Las iglesias quemadas

"A Monasterio, Ayuso, Almeida y al propio Pecas, les recordaría que ya en 1956 los rojos comunistas aprobaron, en el exilio, una política de Reconciliación Nacional que, tras la muerte del tirano, dio lugar a los acuerdos que condujeron la Transición democrática y la Constitución que hoy tenemos".

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Parece que la Presidenta de la Comunidad de Madrid, respondiendo a una pregunta de la señora Monasterio, opositora, a la par que cómplice necesaria de su gobierno, ha enunciado su preocupación por el hecho de que las izquierdas comiencen a quemar iglesias de barrio en una emulación de tristes hazañas pasadas allá por el 36.

Todo viene a cuento de la preocupación de la ultraderecha por una sentencia judicial del Tribunal Supremo, según la cual el ataúd del dictador debe salir del Valle de los Caídos. Entiendo que para facilitar la reagrupación familiar, junto a su esposa y su hija, Doña Carmen y Carmencita, los restos serán enterrados  en el cementerio de Mingorrubio.

Parece obvio, así debe haberlo pensado el alto tribunal, que la presencia del general no aportaba nada, sino que más bien podía distorsionar la reconciliación de las miles de víctimas desconocidas de ambos bandos, cuyos huesos fueron desenterrados de cementerios de toda España y de las fosas comunes, para ser mezclados, amontonados y vueltos a inhumar en el Valle.

Parece que Díaz Ayuso, que así se apellida la Presidenta, se teme lo peor, si el dictador deja de imponer orden, manu militari, entre tanto caos de restos humanos. Podría ocurrir cualquier cosa, debe pensar Isabel, que así se llama la discípula y catecúmena de Esperanza Aguirre. Conviene recordar que uno de los méritos más reconocidos de nuestra Presidenta es haber ejercido como ventrílocua tiutera del famoso perro Pecas de Aguirre.

Sin darse cuenta de que el escenario ha cambiado, su situación escénica es muy otra y ya no se encuentra en una de las redes sociales más agresivas, la nueva presidenta dice cosas parecidas a las de su maestra, pero con menos gracejo castizo y como leyendo unos apuntes que bien pudieran haber sido directamente redactados por Pecas, que actuaría como una especie de Mr. Hyde.

En éstas, entra en juego el vicepresidente Aguado, empeñado en demostrar, día sí, día no, que no pertenece a otro gobierno dentro del gobierno. Ignacio, que así se llama el vicepresidente, declara que, si de él y de su partido depende, durante 2019 no se quemará ninguna iglesia en Madrid, como ya ocurrió en el 36.

Poniéndose la venda, antes de recibir la pedrada, días antes el alcalde Almeida, ha respondido a las preguntas de los niños de un colegio madrileño, que prefiere dar dinero para restaurar la Catedral de Notre Dame, que ardió accidentalmente, antes que destinarlo a repoblar las selvas de la Amazonía, que se van consumiendo a fuerza de incendios intencionados, provocados y premeditados.

Bien parece que hubiera tenido una premonición sobre las cuantías presupuestarias que habría que dedicar a restaurar y reconstruir iglesias, en el caso de que los de izquierdas, los rojos de toda la vida, los de la cáscara amarga, decidieran recorrer las calles, armados de antorchas, para emprenderla con las iglesias del barrio.

A Monasterio, Ayuso, Almeida y al propio Pecas, les recordaría que ya en 1956 los rojos comunistas aprobaron, en el exilio, una política de Reconciliación Nacional que, tras la muerte del tirano, dio lugar a los acuerdos que condujeron la Transición democrática y la Constitución que hoy tenemos.

Les recordaría que el problema no son los rojos, que han demostrado paciencia, sensatez, responsabilidad y deseos infinitos de convivencia pacífica, sino los corruptos que utilizan su posición económica, o política, para obtener todo tipo de beneficios, prebendas y privilegios para ellos, para sus familiares, para sus amigos.

Les recomendaría que prestasen atención a los problemas reales. Al Norte de la capital, por donde se avecina un gran pelotazo urbanístico en el que están implicados bancos, constructoras, inmobiliarias y empresas bien informadas y relacionadas. Que se dieran cuenta de que los barrios se llenan de casas de apuestas y que famosos presentadores hacen publicidad de esta nueva droga que consume personas y familias.

Les reclamaría que prestasen atención a las bandas que se disputan barrios enteros de Madrid y de los pueblos, a machetazos, o a tiros. Los vecinos de los distritos del Sureste lo vienen denunciando sin que nadie haga nada, hasta que el conflicto violento estalla. Exigen soluciones educativas, sociales, deportivas, culturales, de empleo, económicas y policiales. Silencio. No interesa. Ya veremos. Diseñemos un plan para no tener que hacer nada.

Les pediría que pensasen en las personas mayores, solas, abandonadas a su suerte. Atendidos con pocos medios y escaso personal mal pagado, mal formado. En quienes han sufrido brutalmente la crisis y se han visto desplazados hacia los rincones de la exclusión, la pobreza, la marginación social. No son responsabilidad de las redes de caridad, sino de las administraciones más cercanas. La autonómica, la local.

Ya puestos, les prometo que este rojo, hijo y nieto de rojos y rojas, no va a quemar ninguna iglesia. Las iglesias me encantan. No sólo las que tienen valor histórico y artístico, sino aún más esas humildes iglesias de barrio donde se concentran, condensan, empozan y liberan todo el dolor, el miedo, las esperanzas y las pequeñas alegrías de sencillas mujeres y hombres.

Eso sí, si pudiera ser, yo ya lo he intentado todo, les agradecería que hicieran todos los esfuerzos para ayudarme a encontrar los restos de mi abuelo. Tras defender la legalidad republicana, desapareció en alguna playa mediterránea del Sur de Francia, reconvertida en improvisado campo de refugiados, o tal vez enfermó y falleció en algún hospital, o en un campo de concentración nazi.

Lo he intentado, pero ya no sé dónde buscar. También él merece un entierro digno, junto a su mujer, junto a su madre, junto a sus hijos. Son rescoldos del incendio que consumió España y que aún no se han apagado en las fosas y el exilio.

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