Pasear por Madrid es hacerlo por un lugar lleno de vida. Pocas ciudades hay en Europa con una cultura de salir a la calle como la capital, donde, casi a cualquier hora del día, podemos cruzarnos con alguien. Sin embargo, si cogemos el coche y vamos dejando atrás la metrópoli y sus localidades aledañas, a medida que avanzamos nos vamos encontrando con otras realidades, más cercanas a las de la «España Vaciada«.
Y uno de los ejemplos más extremos de «deshabitación» lo encontramos en El Alamín, uno de los denominados pueblos fantasma a escasos kilómetros de Villa del Prado y a apenas una hora de la Puerta del Sol, que hoy es poco más conjunto de casas con la maleza y los animales salvajes como únicos habitantes. Y mucha historia detrás pese a que solo lleva unas décadas en pie.
El Alamín es (era), en realidad, una pequeña villa mandada construir por el marqués de Comillas en el año 1957, con el objetivo de albergar a los empleados de su finca, dedicada a explotaciones agrícolas. Para ello levantó cuatro decenas de casas de tipo serrano en piedra y teja, de una planta con porche de entrada, o de dos plantas con desván para familias numerosas. Todas tenían un pequeño patio trasero, ideal para un pequeño huerto o la crianza de animales, distribuidas en tres calles paralelas, dos perpendiculares y una gran plaza con una fuente en medio.
En definitiva, un trazado similar a los pueblos de colonización que el franquismo levantó hacia mitad del siglo XX en diferentes partes de España.
150 habitantes que no llegaron a los cuarenta años
Como decíamos, quienes allí vivían se dedicaban principalmente a la agricultura, acompañados por supuesto de sus familias. En sus buenos tiempos, más de 150 personas llegaron a vivir en El Alamín, disponiendo de iglesia, convento, escuela, peluquería, oficina de correos e, incluso, fiestas propias. Los residentes solo tenían que hacerse cargo del recibo de la luz, aunque ese «alquiler» tenía una particularidad. Una vez el jornalero se jubilaba, debía abandonar el pueblo y dejar su casa para la siguiente familia.
Sin embargo, el progreso y la industrialización hicieron que las plantaciones, principalmente de trigo y tabaco, dejaran de ser rentables, por lo que poco a poco, los jornaleros del marqués se fueron marchando. Los últimos habitantes hicieron las maletas en 1996, quedando todas las puertas de las viviendas cerradas a cal y canto para siempre.
Su silueta luce hoy deteriorada y triste, con las construcciones a merced de actos vandálicos como grafitis o hurtos, que llevaron a sus actuales propietarios a vallar el perímetro y colocar carteles de propiedad privada y de perros peligrosos, si bien sigue habiendo gente que hace caso omiso y sigue entrando para curiosear. También es promocionado por la Comunidad de Madrid como escenario para rodajes de películas.
Como no podía ser de otro modo, el abandono ha hecho florecer las historias basadas en fenómenos paranormales y extraños, como la supuesta desaparición de un pastor con todo su rebaño o la que cuenta que el antiguo párroco del pueblo se aparece en las inmediaciones de la iglesia. Una leyenda a la que ayuda el hecho de que la zona en la que se ubica El Alamín fue frontera de los reinos cristianos y musulmanes en la época de la Reconquista, llegando a contar con hasta cinco mezquitas y una ciudad amurallada con un castillo.
Es difícil, desde luego, dar verosimilitud a todo ello, aunque lo que no es ningún cuento es que es un ejemplo, extremo pero paradigmático, de la muerte del mundo rural. Solo en la Comunidad de Madrid hay unas 160 localidades abandonadas, más de 3.000 en toda España. Y el número no para de crecer. Un fantasma mucho más real y amenazador que el del cura de El Alamín.
Imágenes: Oficina de Promoción de Rodajes de la Comunidad de Madrid
