Hace años, muchos años, corrieron delante de los grises. Para quienes han crecido en la desmemoria democrática, los grises eran la policía franquista, la Policía Armada. Vestían de gris hasta la llegada de la Constitución, cuando comenzaron a llamarlos Policía Nacional.
Eran, por tanto, los grises. Con la nueva democracia su uniforme comenzó a ser marrón, color madera y entonces los llamamos los maderos. Y ya puestos, cansados de ser maderos, volvieron a cambiar el color de sus uniformes que hoy son azulones.
Lo dicho, algunos de los hoy jubilados y entonces jóvenes estudiantes o trabajadores, corrieron un día delante de los grises. Alguno fue hasta detenido y pasó alguna noche en el calabozo. Se reunían con otros en algún grupo revolucionario, que era el adjetivo que recibía por aquellos días cualquier grupo escindido del árbol del PCE.
Luego, pasados los años, terminaron sus carreras, comenzaron a trabajar como interinos, aprobaron una oposición, empezaron a vivir en pareja, tuvieron hijos, dejaron de vivir en pareja, se rehicieron con nuevos emparejamientos, tuvieron nuevos hijos, o no.
Poco después alcanzaron jefaturas de servicio, direcciones generales, o direcciones de centros. Hicieron bien su trabajo. Procuraron que los incendios no les alcanzasen, que las inundaciones les pillasen en terreno alto y que las lluvias sobre mojado les pillasen a resguardo.
Sobrevivieron a gobiernos de izquierdas, de derechas, de centro. Con todos se preocuparon de hacer su trabajo sin pillarse los dedos. Siguieron manteniendo una militancia suave, sin pillarse nunca los dedos, a bien con todos y a mal con ninguno. Que no es lo mismo que propuso Don Quijote,
-Hacer bien a todos y mal a ninguno.
Así, tras haber sido perseguidos un día por los grises, tras haber recibido algún porrazo y haber pasado alguna noche en el calabozo, llegó toda una vida de oficina y disimulo, no en el sentido que le atribuye Sabina en su canción, sino en sentido literal.
Y tras toda esa vida, llegó la deseada jubilación. Una jubilación máxima, correspondiente a los altos niveles de dirección que habían desempeñado. Y ahora sí, ahora ya son libres para hablar sin miedo y ejercer su nueva jefatura político-social en base a la amplia sabiduría adquirida en sus largos años de esclavitud.
Son los nuevos revolucionarios, de alto nivel, expertos en todo y en nada. Han sobrevivido a los cambios generacionales y te los vas encontrando en cientos de organizaciones que se ocupan de los temas más variados, desde la sanidad a la educación y desde las finanzas, a la hacienda púbica y a la deuda.
Además son tremendamente activos. Participan en encuentros físicos y virtuales, en estudios, jornadas, redes sociales, grupos variados de whatsapp y en cada alternativa política que surge aparentemente de la nada. Son los viejos revolucionarios venidos del pasado que lavan toda una vida de servicios al poder de turno, participando en todo tipo de revueltas virtuales, con tal de que no pongan en riesgo su merecida pensión. Que para eso, para poder tener la máxima pensión, un día corrieron como jabatillos delante de los grises.