Cuando se cumple el 25 aniversario de la muerte del creador de Star Trek, Gene Roddenberry, la nave USS Enterprise, liderada por el capitán James T. Kirk (Chris Pine), se adentra en una nebulosa inexplorada en una misión de rescate que resulta ser una trampa del villano alienígena Krall (Idris Elba) como parte de su plan para hacerse con una poderosa arma, con la que puede destruir la Flota Estelar y acabar con la paz en el universo. Hasta aquí el argumento, nada novedoso, pero desarrollado a buen ritmo y con muy buen gusto.
Lo que hace realmente especial a esta nueva entrega de Star Trek es la cuestión moral que plantea de fondo respecto de la arbitrariedad que subyace cuando se asume determinada discriminación de origen racial. Así, en Star Trek: más allá la pertenencia a una determinada especie biológica no constituye un elemento relevante en la titularidad y en el ejercicio de derechos.
El debate que se plantea en la literatura de ciencia ficción cuando se aborda la cuestión de cómo afrontaría el ser humano su encuentro con otras especies extraterrestres no está tan alejado de aquel que hoy proponen los activistas de los derechos animales. El hilo argumentativo de asumir como normal que existe mayor desvalor en el daño causado a un ser humano por el hecho de ser una especie inteligente y consciente de su propia existencia, frente al daño que se causa a cualquier otra especie, abre la puerta a la discriminación y al racismo. Problema que en Star Trek se lleva un paso mas allá de la raza o de la multiculturalidad y se plantea en términos de especies. La vida humana no es en realidad más valiosa que la de cualquier otro ser vivo.
Y la verdad es que se agradece que en un género que en las salas de cine raramente escapa a la dialéctica del héroe que salva a la raza humana del alienígena, aborde un planteamiento novedoso en el que no todo gire en torno al homo sapiens.
La aportación ideológica de Star Trek es que realmente presenta a las especies alienígenas en pie de igualdad con la especie humana. Frente a, por ejemplo, el universo de Star Wars, en el que todo lo alienígena no deja sino de ser accesorio y acompañamiento, cuando no maligno.
Y el final… inteligente y muy bien construido. No vamos a desvelarlo, pero el lector sabrá encuadrarlo en el debate moral planteado.