubio que era, además, el propietario de unas tiendas de ropa exclusiva en Madrid, situadas en la Gran Vía y Preciados, que se llamaban Sánchez-Rubio.
Eventos exclusivos… y subidos de tono
Como decimos, por su sala de conciertos pasaron algunos de los nombres más significativos del espectáculo internacional del siglo pasado. Tanto que, en 1952, un cartel publicitario de Pasapoga lo definía como “La sala de fiestas más famosa del mundo”, para anunciar las actuaciones de cantantes hispanoamericanos y el humor de los actores Antonio Casal y Ángel de Andrés. Pero es que además de estos conciertos se llevaban a cabo otros eventos como presentaciones de películas, espectáculos de cabaret u otros tan elitistas como desfiles de joyería y exhibición de sombreros.
Pasapoga logró superar un incendio a finales de 1979 con daños materiales, pero que afortunadamente no dejaba víctimas mortales. Un incendio que, de algún modo, era la antesala del principio del fin. De hecho, cuando aquel accidente tuvo lugar Pasapoga se jactaba de ofrecer “el primer porno-musical de Madrid”, que llevaba por título Coito colectivo y había obtenido la clasificación S. Precisamente esa línea, la del erotismo, sería una de las que seguiría en las décadas posteriores, además de otras ideas como traer a un sinfín de cómicos o un buffet que se alargaba hasta el cierre como reclamos para una propuesta de ocio, la de las variedades, que daba síntomas de agotamiento.
Los finales de los noventa y los primeros años del siglo XXI fueron la puntilla definitiva. Una de las causas definitivas fue la enorme proliferación de salas, mucho más acordes a las demandas de la época. En un último intente por adaptarse a los nuevos tiempos, Pasapoga se convirtió en una discoteca que atraía a sus sesiones de House un público mayoritariamente gay. De hecho llegó a ser escenario del videoclip “A por ti” de la otrora famosa Tamara (hoy Yurena) y otra reina de las páginas rosas, María Jiménez, presentaba allí su álbum de regreso Donde más duele.
Fueron sus últimos momentos de esplendor. La Gran Vía se había convertido en objeto de deseo de las multinacionales (hoy alberga un Uniqlo) y el precio del metro cuadrado, junto a la mencionada competencia, hacía imposible su supervivencia económica. El 8 de febrero de 2004 cerraba sus puertas, no sin antes haber dado una fiesta de despedida por todo lo alto la noche anterior. Era el punto y final a una parte de la historia de Madrid de la que hoy solo queda una placa de recuerdo.