La situación que se está viviendo en las últimas horas en el Partido Popular supone la última mano de una partida que viene jugándose desde hace meses. Un órdago a la grande entre la dirección nacional, con el dueto formado por Pablo Casado y Teodoro García Egea, y la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. En estos momentos todas las cartas están ya sobre el tapete y toca dilucidar quién resultará ganador, si es que al final lo es alguien.
La militancia está en ‘shock’, como lo demostraban los silencios de los cargos públicos durante todo el día y reconocen en petit comité algunos de los afiliados y cargos. Ahora mismo son muchos los que miran a los barones regionales con la esperanza de que sean estos quienes finalmente decanten la balanza. Estos, además, son conscientes de que el daño que hace a la marca este enfrentamiento también les afecta de lleno a menos de un año y medio de las elecciones autonómicas. Por eso, ayer algunos de ellos trataban de desmarcarse de la polémica y lo lógico es que en los próximos días apremien a la dirección a resolver la cuestión cuanto antes.
Habrá que ver, en todo caso, quien acaba acusando de forma más aguda las consecuencias de esta situación. Es cierto que la dirección nacional tiene la sartén por el mango a nivel interno y hará todo lo posible por que la presidenta madrileña acabe marchándose, por lo que, a priori, ese debería ser el camino.
Sin embargo, resulta complicado que, en esta ocasión, tanto la militancia como los cargos electos acaten de tan buen grado como lo hacen en la mayoría de ocasiones la decisión de la dirección nacional.
Porque una cosa es lo que ocurra de puertas para adentro, pero la calle es otro mundo. Las decisiones de Ayuso durante la pandemia y su enfrentamiento directo con Pedro Sánchez durante esos meses la han aupado prácticamente como un fenómeno de masas que trasciende la comunidad de Madrid, como quedó demostrado en los comicios del pasado mes de abril en los que rozó la mayoría absoluta y también en el hecho de que la misma noche en que se destapó la polémica un buen número de seguidores de la presidenta se concentraron a las puertas de Génova pidiendo la dimisión de Casado y Egea. Su presencia en los mítines es un reclamo y el público la aclama cada vez que aparece en un recinto.
Por ello, de los apoyos que cada bando recabe en los próximos días dependerá en gran medida lo que ocurra finalmente en esta batalla, de la que, no cabe duda, el gran perjudicado será el propio partido.
Lo que resulta evidente es que en esta guerra no hay vuelta atrás. Ya no valen los arrepentimientos, ni las disculpas ni rectificaciones, porque la brecha es enorme y las relaciones totalmente irreconciliables. Habrá que ver cómo es capaz de coser Pablo Casado a un partido que ahora mismo está completamente roto y cómo hace, además, para evitar que su propia imagen no se deteriore más de lo que ya lo está actualmente.
