Hace poco descubrí el concepto de espacio liminal y me tiene completamente hechizado. Liminal procede del latín –limen– y viene a significar una suerte de umbral, de portal. Asociado con la otra palabra, un espacio liminal es toda zona de cruce, de transición. Las escaleras de la piscina o el trozo de acera entre dos carreteras en el que esperas para terminar tu cruce. Has dejado un espacio atrás pero aún no has llegado a entrar en otro.
Un bot de Twitter -de los benignos- se encarga de publicar cada rato una fotografía de un espacio liminal. Se llama @SpaceLiminalBot, por si os pica la curiosidad. Acabaréis empleando más tiempo del que habíais pensado en mirar las imágenes, como me ocurrió a mí. Es genial ver que todo eso ya existía mucho antes de que yo lo conociera. No tengo que esperar a que se vaya generando para disfrutarlo. Ya está terminado. Suelo encapricharme de las cosas fácilmente. Las quiero para ayer por la mañana. Y el espacio liminal ha hecho justo lo que debía hacer para ganarme del todo. De hecho, en esta ocasión el espacio liminal era yo. Todo el tiempo. Yo era un sujeto liminal.
Me fascina el concepto. Me encanta que a veces no estemos en ninguna parte. Las cosas no existen hasta que se les pone nombre, y estos lugares ahora van a comenzar a existir. Al menos para mí. No será mi respuesta cuando me pregunten dónde estoy, pero pensaré siempre en el espacio liminal cuando conteste que llegando y sonreiré levemente. No estar en ningún sitio me parece algo precioso. El verdadero mano a mano con uno mismo. La vulnerabilidad hecha espacio habitable. Pobre de aquel que le resulte triste. El mundo y sus espacios, liminales o no, son para los valientes.
Pero más que los espacios liminales me fascina todavía más lo que he denominado momentos liminales. Periodos de transición. Ratos de cambio. Etapas en las que tan solo estamos, no somos. Existimos pero no vivimos del todo. Los momentos liminales están en todos lados y a todas horas. Esperando en el supermercado. Esperando en el aeropuerto. Esperando a alguien. Incluso esperándote a ti mismo. Especialmente esperándote a ti mismo. Hoy es mi cumpleaños. Cuando espere para soplar las velas será quizá también un momento liminal. Estaré pero no seré. Este año no me importa cumplir años. Supongo que el día al completo será un momento liminal.
A diferencia de los espacios liminales, los momentos liminales son más difíciles de atravesar. Principalmente porque no sabes cuándo se terminan. Terminas de subir o bajar las escaleras de la piscina y te das cuenta. El semáforo vuelve a ponerse de color verde y terminas de cruzar la carretera. Has dejado un lugar atrás y acabas de llegar al otro. Te lo dicen tus ojos. Pero, ¿quién o qué te dice que has atravesado un momento liminal? Percibes con creces cuándo has entrado pero no si has salido. No sabes si decir que estás llegando siquiera. ¿Se puede sonreír levemente ya? Iré empezando por si acaso. Pocas cosas más bonitas que saber que estás disfrutando un momento liminal.
No estar en ninguna parte y no ser. Puede que suene a tragedia, pero a mí me parece que tiene matices bellísimos. Las fotografías del bot benigno lo refuerzan. La superioridad estética de la melancolía no tiene parangón. Un día preferiremos una cosa distinta, pero el resto de los días no.
