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Victor Frankenstein: cría cuervos y te sacarán el corazón

Ante la caricatura última e innecesaria de este Frankenstein sin alma es un entretenimiento seccionado que se centra en el músculo de tebeo y las chispas saltando por...

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Los especímenes humanos siempre hemos tenido dos motivaciones esenciales en nuestras escuetas vidas: expandir los caminos del saber ampliando el conocimiento del hombre y hacer una copia de sí mismo que, a imagen y semejanza, permita perpetuar su especie en una misión tan genética como impredecible. Y cuya esencia del ser, puede dividirse en dos facetas enfrentadas y reconocibles en la historia de la humanidad, pero que terminan siendo la misma cara de un espejo. Lo benigno frente a lo perverso.

Sin embargo, en la historia de la Literatura y en la Ciencia, la imaginación de los seres humanos (o las mentes capacitadas para adentrarse en lo desconocido) juega un papel fundamental para construir este puzzle real y idealizado del arte fantástico, como una entelequia de la anatomía deslavazada y vuelta a unir, que significa un corazón palpitando de nuevo.

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Diferenciemos el pasado del siglo XIX, época de una publicación en la que un joven doctor suizo confeccionaba con retales y un número no mencionado de órganos, un cuerpo de dos metros y cuarenta y cuatro centímetros de estatura; para no confundir a nadie con este comentario en el actual siglo XXI sobre aquel mito del moderno Prometeo y su creador en la ficción, el doctor Victor Frankensteinto regresa al mundo cinematográfico de la era digital.

Viajemos al anciano y espectacular Londres victoriano, para intentar reconstruir los escenarios con diseños de la arquitectura barroca edificados durante el reinado de Victoria I y los días que precedieron a un hecho mágico y sorprendente, cuando la escritora Mary Shelley emergió de las sombras de una noche de verano envuelta en una ligera escritura epistolar. Presenta a sus amigos novelistas  George Gordon Byron y John William Polidori cerca de un lago de Ginebra, un conjunto maravilloso de folios que contaban la historia de nuestros personajes favoritos del terror gótico, años antes del fallecimiento de su marido en un hundimiento por el mar de Liguria. La criatura y la muerte de Frankenstein rondando entre cartas y experimentos científicos, se convertían en un modelo actualizado de la divinidad en la Tierra, aunque la realidad cinematográfica se evade de lo allí contado en más de una ocasión en esta película de 2016, la esencia de sus letras se mantiene intacta, con diferentes rostros. Voy a ir directamente al tornillo… de la cuestión. El Ser de ayer o el no ser de mañana.

El director escocés Paul McGuigan nos propone una versión libre y confusa por momentos (sus filmes anteriores marcan este camino, El Caso Slevin, Push), que identifica a los personajes literarios y míticos de Shelley en 1818 algo radicalizados, pues las imágenes nos incitan a criticar ciertos aspectos y cambios drásticos (seguramente no agraden a una mayoría), como la distintiva apariencia del compañero y jorobado Igor interpretado por el actor londinense Daniel Radcliffe en una singular apariencia. Quizás le permita continuar abriendo nuevas oportunidades de transformación, para diluir su reconocible carrera anterior. Mientras, el amo y salvador del circo de freaks, se desenvuelve histérico y ´algo graciosete` con la alzada voz de James Mcvoy, también nacido en las islas británicas, concretamente en Glasgow, Escocia. Igualmente, la producción encabezada por 20th Century Fox, desplazó al equipo de filmación a los parajes británicos, algunos reconocidos como el Old Royal Naval College o el castillo Dunnottar en Stonehaven.

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Volviendo a aquella jornada vespertina, donde los cuentos de terror tomaron forma y, la carne se hizo protagonista de la noche como la niebla en una tormenta de difuntos y vampiros que volvían a la vida. Tras décadas o siglos más bien, de espera, aquellos miedos provocados por la particular idiosincrasia de sus autores y su refugio vacacional, provocaría la actualización del género de la ciencia-ficción y la evolución del pensamiento intelectual o científico expresado entre las investigaciones reales de Luigi Galvani y Erasmus Darwin con la electricidad y la muerte, o la vida. En una incesante necesidad de búsqueda infatigable de respuestas para esos temas que nos acomplejan e inquietan, eran y son los dos grandes enigmas en nuestra existencia mortal, ¿por qué se produce la vida y su tiempo?

La respuesta inmediata aparece como un descuartizamiento entre pruebas científicas infructuosas y el espectro invasivo de la religión, el más allá de una batalla épica y longeva. Y en esta lucha, emergen sus figuras, Victor Frankenstein encarnado por un McAvoy de vaivenes psicológicos y palabras precisas como su bisturí, y su enemigo dialéctico en el filme, en manos de un detective de Scotland Yard con la singular y siniestra apariencia del actor Andrew Scott dejando sus dejes a lo Moriarty de la serie Sherlock. Diré que le veremos en Alicia a través del Espejo, junto a Johnny Depp y ya tristemente desaparecido, el gran Alan Rickman; o el biopic titulado Denial con Rachel Weisz y los enormes Tom Wilikinson y Timothy Spall.
Hasta que aquella obra llamada Frankenstein o el moderno Prometeo, podría dejar de ser revolucionaria con el paso del tiempo, incidiendo en una evidencia… que el Hombre interviene de manera decisiva en su propio destino; al menos hasta que, imaginación o investigación, demuestren con hechos refractarios, la evolución de su propia imagen.

