Se ha estropeado su servicio de Teléfono-Wifi-Tv un viernes por la tarde. Llama a su vecino y le confirma que también tiene la misma avería. Más tarde comprobará que son bastantes los vecinos afectados. Llama al servicio técnico de una gran corporación multinacional de las telecomunicaciones y su vecino también llama. Una voz grabada va indicando que teclee su número y luego el 1, el 2, el 3 si quieres hablar de facturas, de averías, de contrataciones.
El mensaje final informa de que le llamarán cuando sepan algo. Cuando le llaman vuelven a decirle que diga su número, su dirección, datos del titular. Que vuelva a repetir cuál es su avería. Le comunican que estudiarán el caso y le mantendrán informado. Poco puede pensar que nadie le llamará.
Pasan las horas. Insiste vía whatsapp. Le vuelven a pedir todos los datos, habla con una máquina y le informan de que hay que esperar comprobaciones “en remoto”. Cuando insiste la máquina le pasa con un asesor técnico personal. El tipo no sabe nada, habrá que esperar porque se están realizando comprobaciones.
Tras horas de espera vuelve a recurrir a llamar. Ahora parece que le van a dar una cita para que un técnico le visite. Tras varias gestiones más y varias horas más, le asignan un técnico que le llamará. Horas después el técnico manda un mensaje con una cita.
Vuelven a pasar las horas y la cita resulta anulada porque la avería es masiva y varios clientes han presentado sus quejas. Parece que la avería es externa a su domicilio y tienen que abordarla en la calle. Ya le dirán algo. Pero tras horas, ya van 24, nadie le dice nada.
Es fin de semana y nadie parece dispuesto a hacer nada. Tan sólo buenas palabras, buenos deseos, esperar a que las cosas se terminen resolviendo por sí solas. De nada sirven las quejas, de nada sirven los variados canales de comunicación, de nada sirve por las buenas o por la malas, con buen tono o con un tono más exigente. Da igual porque nuestro hombre es un número.
Todos los afectados de su edificio y su calle son un puñado de pequeños números en fila india, ínfimos, despreciables, prescindibles. Una mínima, infinitesimal parte del negocio gigantesco que se extiende por países de todo el mundo.
A las 50 horas, ya es lunes, día laborable, recibirán una notificación de que todo se encuentra arreglado, que apague y reinicie los dispositivos y a ver qué pasa. No pasa nada, nunca pasa nada y vuelven a comenzar las esperas infinitas, la paciencia indescriptible.
Alguien les dice de nuevo, desde los servicios técnicos, que todo está solucionado, pero hay que esperar a que desde la central reinicien y entonces ya sí habrá una llamada que les indicará cómo proceder. A lo mejor hasta les dan una cita y les visitan en casa.
Nuestro personaje, que podrías ser tú, yo, cualquiera, decide no desesperarse. Decide pensar que durante todo el fin de semana le han estado engañando. Que nadie ha hecho nada en el exterior de su vivienda, que las contradictorias informaciones que le han ido dando son tan sólo mentiras, ni tan siquiera piadosas, para entretenerle, para que mantuviera cierta esperanza en que alguien estaba haciendo algo para solucionar su problema.
Decide que ha sido toda una experiencia eso de vivir desconectado durante todo un fin de semana. Ni series, ni pelis, ni futbol, ni internet, ni llamadas. Tan sólo un móvil con poca cobertura a la mano. Lo suficiente para darse cuenta de que las grandes corporaciones nos mienten, siempre nos mienten, no somos nada para ellos comparado con el brutal negocio de especulación y usura que manejan.
Mienten sobre sus servicios, mienten sobre su inteligencia artificial, nada artificial y tan poco inteligente. Mienten sobre su responsabilidad corporativa, mienten sobre presunta sostenibilidad y respeto del medio ambiente, mienten sobre los servicios reales que prestan. Mienten sobre su eficacia y su eficiencia.
Tras este fin de semana este hombre es ya otro. Se ha convertido en un hombre escéptico, descreído, que escucha los anuncios buenistas de los grandes negociantes, con la certeza de que le mienten, le engañan, le desprecian, le utilizan, le sacan el dinero y se ríen de él en su cara. Todo el tiempo.
Cualquier día de estos, le han dicho tras cada gestión, recibirá una encuesta sobre la calidad del servicio, en la que invertirá cinco minutos y en la que pondrá cero en todo, o tal vez 10 en todas las preguntas. Total va a dar igual.