Madrid es una ciudad tan grande y con tantos siglos de historia que sería imposible de encuadrar en un solo estilo arquitectónico. En la capital conviven en armonía numerosas corrientes, relativas a la época en la que se fueron construyendo. Neoclásico, barroco, racionalismo… Según el barrio o distrito por el que nos movamos, parece que viajemos entre urbes completamente distintas.
Sin embargo, dentro de este crisol de vertientes, hay una que muy probablemente escape a la vista de los transeúntes pero que tiene muchos más ejemplos de los que imaginamos. Hablamos del brutalismo que hay en la Villa del Manzanares, una concepción que se valió del hormigón y el cemento como elementos principales y que tuvo su auge en los años que transcurren de las décadas de los cincuenta a los setenta.
Pese a lo rudo de las construcciones, conviene aclarar que el nombre a este estilo no le llega por ser una arquitectura “bruta”. Fue “culpa” de Le Corbusier, uno de sus principales exponentes, quien denominaba a este estilo hormigón crudo o béton brut en francés, siendo por tanto el material estrella el que dio la nomenclatura a esta corriente.
El hormigón es, por tanto, el protagonista de unos edificios caracterizados por sus recursos geométricos y sus formas duras, con el material a la vista y muy poca ornamentación. Se trata de habitáculos diseñados, en primera instancia, para cumplir con la función para la que fueron diseñados, y el resto de elementos por tanto quedan supeditados a ello. Sin embargo, este estoicismo no está reñido con que ahora, varias décadas después, veamos el brutalismo como un patrimonio muy singular que merece un reconocimiento y, por supuesto, un especial cuidado en su preservación. Motivo por el cual nos damos un paseo por algunos de sus ejemplos en la capital.
Torres Blancas
Empezamos por la que seguramente sea la obra cumbre del brutalismo en Madrid y, quizá, España. Se trata de las inconfundibles Torres Blancas, que, con sus 81 metros de altura, dan la bienvenida a todo aquel que se adentre en la ciudad por la Avenida de América.
El trabajo más reconocible del arquitecto Saenz de Oiza fue construido entre 1964 y 1969 y debe a su nombre al propósito original de levantar dos torres revestidas con polvo de mármol blanco mezclado en el hormigón. Finalmente se quedó en una única estructura, cuyo elemento más reconocible son esos cilindros superiores que nos dan la sensación, tal y como se pretendía en su concepción de encontrarnos frente a un inmenso árbol.
Las Torres Blancas fueron reconocidas con el Premio de la Excelencia Europea en 1974 y actualmente, en sus 23 plantas, hay viviendas y oficinas distribuidas de cuatro en cuatro. Éstas combinan formas rectangulares y cuadradas, que convierten la búsqueda de muebles en una odisea.
Facultas de Ciencias de la Información UCM
Otro de los más reconocibles ejemplos de brutalismo en la capital es el edificio principal de la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Su construcción comenzó en 1971 y se empezó a utilizar en el curso académico de 1974, aunque no se completó definitivamente hasta el año 1979.
Se trata de un proyecto de los arquitectos José María Laguna Martínez y Juan Castañón Fariña, que integra elementos como un patio interior, un anfiteatro o enormes salas revestidas únicamente de hormigón. Destacan también sus grandes cristaleras, que dan mucha luz a un edificio que desde fuera parece sombrío.
A muchos les sonarán sus intrincados pasillos, pensados para albergar estudios de cine o radio (no, no fue pensado para ser una cárcel), y que han aparecido en multitud de producciones audiovisuales, destacando especialmente la ópera prima de Alejandro Amenábar, “Tesis”.
Tercera Iglesia del Buen Suceso
Pasamos ahora a otra construcción mucho más desconocida y que, pese a su ubicación, seguramente haya pasado mil veces desapercibida para todos nosotros.
A medio camino entre Moncloa y Plaza de España, en plena calle Princesa, nos encontramos con la Tercera Iglesia del Buen Suceso, un edifico que si no tuviera una cruz jamás pensaríamos que pudiera ser un templo católico.
En el terreno en el que ahora se asienta estaba la segunda iglesia, que fue declarada en ruina y derribada en 1974. En su lugar, el arquitecto Manuel del Río levantó una estructura octogonal que albergaría, desde 1982, la actual parroquia. A su lado se edificaría también un complejo residencial de las mismas características.
Precisamente las que la han llevado a que, entre los vecinos de la zona, se la conozca como “Nuestra Señora de Magefesa”.
Iglesia de Nuestra Señora del Rosario de Filipinas
Seguimos con las iglesias, pero ahora nos vamos a la calle de Conde de Peñalver, concretamente al número 40, donde se ubica esta mole de hormigón construida entre 1967 y 1970 sobre el antiguo edificio donde se encontraba el Convento del Rosario de Madrid, que hoy en día sigue existiendo en el interior de la iglesia.
Su aspecto exterior agresivo, con una enorme lámina de hormigón, deja paso a un interior acogedor con un gran espacio de reunión y en el que la luz natural entra de manera sorprendente gracias a la disposición de las ventanas.
Una visita que debe ser obligada para comprobar la versatilidad y visión de conjunto del brutalismo.
Instituto de Patrimonio Cultural de España
Terminamos nuestro recorrido por otra construcción icónica, la “Corona de Espinas” que se aprecia no muy lejos de Ciudad Universitaria. Ésta es, en realidad, la sede del Instituto de Patrimonio Cultural de España, obra de Fernando de Higueras y Antonio Miró Valderde en el año 1970.
El inmueble, de hormigón armado visto, es un círculo de 40 metros de radio dividido en 30 gajos principales con un “tajo” en el exterior. Se distribuye en cuatro plantas circulares, conectadas verticalmente por medio de dos núcleos de escaleras y ascensores. En los pisos superiores la circulación horizontal se efectúa a través de dos anillos concéntricos internos, y en el exterior del edificio hay un tercer anillo que posibilita la circulación rodada de vehículos pesados y el acceso de los bienes culturales de gran tamaño directamente a los talleres.
En 1985 se convirtió en la sede del recién creado Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales. Se acometieron entonces algunos cambios, tales como la eliminación del ajardinamiento del patio central, cubrimiento con una cúpula de cristal y construcción de la biblioteca en la planta sótano. Fue declarado Bien de Interés Cultural el 16 de noviembre de 2001.
Imagen portada: Ministerio de Cultura y Deporte