Días de taxímetros parados e impotencia al sentir cómo la lucha de un sector al que se ha ido asfixiando por momentos no llega a buen puerto. Y más rabia aún al ver y escuchar cómo la opinión pública aprieta un poco más la soga.
Como hija de taxista, entenderán de qué lado de esta guerra me llega más información. Sin embargo, eso no quita que discuta con mi padre día sí y día también, porque considero (y creo que todos consideramos) que la forma de batallar no está siendo del todo correcta y que los actos de violencia generan más pérdida de credibilidad que éxitos.
Obviando esto, me pregunto por qué el mensaje que quieren mandar está llegando de forma equivocada, o por qué se ha decidido demonizar a unos y victimizar a otros sin apenas informarse de las claves de esta huelga.
No dejo de escuchar que el problema es que los taxistas no aceptan la competencia porque están acostumbrados a su monopolio. Ahora bien, ¿qué competencia?
Por un lado, está el taxi: tarifas reguladas, horarios regulados, incluso vacaciones reguladas. Y, por otro, las VTC: se incumple la regla 1/30; captan, sin poder hacerlo, clientes por la calle, en estaciones y aeropuertos; realizan transporte urbano sin tener autorización para ello; pueden subir y bajar las tarifas en función de la demanda; entre otras cosas, y nadie les regula.
En esta huelga, los taxistas solo piden una cosa, y es que sean estrictos en la regulación de las VTC que, concretamente en Madrid, han crecido más de un 240% en un año. ¿Qué puede hacer un sector que está atado de pies y manos frente a otro que nadie se compromete a regular?