Aprender de la pandemia

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Foto: © EFE

No hay un solo país que estuviese preparado para hacer frente a una pandemia como la que estamos viviendo, los hay que han atinado más que otros, por casualidad, porque tuvieron asesores que acertaron, porque contaban con más medios, porque lo vieron venir y aprendieron de las experiencias ajenas, porque estaban más alejados de las rutas comerciales y turísticas, pero librarse, lo que se dice librarse, nadie. En Lombardía ha sido un desastre, en el vecino Véneto les ha ido bastante mejor.

Por eso no conviene culpar a nadie de lo que ha pasado, ni de lo hecho para parar el golpe, nadie pensaba que el COVID19 saltaría tan rápido de China a Europa y cuando ya estaba en Italia y rápidamente en España, los ingleses presumían y Trump ni las veía venir, el Presidente de México abrazaba a los niños y Bolsonaro convocaba actos masivos por todo Brasil, de la mano de sus mesiánicos evangelistas. 

Aprender de la pandemia 1
Foto: © EFE

No lo vimos venir, confiados en que nuestras formas de vida no pueden verse amenazadas por un virus, alguien vendría inmediatamente con una vacuna y lo solucionaría, si tenemos teléfonos inteligentes cómo nos va a humillar un bicho que ni es vivo, ni muerto, un zombi. 

Compadezco a cualquier responsable político estatal, autonómico, o local, que haya tenido que afrontar este reto, imprevisto y desconocido. Las televisiones se han llenado de coronavirus y los programas de expertos de todo pelaje, empeñados en defender a sus amos y atacar al contrario, los tuyos lo hacen todo bien, los otros lo hacen todo mal, de vez en cuando 

un psicólogo

(o psicóloga), 

un médico 

(o médica), 

un economista 

(o una idem) 

explicando lo inexplicable, unos más acertados, otros menos, pero tan desconcertados como cualquiera, unos prudentes para no meter la pata, seguros hoy y seguros de lo contario mañana, las redes sociales echan humo entre consejos buenistas, insultos profusos, defensas encendidas, miedos desbocados, aplausos y caceroladas.

Hemos aprendido que este virus no era uno cualquiera, un visitante  al uso de esos que llegan cada año, era un virus de expansión rápida, que ataca los pulmones pero luego destrozan cualquier órgano, es selectivo y discrimina a las personas mayores 

(más del 95% de los fallecidos tiene más de 60 años)

y además muta rápido 

(el que atacó en China no era exactamente el que anda por aquí, ni tampoco el que ha desembarcado en América, se ha hecho más virulento)

y que no tiene tratamientos pautados, antivirales, vacunas tal vez las tendrá dentro de de un año, o más. 

Hemos intentado contener los contagios a base de encierro, cuarentena, confinamiento… de los niños, de los viejos, los que trabajan no, 

(que sigan trabajando, no se puede parar la máquina) 

hoy sabemos que un confinamiento rígido sólo sirve si lo haces casi antes de que llegue el virus, como Portugal, si no los efectos son limitados, ralentizan las infecciones, evitan contagios acelerados, retrasan el colapso hospitalario, pero somos los más duros de Europa y no sirve de mucho. Encerrar, vigilar y  poner multas no parece la mejor receta.

Nuestros profesionales sanitarios van aprendiendo sobre la marcha. Hemos aprendido que la clave está en pasar tests a la población de riesgo y a quienes atienden población de riesgo, a quienes trabajan de cara a las personas. Hemos aprendido que hay que aislar a quienes portan el virus, evitando nuevos contagios, mantener distancia, lavarse las manos, medidas de seguridad, mascarilla. Esas cosas sirven. 

Ha muerto mucha gente, seguirá muriendo mucha gente, en cada familia hemos sentido el dolor de alguna pérdida, pero no echo la culpa a nadie, creyeron que un metro era suficiente y mejor tres metros, creyeron que los niños eran muy transmisores y no, o no mucho más que tú y yo, sin tests y sin medidas de protección adecuadas probablemente el virus llegó a los mayores en hospitales, residencias, en sus casas, escondido en la ropa de quienes trabajaban allí, o en las manos, o en los zapatos. No lo sabíamos, no puedo culpar a nadie de ello. En Madrid ha golpeado primero y más fuerte, pero tampoco Madrid tiene la culpa.

Aplaudo cada tarde a todo el mundo, a las víctimas, a los profesionales sanitarios, a los que les ha tocado trabajar, a los que lo han hecho con riesgo de su vida y a quienes llevan encerrados decenas de días entre cuatro paredes, a los riders, a los niños que van a salir, a los mayores de 13 que siguen encerrados, a las mujeres de ayuda a domicilio, a las cajeras, a nuestros gobierno, a todos nuestros gobiernos, a los políticos sensatos, que no comparten todo cuanto se hace y lo dicen, pero apoyan las medidas que se van tomando. 

Esto no es una guerra, esto no va de héroes, ni de buscar culpables, conspiraciones, mentiras, medias verdades, bots, fakes y demás miserias morales, esto va de gente responsable volcada en frenar, contener, reducir y solucionar

(todo menos la muerte) 

los problemas personales, familiares, sociales, económicos, laborales, culturales, de la tragedia que estamos viviendo.

No participé en aquella cacerolada contra la monarquía, ni a favor de la república, ni en las que últimamente se convocan contra el gobierno, prefiero el aplauso. Cuando esto acabe, echaremos cuentas, nos pondremos de luto, rendiremos homenajes, pero sobre todo tendremos que poner los medios para que cuando vuelva este virus, o cualquiera de sus mutaciones, o la de otro, o una bacteria, o cualquier otra catástrofe, nos pille con los deberes hechos, con camas hospitalarias, profesionales sanitarios, administraciones adaptadas para cubrir los servicios públicos sin colapsos, ni problemas de atención, empresas sólidas, empresarios que no piensen tanto en el dinero y presten atención a la calidad de los productos y servicios, que aseguren los suministros de productos sanitarios, de protección y de supervivencia,

(lo de las mascarillas, los respiradores, los guantes, los tests, los equipos, no puede repetirse)

han sido demasiados años de abandono de las políticas públicas por decisiones ideológicas, por negocio, por recortes y crisis.

Nuestra vida no volverá a ser la misma, seguro, será distinta, muy distinta, pero podemos intentar que no sea necesariamente peor. De nosotros dependerá. 

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