Ninguna de las cosas importantes de la vida tiene el don de la certeza. Nada de lo que importa será jamás definitivo. Queda siempre uno mismo en su individualidad para hacerle frente a esta verdad tan dura e inexplicable.
‘The worst person in the world’, la película que cierra la trilogía sobre Oslo de Joachim Trier, habla de eso. Fui a verla con mi gran amigo Jorge, que nunca ha aparecido por aquí pero que se lo merecía desde hace un tiempo. Lazos como el que mantengo con él son el tipo de cosas que odio que nadie pueda asegurarme que serán definitivas. Me encanta ir al cine con él. Hay espacio para la reflexión seria y para la broma absurda. Siempre un paso más allá en lo primero y absolutamente siempre muy ingenioso en lo segundo.
En la película, Julie, la protagonista, obedece a su foco interno y expone sus pensamientos, sensaciones y problemas. En el proceso se lleva por delante a veces el bienestar y el sosiego de quienes le importan. Resulta sobrecogedor ver cómo es irremediable hacer daño. No importan las buenas voluntades ni las honestidades más brutales. Todo lo que se predica o se manifiesta termina hiriendo a alguien. No creo que Julie sea una mala persona en absoluto. Pienso mucho en la relación entre ser honesto y abrirse y ser buena persona. Julie se confiesa y es sincera con ella misma en todo momento, y eso es motivo de generación de dolor.
Pero sobre todo me quedé pensando en qué es ser buena persona. Porque todos nosotros damos por hecho que lo somos. O trabajamos para serlo cada día más. Pero, ¿sabemos si lo estamos haciendo bien? ¿Sabemos si lo estamos consiguiendo? Es algo tan sumamente delicado e inexplorado que nunca definimos a alguien de primeras diciendo que es buena persona. Un escueto “es buena gente” hace las veces del mayor halago de la historia de la humanidad. Y vamos tirando con eso mientras se pueda.
Yo soy hijo y soy hermano. Soy amigo, incluso puede que mejor amigo. Soy compañero de trabajo. Fui novio y ahora soy antiguo novio. Nunca me gustó eso de los ex. Soy cliente y también soy empleado. Soy vecino. Estoy seguro de que soy casi todo lo que se puede ser en el mundo. De lo único que no estoy seguro es de si lo estaré haciendo bien. Querría preguntarle a todos qué piensan. Que hablaran sin miedo a hacerme daño con su honestidad. No pasa nada, yo también lo he hecho.
No dudo tampoco de mis intenciones. Confío en mí. Pero sí dudo en varias ocasiones de las formas. Y me desgarra completamente ser consciente de que el dolor es parte intrínseca de las relaciones con todo el mundo. Una de las pocas certezas de la vida es esa: el dolor está siempre esperando. Tal vez te visitará a ti, o tal vez serás tú quien lo invite sin avisar a casa ajena.
Supongo que nos terminará ocurriendo como en la película. Que todo lo que nos nublaba la vista en su día pasará al cajón de lo secundario. No nos importará que nada en este mundo sea definitivo ni tenga el don de la certeza. Sabremos que nuestras palabras no fueron ni serán inocuas jamás. Tan solo querremos estar con alguien importante, preferiblemente el amor de nuestras vidas, en nuestra casa.
Fotografía de portada: Filmaffinity