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Que no nos maten el fútbol

Dijo una vez Jorge Valdano, ex futbolista argentino, que “el fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes”. Habrá quien no esté de acuerdo, desde luego, pero incluso quien tenga este deporte entre la última de sus prioridades es plenamente consciente de todo lo que arrastra el balompié. ¿Alguien recuerda algún acontecimiento en Madrid en los últimos treinta años que haya provocado tanta alegría y a tanta gente como el gol de Iniesta en ese estadio de Sudáfrica? No lo creo. Del mismo modo que estoy convencido de que pasarán cien años y, ya sea en la radio, en la televisión o en unas gafas de realidad virtual, el seguidor del Rayo Vallecano no se perderá ni un partido de su equipo del alma.

Y es en el alma donde nos duele estos días a todos los aficionados con las noticias sobre la trama de amaños. Más allá de nombres, de encuentros y de cifras, lo que nos mata es que, por primera vez, parece demostrarse que en nuestra propia Liga no son los jugadores y la fortuna las que determinan un resultado, sino que una serie de personas se han puesto de acuerdo para que un equipo gane o pierda.

Es cierto, no debería cogernos por sorpresa. Había pasado fuera de nuestras fronteras, e incluso en nuestro propio país en categorías no profesionales. Y también es verdad que siempre había sospechas. Pero no queríamos despertar del sueño, no podíamos creernos que nuestro compañero de tantas tardes de domingo, de esos viajes interminables de regreso a casa después de un fin semana fuera, estuviera infectado por el virus de las apuestas ilegales.

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Ojalá todo se aclare para bien. Deseo de corazón que se demuestre que todo es mentira, que las reuniones eran de verdad de amigos y que las conversaciones telefónicas sólo versaban sobre lo que podía pasar y no sobre lo que debía pasar. Porque en caso contrario, le habrán dado un golpe terrible no sólo al deporte, sino a un salvavidas de millones de personas, que se agarran a los colores de una camiseta para cambiarle la cara a un mal día o superar una desgracia familiar.

El problema es que esa mosca que teníamos detrás de la oreja ha dejado de ser una sombra para convertirse en una presencia amenazante. Esa que hará que nos cueste quitarnos de la cabeza la posibilidad de que el espectáculo, otrora emocionante, que estamos viendo, tenga ya un final marcado, que han decidido unos pocos para llenarse los bolsillos. Un amaño no es sólo hacer trampas. Es también robar, y algo mucho más valioso que cualquier bien tangible. Es robar la fe y la esperanza de millones de personas.

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