Pero, en la mera formalidad cinematográfica (olvidarse de otras versiones pretéritas e incluso la lectura de esta obra maestra) de esta película, de nombre grandilocuente y explícito, se convierte a Victor Frankenstein en el motor cómico de su obra, junto a su indivisible compañero de fatigas y vómitos varios, como un dúo que viaja por la antigüedad y la acertada ambientación y la caricatura de los personajes creados por Mary Shelley, pero menos ´gracia` que sus inolvidables protagonistas, sobre todo si recordamos a Gene Wilder y Marty Feldman jugando con cerebros en la magnífica Young Fronkons… Frankenstein. Supongo, sorry!
Y el mal, es que se toma demasiado en serio a veces (la monstruosidad en Frankenstein de Mary Shelley de Kenneth Branagh, es otro ejemplo) y moviéndose por un margen oculto de sombras sin el terror y luminaria, o apostando por una lograda ambientación de espacios comunes a todas aquellas copias o imágenes de antaño, se encalla como callo en la espalda. Sin embargo, ciertas conversaciones y la confección del escenario victoriano, invierte en dramatismo de una época gótica, con las vestimentas aterciopeladas o viscosas alta confección o binarias, según el monstruo que se las pruebe.

Así, toda la prosopopeya catártica y dialéctica del siglo XIX, o el debate entre ciencia y mito, se rebela disminuido mentalmente hoy frente a una acción voluntariosa, o sacrílega que desdibuja los rasgos y simbolismo de su obra novelada.

Bien, el público y un servidor se incluye, ha intentado olvidar sus cimientos filosóficos, metafísicos y las pausas románticas de aquella maravilla dirigida por un británico honorífico como  James Whale, y una despedida de puño y letra: El futuro está lleno únicamente de dolor y viejos recuerdos… apareció ahogado en su piscina, antes más, con Boris Karloff y su novia de pelo eléctrico e interpretada por la inolvidable Elsa Lanchester. Una de mis favoritas durante la construcción del panteón de la Universal y su asombroso parnaso del terror romántico en blanco y negro. 

Hoy, el hombre creador a su propia imagen o renacido hermano, caído como ángel en su memoria, emerge ante su propia inseguridad y remordimiento con un cambio interior que transforma a su ayudante en la misma duda permanente, entre el freak y un bailarín conquistador de corazones. Dejando al margen el maquiavélico día de farra, el quid de la cuestión, ante un proceso tan importante como la inmortalidad del nuevo ente, casi humano. El precursor del muerto viviente.

Por otra vía, la médica, antes Radcliffe emigra de su jorobada anterior carrera, mientras el policía interviene con sarcasmo y superioridad oral, para recordarles que una chepa siempre será una joroba divina, y andará sobre la pista de un futuro… jorobado de ultratumba. Si se encuentran sus restos, claro. Su idea religiosa es la contraposición enfermiza a esa enfermedad de los científicos, idos; a la carnalidad emergente de la electricidad y la ciencia quirúrgica de última generación arterial; a la evidente ganadora del éxito literario e histórico, la muerte de la imaginación, frente al mal de corazón multiplicado y un deseo difuso, del alma de un querido monstruo.

Víctor y su juramento hipocrático, dedicado y decidido a cambiar las cosas, se enfrasca en un torbellino de locura y gritos, cuando el terror mítico se encarna en una criatura de cómic, con ganas de tocar sus órganos. Es decir, el monstruo de Frankenstein aparece de un averno viscoso y semi-digitalizado, para silenciar los alaridos y mandar al demente a criar malvas. Mientras en el enfrentamiento detectivesco y filosófico, no se aborta el predominio de la investigación y el deseo de capar un error del pasado. 

En su tramo final, se van derribando todos los símbolos, uno tras otro, la mitología y las creencias, el romanticismo del escrito hace siglos y la ética de sus acciones modernas, las sensaciones personales y conversión de la criatura en replicante monstruoso.

Dentro de una sociedad actual controlada por la imagen y la carne, con magnates económicos de tres al cuarto que quieren invertir en un Imperio del Horror, y vigilada por Blade Runners evolucionados más monos, esta es la involución de una maquinaria clásica que se desangra ante la triste evidencia informática… Víctor es un charlatán de whatsapp que debería morir bajo el fuego. E Igor, es un saltimbanqui al que le sienta mejor la giba.

¡Ay, el futuro!… aquello que diera vida cifrada al cerebro vacío de Daisy o Hal-9000, ya no podrá crecer e ir aprendiendo exponencialmente. Porque ante la caricatura última e innecesaria de este Frankenstein sin alma, a pesar de esfuerzos dialécticos en algunos tramos y calidad estética, es un entretenimiento seccionado que se centra en el músculo de tebeo y las chispas saltando por doquier, para abrasar nuestras neuronas incrédulas y ojos vidriosos. Al menos, animados por la belleza de la actriz Jessica Brown Findlay (Albatros, Lullaby) y próximamente junto al detective Andrew Scott en el filme de fantasía This Beautiful Fantastic. 

Por tanto, si te pierdes el funesto espectáculo de su último aliento o rollo, tampoco será un drama al estilo clásico… mejor el libro. Hasta el infinito, si una noche… no me parte un rayo.

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