Y de regalo, la libertad

"El mejor regalo que podemos hacerles a nuestros hijos e hijas es la libertad. La de elegir su futuro, su profesión, su vocación".

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Cada vez nos preocupa más, a padres y madres, el futuro de nuestros hijos. Oteamos el horizonte y buscamos qué profesiones les tenemos que insinuar, sugerir, instigar. Nunca el mundo giró tan deprisa, nunca los cambios fueron tan rápidos, nunca nuestros antepasados lo tuvieron tan difícil para acertar. Mi padre sabía que un obrero de la construcción pasaba frío en la calle y que un botones de banco estaba calentito, un maestro tenía muchas vacaciones, un médico ganaba más dinero.

Hubo un tiempo en el que los jóvenes querían ser abogados. Un tal Perry Mason televisivo tuvo mucho que ver en ello. Luego, al principio de los tiempos democráticos en España, casi todos los políticos en el Parlamento eran abogados. Había una necesidad tremenda de hacer leyes democráticas que sustituyeran a las franquistas y debían de pensar que lo mejor era que las hicieran los abogados disponibles.

Han pasado los años y ahora las cosas ya no son tan así en el Congreso. Aunque los abogados siguen siendo los más, no faltan profesores, economistas, empresarios, periodistas, jueces y funcionarios. Masculinos y femeninos, se entiende. Lo que cada vez hay menos son trabajadores y trabajadoras asalariados, pero ese es otro cantar. Para otro día, tal vez, si me acuerdo y viene a cuento.

En aquellos tiempos de monopolio televisivo, un tal Doctor Kildare, muy anterior a Anatomía de Grey, House, o The Good Doctor, hizo que mucha juventud decidiera estudiar Medicina, produciendo una inflación de demanda universitaria que llega hasta nuestros días. Hasta el punto de que, entre los recortes sanitarios y el aumento de profesionales sanitarios titulados, nuestras médicas y médicos, en número superior a los 10.000, engrosan las cifras de españoles por el mundo. Desde Reino Unido a Brasil, desde Suecia a Canadá.

Ser arquitecto también era el sueño de muchas y muchos de nuestros jóvenes, pero llegó la crisis, pinchó la burbuja inmobiliaria y los 85.000 arquitectos disponibles tuvieron que dedicarse a otras tareas. Porque cuando echas un ojo a las profesiones más demandadas, no hay quien se aclare. Nadie sabe bien si necesitaremos muchos ingenieros, químicos, físicos y matemáticos, o muchos informáticos, diseñadores de software, analistas, o especialistas en multimedia. Muchos de nuestros hijos quieren ser influencer, youtuber, o probadores de videojuegos.

Bueno, estas cosas se llaman de cualquier manera, cada día de una distinta, pero son lo mismo. Incluso surgirán nuevas profesiones, algunas de las cuales ya están aquí, Chef de impresión, o diseñador de órganos, todo en 3D. Desarrollador de aplicaciones móviles, o de realidades virtuales. Nanomédicos, expertos en nanotecnología, o ciberabogados. Desarrolladores de interfaz de usuarios, experiencia de usuario, o relaciones con los clientes en la nube. Cosas así.

Por eso no conviene ponerse nerviosos. Ni los padres, ni los hijos. Lo que sí sabemos es que se van a seguir necesitando personal médico y de enfermería, abogados, ingenieros de todo tipo, filólogos, arquitectos, expertos en relaciones humanas y laborales, o dentistas. Y psicólogos. Tal como va la vida muchos psicólogos.

Hasta historiadores se necesitarán, aunque sólo sea para que los videojuegos ambientados en Egipto y Roma hace 2000 años, la Florencia renacentista, o el París de la Revolución Francesa, cuenten con las calles, los monumentos, los vestuarios más fieles posibles.

Sobre todo, no lo olvidemos, habrá que reparar y asistir a los robots. Habrá que mantener parques eólicos, preparar pedidos, atender a clientes de forma especializada y personal, atender las habitaciones de los hoteles, cocinar y servir comidas en los restaurantes, reponer alimentos, atender llamadas como teleoperadores, catering, representantes y vendedores de productos de todo tipo.

El mejor regalo que podemos hacerles a nuestros hijos e hijas es la libertad. La de elegir su futuro, su profesión, su vocación. La libertad, a fin de cuentas y pese a lo que nos han contado, no es otra cosa que asumir la propia responsabilidad, contigo mismo, con los demás y elegir hacer lo que consideras que hay que hacer. No es la libertad que nos han contado, pero es la única que reconozco.

Por Navidad, regala libertad.

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